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EDITORIAL
Apreciables lectores: Para el seminario cultural Artetipos es un honor poder contar a partir de este número, con la invaluable participación del Doctor Braulio Hornedo Rocha, anarquista, filósofo y pensador mexicano radicado en Cuernavaca; él nos presentará en estas páginas a lo largo de nuestras diferentes publicaciones, un tema amplio que desmenuzó en el Centro de Investigaciones y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos y que conforma su tesis de doctorado en Filosofía Política.
Zaid, el poeta lector
Catorce tragos dicen que es soneto
Ricardo Venegas
Desde Los demasiados libros (1996), Gabriel Zaid insistió en la importancia de la lectura como hábito, sobre todo en los estudiantes de las universidades que escriben tanto y leen muy poco o casi nada (salvo lo que la obligación académica les impone): “Lo cual implica (porque la lectura hace vicio, como fumar) que nunca le han dado el golpe a la lectura”, (Zaid, sic).
Con la publicación de La poesía en la práctica (1985), Gabriel Zaid abordaba desde el ensayo una de sus más caras preocupaciones en un planeta de escasos lectores: la distancia que hay entre el mundo pragmático y la idea de éste sobre la poesía. Tendemos a creer que la poesía es algo ligado a la inutilidad (como vano puede parecer el hábito de leer) y, nos devela el bardo, en realidad todo se mueve por ella.
Un fenómeno de actualidad en las escuelas y facultades de letras es el de la paraliteratura, textos de análisis literario que abren perspectivas y muestran contextos, puntos de referencia y comparación. El estudiante recurre con más frecuencia a ésta para no abordar la obra en sí con el afán de ahorrar tiempo y esfuerzo. Esto sugiere que nuestra experiencia se basa hoy en conocer más un gran poema por lo que otro escribe que por la impresión directa del lector ¿honesto? Sabemos más sobre la obra por la opinión de otros que por la experiencia propia del viaje de la lectura. ¿En dónde queda esa experiencia personal? Algo similar sucede con la vida de un autor. Se lanzan juicios inmerecidos sobre escritores relacionándolos con su biografía y se les conoce prejuiciosamente. A nadie le sirve saber lo peleonero que fue Ricardo Garibay a la hora de leer su obra, tampoco sirve de mucho saber que sor Juana tenía una esclava dedicada a sus servicios, eso no mejorará la apreciación que tengamos a la hora de leer sus liras.
No es extraño que un poeta ejerza una defensa de la lectura y predique con el ejemplo. El nombre de Gabriel Zaid es ya un icono en la formación de varias generaciones que han conocido la Asamblea de poetas jóvenes de México (1980) o el Ómnibus de poesía mexicana (1971), sendas ediciones que muestran panoramas iluminadores de tradición y actualidad de la poesía mexicana.
Si son pocos los poetas que hoy practican las formas clásicas como el soneto, verbigracia, es tal vez porque la “tradición de la ruptura” sigue viva y, por qué no decirlo, parece haber un rechazo –¿desconocimiento, miedo a la contaminación, ausencia de lecturas?- hacia la arquitectura de los catorce versos que, nos lo recuerda Lope de Vega: “dicen ser soneto”, sobre todo en los poetas de las generaciones más recientes. No quisiera aventurarme diciendo que esta es la década del verso libre o que la prosa haya encontrado su mejor expresión en el verso (Arreola encontró en la “varia invención” un punto catártico de lo inclasificable), pero es cierto que novelistas como el recientemente fallecido Daniel Sada, encontraron vetas de verdadera aportación literaria al explorar la fusión de los géneros, lo cual se traduce, para muchos, en un mayor interés por la lectura.
Celebro que Zaid sea un personaje que huye de las cámaras fotográficas, de los cocteles y de las farándulas; esta es, sin duda, una de las mejores enseñanzas: estar en la obra propia (y ser descubierto en ella) es todo lo que un escritor debe hacer.
Ricardo Venegas nació en San Luis Potosí, SLP, en 1973, aunque siempre ha vivido en Cuernavaca, Morelos. Estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y la Maestría en Literatura Mexicana por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, BUAP. Ha sido becario del Centro Mexicano de Escritores -2003-2004- (con la asesoría de Carlos Montemayor y Alí Chumacero) y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (2005-2006). En 2008 le fue concedido el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta.
