lunes, 30 de julio de 2012

Seminario cultural en Morelos, México.

Artetipos # 68




02



Sin título
Efraím Blanco
Cómo no vivirte agradecido
si tú los recoges por un instante
y los vuelves parte de tu voz interior,
de tu respiración
y el rítmico fluir de tu sangre.
“Los versos de la calle”, J. E. Pacheco

          El poeta camina avenidas rescatando versos de las banquetas, señalándolos para que no se esfumen en la nada, los plasma en paredes, los redacta en el teclado. Roberto Monroy, en cambio, siembra palabra por palabra como si fueran, cada una, una preciada cosecha de maíz, y acomoda en el paisaje de los ojos un melancólico campo de siembra: el páramo en discurso de aves terrestres y sus sombras proyectadas con el sol de la tarde; un rincón de su rostro y su mirada. Así entrega Páramo en conferencia, primera reunión de textos para lenguadediablo editorial, y publicados bajo la colección almadegatopoesía, como una bella carta de presentación plagada de imágenes.
            El canario sentado frente al escritorio se desviste en versos, destinta su pluma con notas profundas y graves; trina abismos, realidades. Roberto niño se asoma a espiarlo, susurra semillas a la tierra fría, dicta lento y seguro la intensidad de esas mañanas, la mirada de su abuela, el parto de su padre. Pájaro retórico que recuerda nombres invisibles sale a jugar con serpientes. En el centro del poema crece el olivo y entre sus ramas trepa una hiedra. El autor invita en la segunda estancia a dar la vuelta por el jardín que dibuja con velas de una luz que enceguece, que entierra la caída de las palabras.
            Un cuervo abre su vientre y muestra el dolor de la ausencia, la dolorosa distancia de un par de manos que no pueden tocarse, un encuentro con la muerte. El ritmo de la noche se pierde en un silencio.  Una furia hacia Dios quema por dentro, todo arde. La soledad nos hace sentir que somos mientras ensordecemos. “No hay una segunda impresión / cuando enseñas el rostro”, dice el cuervo cansado de la rutina.
          La poesía de Monroy responde a un grupo de locos tristes con la llama encendida de la revolución, y mira a su alrededor preguntando qué otra cosa podría sucederle al mundo. Parece tener un espíritu de cincuenta años, y con ello, el desencanto de la escuela del poeta del jardín, Ricardo Castillo, quien no se avergüenza en afirmar que “no hay tristes que sean pendejos”. Y es así, una tristeza sublime, que en lugar de marchitarse, embellece pensamientos que se afinan tras una jornada de arar con el corazón la palabra: inteligencia que cuestiona y no se conforma con lugares cálidos y conocidos, sino intenta crear un paisaje propio, y al escribirlo, de todos.
            El páramo vuelto papel grita bandada de lechuzas, el verano entre los dedos funciona de oyente. Es justo que se entinte tu voz y que tus versos se queden suspendidos entre los surcos de espigas que crecen y destellan. Que el olivo se eleve para que te columpies. Es justo que la poesía sobreviva y nos haga vivir, a pesar del tremendo futuro que nos espera. Justicia que poemas vean la luz en estos momentos donde sabemos que dejar de trabajar las ideas nos aseguraría la ruina, una mala cosecha. Todo este cuaderno: limpio, sencillo, rojo, aporta un puñado de tierra fértil al arte de la nueva literatura mexicana.
            El poeta camina la calle llena de versos, los escoge y guarda en su bolso hasta encontrar una pluma para grabarlos en su mano derecha, lento los recoge hasta llenar también su boca. Roberto Monroy sobrevolará nuestras cabezas después de leerlo: cuervo pájaro canario en la certeza del viento que sopla el páramo,  ya sentimos caer tus plumas, nos acarician el rostro. 


03




El jinete

Todos somos migrantes, migramos de personas, migramos de emociones, migramos nuestros pensares y también ¿por qué no? de geografías. Migramos por hartazgo, ¿o migramos para buscar?  Migramos de cualquier permanencia o ¿migramos para huir principalmente de nosotros?
Pero tal vez no migramos, tal vez sólo cambiamos, "por cambiar nomás" o tal vez por ser ésta, la esencia misma del cosmos.