Apreciables lectores: Para el seminario cultural Artetipos es un honor poder contar a partir de este número, con la invaluable participación del Doctor Braulio Hornedo Rocha, anarquista, filósofo y pensador mexicano radicado en Cuernavaca; él nos presentará en estas páginas a lo largo de nuestras diferentes publicaciones, un tema amplio que desmenuzó en el Centro de Investigaciones y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos y que conforma su tesis de doctorado en Filosofía Política.
El mito del progreso
Braulio Hornedo Rocha
“En un sentido muy real, somos pasajeros náufragos
a la deriva en un planeta condenado”. (1) Norbert Wiener
1. Presentación
De las dos clases de progreso inteligible en el caos del universo contingente quiero establecer de entrada una primera división entre dos formas conceptuales bien diferentes, aunque estrechamente vinculadas entre sí. Estas dos formas teóricas gravitan alrededor del concepto de progreso. Dos formas de naturaleza distinta y muy diferente evolución histórica, pero que suelen confundirse en una sola idea y llevar, en consecuencia, a erróneas conclusiones.
El “Progreso” como fenómeno natural antientrópico.
En primer lugar, el “Progreso” entendido como un fenómeno físico natural, puede ser conceptualizado desde la perspectiva científica de las matemáticas, la física y la cibernética. Esta concepción del “Progreso” deriva de una característica fundamental de ciertos sistemas naturales en los que se da una forma de “orden o progreso” tal que, local y temporalmente se oponen al imperio de la entropía. Este concepto de entropía es derivado de la segunda ley de la termodinámica en la que se establece, y lo digo de forma muy simplificada, que en el universo (conocido), la desorganización aumenta y el orden disminuye. Tales sistemas homeostáticos o “islas antientrópicas” son de muy particular interés para el género humano, pues el fenómeno al que damos el nombre de "vida" queda incluido en esta clase de sistemas físico naturales. Aunque a raíz del incipiente desarrollo de la cibernética, ese fenómeno antientrópico ocurre también en sistemas artificiales tales como los servomecanismos o los ambientes de la llamada inteligencia artificial.
La idea de un universo contingente, a diferencia de un universo rígidamente determinado por la razón humana, es de muy reciente concepción en las ciencias físicas y naturales (dado el predominio hegemónico de la física newtoniana, que reinó absolutista desde finales del siglo XVII hasta fines del XIX). Permanecen las secuelas de la idea de un universo determinista hasta el progresista siglo XX con Einstein y De Broglie quienes, por ejemplo, como una especie de “emisarios del pasado” defendieron esta concepción "determinista" del pensamiento científico.
Este predominio absolutista, conformó el sustento de la “creencia científica” en un universo regido por leyes determinadas y descifrables por el hombre, con vigencia eterna desde el micro hasta el macrocosmos (origen probable de la noción moderna del progreso positivista formulado por Auguste Comte). Esa tradición en declive, está dando paso a una nueva cosmovisión en la cual “la física ya no se ocupa de lo que ocurrirá siempre, sino más bien de lo que pasará con una probabilidad muy grande.” (2).
Dos personajes, entre muchos otros, contribuyeron de forma decisiva en este cambio del paradigma científico de las ciencias fisicomatemáticas a fines del siglo XIX: Ludwig Eduard Boltzmann (1844-1906) en Alemania y Josiah Willard Gibbs (1839-1903) en los Estados Unidos. Trabajando por su cuenta, lograron dejar de lado la arrogancia “universalista” de la concepción newtoniana, a cambio de la nueva cosmovisión de un universo contingente, probabilista, discernible a través de las teorías matemáticas de la medida, la estadística y la probabilidad, que se desarrollaron de forma paralela e independiente a la física durante el siglo XIX. Dice Norbert Wiener:
“...la novedad de Gibbs consistió en considerar, no un universo, sino todos los que son respuestas posibles a un conjunto limitado de cuestiones que se refieren a nuestro medio. Lo fundamental de su idea consiste en discernir hasta que punto son probables en un conjunto mayor de universos las respuestas que podemos dar a ciertas preguntas para algunos de ellos. Gibbs creía además que esa probabilidad tendería naturalmente a aumentar con la edad del universo. Se llama entropía a la medida de esa probabilidad, cuya característica principal es ser siempre creciente.