El caso es que Víctor Gochez migró (¿o cambio?) en el sentido opuesto a la mayoría: Pasó de una ciudad como el “defectuoso”, que lo tiene todo, a  lo rural, en donde escasea todo lo urbano. La vida lo lleva a la provincia, y así se reconoce también en lo rural, lo atrae,  no por el canto  de sirenas, sino por los corridos de José Alfredo. Busca lo rural hasta en la provincia, actualmente vive en "El Pueblito", que es un conjunto de casa en medio de donde las rutas pasan por la Avenida Morelos de Cuernavaca, conjunto de casas de viejos ladrillos y tejas, casa abandonadas (¿por ser rurales?) de techos caídos. Su casa mantiene el techo (¿por  milagro?) No, yo creo que es por la energía de  su alma infantil,  por su sabia ingenuidad, que sin proponérselo lo sostiene. O tal vez (y sobre todo)  por la defensa que él hace sin darse cuenta, de un mundo que nosotros extinguimos desgraciadamente, de muchas formas día a día.

Por dentro, su casa no es una casa, es un set-taller, un teatro lleno de presencias, máscaras, disfraces, personajes nerviosos y ansiosos por salir a la tercera llamada (como en la gran ciudad).
Víctor Gochez es muy urbano... Tiene ojos urbanos y manos rurales, piensa como urbano y siente como rural, esto es su problema y su mayor virtud. Por esto, inevitablemente, la realidad la padece, o apenas la soporta; la única salida que tiene es el humor negro para migrarse del mundo y de sí mismo. El Humor y  la creatividad  lo salvan de la realidad (¿real-urbana?) Por eso Víctor Gochez  se transporta (o migra) y nos transporta (o nos migra) a través de sus cuadros, como en el espejo de Alicia, donde el pensar (urbano) se transmuta en sentir (rural), nos lleva a un mundo lleno de misterio, en el que  persigue a Leonardo Da Vinci, quiere arrancarle el misterio del sfumato y resolver así y de una vez por todas, el misterio de la sonrisa en la comisura de ojos y  labios de la Mona Lisa. Así nos invita a pasar al misterio, a partir o mirar a otra dimensión, donde todo sea posible o mejor dicho, nada sea imposible, donde lo imposible sea la realidad… Donde la realidad-real quede fuera, y la fantasía-realidad sea la realidad real. Y sobretodo (y esto, habríamos de agradecerle) transforma como un Chaman  lo urbano en rural.

Víctor Gochez es un ateo religioso, que  sorprende con su facilidad  de reír (o burlarse) de todo, o casi todo. Su obra últimamente (rural como ella sola) no tiene límites, ni pudor para crear  vacas bipolares, toros que vuelan, Zapatas clonados por todos lados y jinetes que vagan (como todos nosotros) solitos en el mundo.

Finalmente Víctor Gochez representa en esta ocasión, tal vez una de las últimas oportunidades para re- apreciar en lo que vale, lo rural; sus cuadros huelen a campo llovido, a ocote, a café de olla, a tortillas del comal, a frijoles con epazote ,también suenan y mucho, a corridos revolucionarios, nos muestra una ruralidad que desgraciadamente perdemos, segundo a segundo, cuando migramos o cambiamos, todo (y en todos los sentidos) de lo rural a lo urbano; Víctor Gochez  es un grito a campo abierto, en  favor de lo perdido, ¿irremediablemente? 
 
                                                                                    EFRÉN GALVÁN


04 y 05




Josu Landa
El caminar de la poesía
Ricardo Venegas

Josu Landa (Caracas, 1953) es catedrático en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en áreas como filosofía de la literatura y ética. Esta labor se advierte en sus libros Más allá de la palabra (1996) y Poética (2002). Es autor de varios poemarios entre los que destaca Treno a la mujer que se fue con el tiempo (1996, Premio de Poesía Carlos Pellicer). La editorial Monte Ávila publicó en 2006 Estros, la antología que mejor representa su labor poética. También ha publicado Zarandona (2000), primera novela endógena de la diáspora vasca que comenzó en 1936, a raíz del alzamiento franquista contra la República Española. Es autor, asimismo, del relato experimental Y/O (Ensamble) (2004). Tradujo al euskera Piedra de sol, el gran poema de Octavio Paz, lo cual la valió el reconocimiento del autor.