Al aumentar ella, el universo, junto con todos los sistemas cerrados que contiene, tiende naturalmente a empeorar y a perder sus caracteres distintivos, a pasar del estado menos probable al más probable, de un estado de organización y de diferenciación, en el cual existen rasgos y formas, a otro de caos e identidad. En el universo de Gibbs el orden es menos probable, el caos es más probable. Pero mientras el universo en su totalidad, si existe en cuanto total, tiende a ese estado definitivo, existen enclavados locales, cuya dirección parece opuesta a la del universo como un todo en los cuales hay una tendencia temporal y limitada a aumentar la complejidad de su organización. La vida encuentra asilo en alguno de esos enclavados. Ligada instintivamente a esa idea desde un principio, se inicia el desarrollo de la nueva ciencia: la cibernética.” (3)
La biología, la física, las matemáticas, la neurofisiología, la teoría general de sistemas, la robótica y particularmente la cibernética dan sustento a esta noción de progreso a la que necesariamente haré alusión de forma recurrente, para deslindar con frecuencia entre las simpatías y diferencias de estas dos ideas centrales del saber contemporáneo: la información desde la perspectiva matemática y sistémica de la cibernética, y la del conocimiento desde la postura de la tradición epistemológica de la filosofía. Ante esta primera acepción del “progreso científico”, universal, perenne e ineludible, “que nadie puede parar”, dice Gabriel Zaid:
“Nadie va a parar el progreso: tiene miles, millones de años. Ni la ciega voluntad de progreso, que tiene apenas unos siglos. Hasta sin saberlo, o sin quererlo, somos ejecutantes de esa voluntad que se extiende por el planeta. Sólo podemos exigirle autocrítica: volverla nuestra de una manera menos ciega; hacerla progresar, enfrentándola a sus resultados. Ningún progreso parece hoy más urgente que superar la ciega voluntad de progreso.”(4)
Es entonces menester diferenciar el “Progreso”, como el nombre propio de un fenómeno natural identificado y descrito por las ciencias físicas, matemáticas y naturales, nombre que utilizo convencionalmente en mayúscula y entrecomillado para diferenciarlo de la ciega fe en el progreso, entendida como un fenómeno ideológico, político cultural derivado de aquel. Esta tarea se inicia, en primer lugar, por dos historias no sucesivas, sino paralelas a veces y entrecruzadas casi siempre.
La historia del “Progreso” pasa por la historia de la cibernética a partir de la génesis y evolución del saber racional, cimiento de la noción de número y su evolución conceptual en el pensamiento matemático, por la posterior capacidad mental de cálculo y finalmente el desarrollo de instrumentos de cómputo, comunicación y control, tales como calculadoras, computadoras, medios de comunicación artificiales, servomecanismos y robots, hasta ese matrimonio en ciernes del acoplamiento entre el cerebro y la computadora.
En segundo lugar, me ocuparé de la más breve y compleja historia de la gradual transformación del “Progreso” en la “ciega fe en el progreso”. Como un fenómeno histórico ideológico cultural, económico y político que culmina en nuestros días en la “cultura del progreso”. Cultura emblemática de esa tribu invisible pero omnipresente, de nosotros los evangelizadores universitarios al servicio del mercado global y la sacrosanta ley que garantiza la reproducción y acumulación del capital, característica de la modernidad y de sucedánea constancia en la posmodernidad.
La historia de la idea de progreso abarca, en mi limitada mirada, apenas los tres mil años a los que nos exhorta el poeta Goethe. “El que no sepa dar cuenta de al menos tres mil años está condenado a la miopía del día a día”. Y ¿qué son tres mil años en los cuatro millones de historia como homo erectus? ¿O en los quinientos mil años de la apropiación humana del fuego? Mito primigenio. ¿O en los diez mil años del conocimiento de la agricultura? ¿O en los cinco mil años de los primeros vestigios de ciudades? Tres mil años es apenas un parpadeo en esta larga historia del género humano y la evolución de sus creencias al saber y conocer modernos. El largo transitar cíclico del mito a la religión y la ciencia.
La idea del progreso se encuentra profundamente enraizada en los meandros de, al menos, los pasados tres mil años de historia de la Cultura Occidental, (greco romana y judeo cristiana, eurocentrista e imperialista, racionalista, cientificista y escolarizada).
Particularmente desde los pasados mil años en que florece la práctica del comercio entre regiones distantes y surge la moneda, el mercado y el capitalismo. De los pasados quinientos años en los que el espíritu renacentista acuna el espíritu laico racional, científico y cientificista. De los recientes doscientos cincuenta años en que la revolución industrial y el mito del progreso nos han colocado en el umbral del suicidio universal del todavía arrogante género humano.
La historia de la Cultura Occidental es la historia de la cultura del progreso. En Homero, Hesíodo y algunos presocráticos, encontramos ya los gérmenes de la idea de que en el saber humano acumulado reside la simiente donde florece el primer peldaño en el ascenso de la humanidad hacia la felicidad y el progreso. Hasta llegar a nuestros días donde el desarrollo científico y tecnológico, ligado con el desarrollo económico y el desarrollo urbano, como engendros del Dios Padre del progreso, dan pie a esos excesos ideológicos que maquillan y ocultan sus desastrosas consecuencias.
La idea del desarrollo sustentable por ejemplo, además de ingenua políticamente, casi tanto como deseable económicamente, es profundamente peligrosa para la supervivencia humana, pues como las buenas intenciones en el proverbio, conduce directamente al pavimentado camino del infierno.
En este trabajo mostraré el papel que los universitarios jugamos en la actualidad como la culminación de ese otro “espíritu absoluto en el devenir de la historia”. La gente de libros, los expertos profesionales, somos los portavoces de la moderna fe universal, y proveedores certificados de progreso en el mercado global. Pues cuando por fin logramos ser reclutados por el poder del capital (léase tener un empleo bien remunerado), dejamos las aulas, listos para predicar la buena nueva del progreso al alcance de “todos”, empezando, desde luego, por nosotros mismos, al cambiar gustosos, créditos académicos por créditos bancarios. Los universitarios bien domesticados y entrenados como obedientes caballitos de circo, somos fabricados como uno más de los subproductos del orden económico que nos domina y determina brutalmente, al grado que aceptamos gustosos la esclavitud voluntaria, pero eso sí, jurídica y políticamente matizada (sólo por ocho horas al día y con “week end”, conquista sin duda progresista).
Pero entonces ¿por qué diantres cuestionar al progreso, como indica el impertinente título de este sitio?
Porque “el futuro, ese desfiladero hacia el que apunta el progreso moderno” (5) nos lleva irremediablemente a ver perderse en el abismo a las ovejas encomendadas a ese modesto “pastor del ser” cuya tarea fundamental es precisamente “ser en el mundo”. “El hombre no es el déspota del ente. El hombre es el pastor del ser.”(6)
¡No! no somos los amos, ni cúspides de la creación divina. La Tierra no nos pertenece, nuestro destino es pertenecer a la Tierra; apenas y somos un aleatorio y prescindible instante sin tiempo en la insondable vastedad de lo inefable. Náufragos condenados ineludiblemente al habitar trágicamente como vecinos del ser para después sucumbir.
Referencias
(1) Norbert Wiener. Cibernética y sociedad. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1969, p. 38
(2) Ibidem, p.12
(3) Ibidem, p.14
(4) Zaid, Gabriel. El progreso improductivo. El Colegio Nacional. México, 2004, p. 13
(5) Constante, Alberto. Los monstruos de la razón. FFyL UNAM, ITESM. México. 2006, p. 33
(6) Heidegger, Martin. Carta sobre el humanismo. Ediciones Peña hermanos. México. 1998, p.98
(7) Castañón, Adolfo. Cielos de Antigua. Artemis-Edinter. Guatemala, 1997, p.31
(8) Zaid, Gabriel, Cuestionario. Fondo de Cultura Económica. México 1966. p. 87
Agradecimientos:
Este proyecto de investigación académica fue realizado como tesis de posgrado en Filosofía, originalmente en la UNAM, pero concluido en el Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos CIDHEM, bajo la guía de mis admirados maestros los doctores: Alberto Constante, Elsa Cross, Adolfo Castañón, Carlos Melesio Nolasco, Carlos Montemayor, Ricardo Pérez Montfort, Vicente Quirarte, Jean Robert, Octavio Rodríguez Araujo, Antonio Ruiz Taviel, Álvaro Sánchez González a quienes agradezco sus enseñanzas y magistral ejemplo, permanente estímulo para ir construyendo con sus observaciones y críticas este trabajo. Ambrosio Velasco Gómez aceptó dirigir esta tesis desde la práctica espléndida de su infatigable docencia y escrupuloso aliento a la libertad. A Verónica Peinado y Luis Tamayo agradezco además de su generoso magisterio la impecable amistad y sus pacientes e implacables lecturas y correcciones a lo largo de la elaboración del manuscrito. Agradezco también con mi devota admiración