¿Cómo llegaste al camino de la poesía?
Comparto con los griegos una idea amplia, significada por la palabra «poesía». No sólo el tipo de escritura que comúnmente se entiende hoy por «poesía», sino todo acto de creación artística. En ese sentido, empecé a sentirme poeta en la medida en que notaba que mi visión del mundo, mis respuestas a problemas y situaciones específicas eran «inventadas» por mí, aunque estuvieran lejos de ser verdaderamente nuevas. Esa independencia frente a todo, esa autonomía, me parece que constituye la base de una auténtica actitud poética. En mí, la conciencia de esta actitud fue tardía. Mucho después de los 15 años, que es cuando me pareció -tiempo después, cuando empecé a mirar hacia atrás, tratando de hallar un sentido a mis primeras andanzas en el mundo- que empezaba a tener eso que suele llamarse «uso de razón». Y mucho más tardía aún resultó la expresión de esa actitud y esa conciencia en una escritura con vocación estética. O sea que empecé a escribir poemas -de pésima factura, por cierto- más o menos a los 23 o 24 años.
            Comparo esto con las historias de otros colegas y amigos y observo que mi entrada en la escritura poética se dio con mucho retraso. No es algo que me preocupe en lo más mínimo. En sí mismo, no es ni bueno ni malo. Cada quien tiene su historia y su destino.
¿Crees en la poesía como en un “modo paralelo de vida”?
Desde que trato de pensar con cabeza propia el hecho poético, procuro evitar hablar de la poesía como si fuera una esencia independiente, una realidad objetiva y absoluta. Para mí, no existe «la poesía», salvo como fenómeno cultural que se manifiesta en cierta escritura con voluntad estética y en cierto movimiento vivo de lectura, diálogo y afines, en torno a esa escritura. Los grandes poemas legados por la tradición, determinadas maneras de asumir el lenguaje para suscitar ciertos resultados o efectos estéticos, en una comunidad de referencia, la labor de ciertas personas interesadas en concretar una serie de valores poéticos, es decir, los poetas, en fin... toda una serie de propuestas, procesos y hechos verbales unidos por cierto aire de familia es lo único que admite, con propiedad, el nombre de «poesía».
            Ahora bien, considero que ser poeta, o sea, ser parte de esa atmósfera y dedicarse en cuerpo y alma a gozar de ella y a sostenerla, por medio de la lectura, la escritura y el diálogo en diversas modalidades, es algo que penetra en las fibras de la existencia, en la vida. Así que no logro concebir una idea como la que pretende expresar esa frase sobre la poesía como un “modo paralelo de vida”, lo que sea que signifique. A mi modo de ver, si se es poeta, se vive en la poesía y para la poesía. Y ser poeta es una actitud específica ante el mundo y la vida, de manera parecida a como sucede con toda persona que vive conforme a una genuina vocación, un «llamado» tan poderoso como enigmático. En todo caso, «paralelos» serán los otros modos de vivir a que normalmente se obliga al poeta, en este mundo tan poco dado a entender, amar y respetar la poesía.
Se ha dicho que la poesía mexicana tiene tintes crepusculares, ¿cómo convives con esta tradición, en qué contexto situarías tu propia obra?
No me parece que el adjetivo «crepuscular» califique bien la gran tradición poética mexicana. El crepúsculo pertenece a la simbólica de la decadencia y no encuentro nada que se le asemeje en la poesía de sor Juana, Othón, López Velarde, Pellicer, Gorostiza, Owen, Paz, Lizalde y tantos otros poetas mexicanos de primera categoría. Otra cosa es la presencia más o menos frecuente de cierto tono melancólico. Pero la melancolía no es necesariamente decadente. Y, por encima de todo, rehúyo toda tentación de generalizar. La tristeza de algún buen poema no basta para endilgarle a nadie el marbete de poeta triste y la aparición de algunas composiciones lúgubres en una o muchas generaciones tampoco justifica que se tilde así a toda una tradición poética. Supongo que algo tendrán que ver las circunstancias en que el poeta hace su labor, para que se escriban más o menos poemas de esa índole. Son muy pocos los momentos en que los vaivenes de la historia han sido meridianamente amables con este país y me imagino que, de muchas maneras, eso tiene alguna repercusión en el ánimo del poeta, por mucho que trate de huir de las presiones y exigencias coyunturales. Pero es que incluso esa clase de reserva ya denota una incidencia del tiempo, del clima histórico, en la sensibilidad del poeta. Además, no estará de sobra recordar la observación de Valéry, en el sentido de que todo poema que se precie difícilmente puede evitar un punto, por mínimo que sea, de tristeza.
            Como sea, al margen del énfasis que pongan algunos en cierta vibración melancólica de sus mejores composiciones poéticas, esa tradición, sobre todo la imponente tradición del poema extenso cultivado en México, ha sido determinante en la formación y el rumbo que ha tomado mi poesía. Desde luego, debo mucho a Virgilio y Lucrecio, para hablar de dos clásicos decisivos para mí, pero lo mismo digo de «Primero sueño», de «Muerte sin fin», «Piedra de sol» o «Tercera Tenochtitlán», entre otros poemas compuestos en suelo mexicano. Y, por supuesto, no sería justo si no hiciera el mismo reconocimiento a la poética de alto vuelo y voltaje presente en grandes obras como «Mi padre el inmigrante» y «Tierra muerta de sed», de los venezolanos Vicente Gerbasi y Juan Liscano, respectivamente. Y ya encarrerado, también debo incluir entre los númenes tutelares que han imantado mi debilidad por el poema de largo aliento, a poetas como Huidobro, Martín Adán, Pablo de Rokha, Lezama y varios más. Y una vez entrado en gastos, también aprovecho para reconocer lo que, en este punto, debo a Francisco de Aldana, Garcilaso, Quevedo y Góngora.
            Debo aclarar que, cuando hablo de deudas -es decir, de influencias- me refiero sobre todo a actitudes ante el mundo y ante el lenguaje. No a la fijación mimética en tal o cual recurso sintáctico, retórico, prosódico o afín. Los poetas que te nombro -esa nómina a la vez apabullante y siempre incompleta- me enseñan que han recorrido un camino. Un camino que es, en el fondo, el mismo que a mí me toca recorrer, con mis grandes limitaciones y mis escasas virtudes. Me importa mucho establecer cómo lo han recorrido, pero no para pisar las marcas que ellos han dejado, sino para hollar yo mismo esa tierra con mi paso inseguro y trastabillante. Es ahí, en ese plano de actitudes ante las cosas del mundo y la palabra, donde la tradición poética mexicana ha desempeñado un papel de primera importancia para mí.
Se habla de una gran influencia del sueño -lo que sueñan y lo que añoran- en lo que escriben los poetas, ¿qué opinas de ello?
La reivindicación del sueño ha respondido a una de las derivas más ambiciosas -espiritualmente ambiciosas, quiero decir- y fecundas de la modernidad. La confluencia de la visión romántica del mundo con el triunfo avasallador de lo que lo mismo puede llamarse «filosofía de la subjetividad» o «filosofía de la experiencia», o sea, el curso que toma el pensamiento a partir de Descartes trajo consigo una revaloración de lo onírico. Con Schopenhauer y Nietzsche, ese universo adquiere un estatuto ontológico tan digno como el de la vigilia, pero a partir del reconocimiento de antecedentes como el de Calderón de la Barca y su intuición de que la vida es sueño. Esa dignificación de lo onírico conecta con el reconocimiento obnubilado que los románticos como Novalis, Lichtenberg, los hermanos Schlegel y otros -no sólo los alemanes, por cierto- del potencial espiritual y artístico de los sueños, en contra del proyecto ilustrado. El freudismo supo aprovechar al máximo esos antecedentes y ello contribuyó a una expansión muy amplia de la conciencia del valor que tiene esa rama de la experiencia psíquica. Esto puede explicar la omnipresencia de motivos relacionados con los sueños y es natural que la poesía no haya escapado a ese fenómeno.
            En lo personal, considero que los sueños, en tanto que posibilidad de la experiencia humana, como parte de lo que Kant llamaba «el sistema de la experiencia», pueden ser legítimamente tematizables por los poetas. En la medida en que los resuelva conforme a valores estéticos estimables, me parece lícito que el poeta componga poemas con motivos oníricos, de manera análoga a como lo haga con textos referidos a asuntos eróticos, políticos, espirituales o de cualquier otra clase. Pero también deben respetarse las reservas de autores como Antonio Machado, quien no veía con buenos ojos el tratamiento de temas oníricos con intención poética. En último término, el tema, el qué se dice, es secundario ante la resolución artística en el lenguaje, el cómo se dice.
La experiencia vital, la vivencia en el acto creativo, ¿es importante en tu obra?
Tengo que empezar por advertir que me identifico con la acepción más amplia de «experiencia», eso que Hegel en la introducción a su Fenomenología del espíritu entendía como todo movimiento y alteración de la subjetividad, del alma. Después de ascender a cumbres como la del Tepozteco y presenciar los valles y montañas circunvecinos, el alma no queda igual que antes. Eso es «experiencia», en el contexto de la conciencia moderna del mundo. Efectivamente, podría componer un poema sobre el Tepozteco sin haber estado nunca allí. Sería igualmente un acto auténtico, porque la escritura misma es una experiencia en el sentido que acabo de señalar, pero el contenido de lo que diga necesariamente variará respecto de si ciertamente he estado allí y he vivido esa sublimidad, ese peculiar vértigo de haber remontado alguna de sus laderas o me nace sólo de referencias prestadas o de un simple ejercicio de la imaginación. En general, procuro que mis poemas respondan a esa doble experiencia y la sostengan. Digo “doble” porque hay una que resulta de vivir cierta circunstancia, mientras que la otra procede de la necesidad de expresar y comunicar eso vivido -siempre de manera muy limitada- por medio del lenguaje poético. Esto hace más difícil que el resultado final del acto expresivo sea vacuo, inocuo, carente de vida.
¿Qué importancia tiene la poesía en un mundo tan complejo como el que nos toca vivir? 