y perenne afecto a: don Alfonso Reyes, Iván Illich, Jorge Luis Borges, Ricardo Mestre, Jaime García Terrés, José Luis Martínez, José Emilio Pacheco, Fausto Vega y Gómez Gabriel Zaid y Braulio Hornedo Farriol por fungir como mis más íntimos y permanentes mentores a lo largo de casi toda mi existencia. Igualmente agradezco a: Renato Galicia Brito y Enrique Palacios Martínez por la calidad de hermanos consejeros y la calidez de solidarios compañeros en el transcurrir del día a día. A mis hijas: Jazmín, Mila Citlalli, Montserrat Nayelli y Andrea Maricruz por la dicha de hacer habitable mi vida con su festiva compañía, en particular debo mencionar a Monchini Chirimbombini que en un dibujo profético anticipó todo este proyecto. A las compañeras: Geraldina, Fina, Manina, Andrea y Cecilia por su infinita e imprescindible paciencia. Finalmente, aunque siempre como principio, a mis padres: Braulio Hornedo Cubillas y Marycruz Rocha Hernández pues su ejemplo, fue y ha sido, que la lectura placentera conduce a la sencilla poesía en la práctica de la libertad.
Créditos
(Nota del grupo editorial). Hemos realizado todos los esfuerzos a nuestro alcance en la búsqueda y acreditación de las fuentes y referencias de las obras reproducidas en este sitio sin más propósito que contribuir a la creación de una cultura humanista en una sociedad tecnológica. Pedimos una excusa anticipada por cualquier omisión o error involuntario en este sentido. Nos sentiremos muy complacidos de actualizar o corregir cualquier error o irregularidad en esta obra a partir de sus observaciones y sugerencias.
Bajo la fronda poética de Kenia Cano
Por Diego José
Sólo la auténtica poesía es producto de la inspiración, y cuando la inspiración proviene de la fuerza entrañable que proporcionan los ciclos del amor y de la vida, cuando celebra los misterios de la tierra, la palabra y el mito, entonces sus expresiones se convierten en una energía que toca y modifica el corazón humano. Para el bardo Robert Graves: «La verdadera práctica poética exige una mente tan milagrosamente afinada e iluminada que puede transformar las palabras, por medio de una serie de más que coincidencias, en una entidad viviente, en un poema que puede actuar por sí solo (durante siglos después de la muerte del autor, tal vez) afectando a los lectores con su magia almacenada». Por otra parte, Octavio Paz reconoció con cierta humildad que «al escribir aposté por la más frágil y preciosa facultad humana: la memoria. Aposté no por la perduración de mi persona sino por la de unos cuantos poemas». ¿Qué podemos esperar de un libro de poesía?: Que fuere memorable. ¿Qué le exijo a sus páginas más allá del interés momentáneo, el entusiasmo y la elocuencia?: Que fecunde mi imaginación, que propicie un encuentro con sus temas, que me revele alguna variación interior de mi ser y de la existencia humana.
Tengo la creencia de que todo poeta que se entrega al servicio de la poesía, funda con su lenguaje un espacio personal, habitado por los símbolos que la naturaleza, la experiencia de vida y la tradición le proporcionan.
El orden físico es el detonante de su sensibilidad y la fuente de sus metáforas, la vida —no sólo como testimonio sino como conocimiento— fortalece sus cualidades emotivas que son el origen íntimo de la necesidad poética, y por último, su identificación con la obra de los maestros poetas de todos los tiempos, le proporciona un camino, una referencia y una carta de navegación que le sirven para desarrollar sus habilidades y su técnica —no sólo como expresión literaria sino como consciencia de su realidad.
Con su libro, Las aves de este día, Kenia Cano logra algo que muchos escritores ambicionan, pero que sólo aquellos cuya tenacidad, entrega y predisposición, les permite consignar, esto es, constituir el universo de su imaginario poético, fundar un espacio desde donde su voz puede oírse en el concierto de la poesía. Me alegra descubrir que dicho espacio coincide con la imagen del jardín simbólico que tantos poetas utilizamos como metáfora del universo interior y exterior. También me alegra saber que en el jardín de Kenia Cano se celebra a la Musa bajo sus distintos rostros y manifestaciones: Naturaleza, Eros, Thanatos, Destino, Azar, Mito, Misterio.