La poesía podría ser vista como expresión del impulso erótico entendido al modo platónico, una búsqueda del otro –el lector, el “símbolo”, el que encarna la parte que me falta- y del mundo exterior, en cuya realidad y poderes quiero creer profundamente.
            Así que, para mí, la palabra poética se me ofrece como una vía para intentar desbordar los límites actuales de la conciencia del ser humano, tal como ha venido tomando forma desde los albores de la Modernidad y permanece en lo esencial, pese a la comprensible reacción de los posmodernistas.
            Me parece que ahí está el sentido más hondo y la contribución más fecunda de la poesía en nuestro tiempo. En lo personal, he llegado a la convicción -desde luego, siempre sujeta a cuestionamiento- de que la poesía es una de las pocas posibilidades de reconciliación con el mundo que nos quedan. Y si estoy mínimamente en lo cierto, eso coloca en un plano por completo secundario consideraciones como la supuesta «dificultad» de la mejor poesía actual, como si la barbarie y la incultura generalizadas no fueran crudamente evidentes. También cierta pretensión anacrónica de exigir a la poesía de hogaño funciones sociales y políticas de la de antaño.
Eres de origen venezolano y te criaste en el País Vasco, pero tu obra ha germinado en México, ¿cómo es tu relación con los poetas mexicanos de tu generación?
No soy un apátrida, sino un hombre de muchas patrias y, por ello mismo, de una sola verdadera: el universo y su emanación: el logos poético. Tengo familiares muy cercanos y amigos íntimos en los tres países, pero mi patria última es la palabra poética y teórica. No soy un desarraigado, sino alguien con muchas raíces en muchas tierras e incluso en el aire, si al caso viene. Y vivo esto con enorme satisfacción. Entiendo que esto no es lo normal. También comprendo que, entre la gente de una o muy pocas referencias identitarias, abunden las actitudes de recelo, temor, etcétera, frente al extraño. La corrección política actualmente en boga apenas logra encubrir esta verdad, ante la cual estoy más que habituado. Siempre me ha resultado muy llamativo que el extranjero que aparece con un papel protagónico en ciertos diálogos platónicos muy influyentes fuera llamado así: «xenós», «extranjero», pese a que procedía de Éfeso, es decir, territorio griego. El hecho de que no fuera ateniense, ya lo marcaba como extraño en un grado significativo, frente a los que se identificaban con este último gentilicio.
            Si eso sucedía en una comunidad tan abierta, culta y protocosmopolita, como la que daba curso a la actividad filosófica en la Grecia antigua, no debe sorprendernos lo que puede suceder y de hecho sucede en punto a este asunto, en contextos fuertemente cimbrados por la barbarie. En la era de esta todavía nueva globalización, particularmente extensa y agresiva, el cosmopolitismo auténtico no aflora por ningún lado. El ecumenismo cristiano daba pie a que en momentos históricos como la larga Edad Media, un clérigo procedente de Aosta, población situada en lo que hoy es Italia, detentara poderes terrenales y espirituales en Inglaterra, como fue, por ejemplo, el teólogo Anselmo, arzobispo de Canterbury. Hablo de sólo un caso y hoy es del todo inimaginable algo que se parezca en ningún país del mundo. A muy poca gente le entra en la cabeza, hoy, que todavía en 1932 y 1933 un venezolano pudiera ser gobernador de las provincias de Almería y Navarra, en el estado español, como fue el caso del escritor Rufino Blanco Fombona. Por ejemplo, a algunos mexicanos de finales del siglo XX, con suficiente peso como para promulgar una ley, les pareció inconcebible que quienes se han naturalizado mexicanos, después de pasar por todos los filtros a ese respecto y pese al tiempo que lleven residiendo en México, en esa condición, pudieran ser siquiera funcionarios de casilla en las elecciones. Sin embargo, junto a esas limitaciones de la generosidad humana que traen muy aparejadas las expresiones más mediocres del muy moderno nacionalismo, también se halla la apertura de las mentes y las almas más sensibles.
            Tengo excelentes relaciones con los más reconocidos exponentes de la generación de los 50 en México -e incluyo a quienes viven aquí, pero vienen de otros países. Lo mismo digo respecto de algunos de los mejores poetas mexicanos de otras generaciones. Mantengo un fecundo diálogo con ellos -no viene al caso mencionar nombres-, pero no pertenezco a ningún grupo y, sin habérmelo propuesto adrede, no ejerzo la misma poética. Valoro demasiado la independencia personal y la autonomía estética, como para no intentar afirmarme en mi soledad artística. No me ufano de esto, simplemente me asumo de esa manera porque así he nacido y así soy. Y, por supuesto, esto no puede entenderse como una negación de las numerosas influencias que he recibido y sigo recibiendo. Pero, en realidad, el bosque de la poesía no está formado por árboles de la misma especie, así que mi muy relativa singularidad, respecto de lo que se hace en México, en cuanto a poesía, no me convierte en un poeta aislado ni, menos aún, en un marciano.

           
 06




07




Lo que el Diablo me dijo…
Ácidos Latinoamericanos
Vade Ultra
-ángel armenta lópez

Rolar por el “deefe” y sus callejones, sus pulcatas y por sus mezcalerías anónimas (no esas pulcatas legales y con grafitis en las paredes, no, no, ¡anónimas!); banquetear y rolarla por donde se nos dé la gana, “On the road” diría Kerouac, me ha traído tantas anécdotas como tesoros, y uno de esos caminos me llevó a una de esas joyas; rolándola por el nada lejano tianguis sobre ruedas de acá de Santo Domingo, me topé con uno de esos puestecitos donde no existen las estructuras de metal, ni las mantas verdes, sólo una lona vieja en el piso basta pa’ tenderse y vender desde los libros de texto gratuito de la primaria, lámparas viejas, muñecas calvas, una pila de jabones Venus, toallas del Sport City, fibras para trastes y demás alhajas . Entre toda esa gama de utensilios, me topé con una joya del rock, qué digo del rock, ¡de la música toda! Una rarísima y extravagante compilación  de bandas Underground de Latinoamérica, bandas que rayan en la psicodelia y el garage, y de los países menos pensados de nuestro continente. La colección abre con un rolón de cabaret interpretado por Isela Vega, esa que muchos recuerdan por andar sin calzones. Su pieza “Little baby” nos atrapa por la primera oración: “¿Qué puedes encontrar en una cantina? ¡Hombres que han olvidado que son Dios”, y después la entrega total del cuerpo! (Algunos dicen que en esa rola el mismísimo Jodorowsky toca el bajo).

Después un cover en español de la famosísima canción Spill the Wine que tan sabrosamente interpretaba Eric Burdon & War. El cover corre a cargo de la banda Rabbits & Carrots, qué rola digna de repetirse y fumarse una y otra vez.  Otra de las piezas para señalar es la del combo Xingú con su cover al Zeppelin Moby Dick, bastante interesante y fresca. Otra rola que recuerdo y me marcó, es Meshkalina, de la banda peruana Traffic Sound, la usaba para fondear mi programa de radio (qué tiempos), rock peruano.  ¿Quién lo diría?
Otra de las bandas que me causaron gran interés fue la de  Los Tepetatles, bandón integrada por Carlos Monsiváis, Alfonso Arau y Chava Flores, con la canción de Teotihuacan A Go Go, aunque la más famosa, puede ser referida a Tlalocman, letra a cargo del monkiky; esta banda fue comparada con los Xochimilcas por el contenido de las canciones de carga irónica y temáticas prehispánicas, así también, podría decirse que fue el inicio de la legendaria banda Botellita de Jerez.
La lista sigue con bandas como Los locos, Juan el Matemático, los Dhag Dhag´s, Los Vidrios Quebrados, y esa bandota mexicana llamada Los monjes, con su temita “todo el mundo tiene problemas en la mente”. ¡¡Ufff!!

Así merengues, otra canción, es la de Frankie, Alfredo & París, una canción totalmente absurda. ¿El tema? El chile ¿El coro? : Chile no, como no, ¡porque irrita! Y así se la lleva 3 minutos 1/2.  Después Los Pets, una banda que hace otro cover, esta vez a las puertas de Yim Morrito con Hola, Te amo.  Y de ahí otro rolón, Rebelde Radioactivo, interpretado por la bandota de Los Sinners, esa rola que sale al final del mediometraje de Luis Buñuel “Simón del desierto”, la misma donde sale Silvia Pinal enseñando una teta de manera muy fresa, pues sí, al final como digno desenlace de Buñuel, Claudio Brook termina por ver bailar a la Chivis con esa delicia de los Sinners, y con eso concluye el viaje por esas bandas que jamás vieron la luz en sus países, mucho menos en el continente, y que de alguna o mejor dicho, de muchas formas, tenían algo qué decir, covers, versiones sicodélicas y letras extravagantes es lo que distingue a esta colección.

La compilación fue obra y gracia de Carlos Icaza de 1967 al 73, y como lo dice al interior del disco:
“Fértiles en creación y fuerza interpretativa, son buen argumento de contra historia musical latinoamericana. Bandas Underground que durante años pasaron desapercibidas por la historia oficial del rock. En el caso mexicano la historia fue escrita por autores con un gusto no muy educado y no muy informado”.
Esa oración dice mucho de cómo se ha construido la historia, no sólo del rock, sino en general, esa historia llena de prejuicios y adoctrinamientos de las cuales el rock tampoco pudo escapar, por fortuna, los medios de hoy en día nos permiten el acceso a esa historia, y mejor aún, crear el propio criterio sobre lo que escucha y disfruta.

Para concluir este texto, recordemos que el rock no es ni un género musical, ni un movimiento social, es una forma de vida, de salir a la calle, de convivir y “conbeber”, de subirse los pantalones, las faldas y hacerle frente a todo y todos aquellos que pretendan mancharse.
¡Súuuubele al volumen carajoooo!



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