Por arrojar un puñado de versos, tomados de distintos poemas del libro, donde se vislumbran estos temas: «El cuerpo de los amantes no tiene raíces», «Cada movimiento estaba / escrito en el árbol», «Si salían del amor ilesos fue porque nunca entraron al amor”», «El abismo tiene las manos largas y huele a ti», «El zumbido de Dios en una diminuta manzana», «Todo lo que toca fondo nace de la duda». Imágenes afortunadas que transitan con libertad el mundo de lo concreto y se adentran en las honduras de la existencia y sus enigmas.
El primer verso del libro es iluminador, en él cifra el árbol totémico de sus páginas: «En el centro del mundo hay un laurel». Bajo su fronda ocurre la vida, se dan cita los deseos, se anhelan los hubiera, se resguarda el misterio, se evoca a los muertos y a los que aún no son, pero sobre todo: se escribe el poema y el libro. Dentro de la simbología del laurel destaca su condición profética y su vigor sexual: las sacerdotisas de la Madre Tierra masticaban hojas de laurel para estimular sus visiones. Cuando el culto a Apolo suplantó los oráculos de la diosa, en Delfos, el dios solar ostentó la primera corona de laurel y la pitonisa era la única que podía masticarlo.
Tres cualidades formales acompañan a cada una de las secciones que ordenan a Las aves de este día: preponderancia en el ritmo interior o cadencia de los poemas, riqueza verbal o amplio manejo del lenguaje, y, afinidad por un discurso simbólico altamente evocativo.
Voy a detenerme un momento en dos poemas.
El primero pertenece a la sección «Los días que se caen de la mano». Se trata de un ejercicio de autocomprensión y esclarecimiento. La poeta asume: «Nací un día que los pájaros / se sostenían de un alambre», bello trazo para iniciar un autorretrato. Más adelante se describe como «hidra partida por el deseo», signo de alguien que posee una necesidad perenne. El poema avanza y termina declarándonos su vocación poética: «Nací un día que no pasaba nada raro / pero todo era pegunta // Un día que tenía todo en su lugar / pero los objetos pedían otro nombre». Muchas veces se ha dicho que la misión del poeta es intentar responder a la pregunta de la Esfinge y nombrar las cosas del mundo.
El otro poema que cito es «Abejas», incluido en la sección que clausura el libro. Otra vez una imagen nos sorprende al comenzar la lectura: «Las abejas visitan la magnolia como preguntas». Sin duda, cada quien ve lo que quiere ver, pero de acuerdo al sentido que sugiere el texto: ¿qué clase de preguntas puede representar una abeja? Pues bien, la abeja es un animal consagrado a la diosa por varios motivos: son las productoras de la miel, uno de los frutos más apreciados y bendecidos de la Madre Tierra. Según el mito, el hijo de Rea, el supremo dios de los olimpos, sobrevivió alimentado con la leche de Amaltea y la miel de la reina abeja Melisa. El nombre que reciben las sacerdotisas de Deméter en los cultos eleusinos es justamente ‘Melissai’ (las abejas), por lo tanto, las portadoras del mensaje de la Diosa o Musa, simbólicamente son las abejas.
Además, en su poema, Kenia Cano alude particularmente a «las abejas de Yeats», uno de los poetas inspirados por la Musa, se refiere a unos versos del excelso poema Meditaciones en tiempos de guerra civil, en el cual, las abejas cumplen con la misión de suplir el nido abandonado del estornino con una colmena, o bien, restaurar la desolación del mundo por la guerra. ¿Cómo?: a golpes de inspiración. También se refiere a las abejas de Merwin, cuya presencia le resulta curativa en el hospital de St. Vincent´s. En el poema de Cano, las abejas también son restauradoras del orden espiritual, por esta razón, Ella les pide que limpien su casa, que «entren y salgan despacio por la ventana / auque sea amargo el amor». Así como, portadoras del mensaje: «Ella recoge las abejas y las coloca secas sobre la mesa / tal vez después llegue el poema».
Debo confesar que, entre mis poetas tutelares, el irlandés W. B. Yeats tiene un lugar predominante, así que agradezco la coincidencia. Yeats dice algo que me parece importante recordar, sobre todo en tiempos en que tanta poesía dice tan poco: «la poesía conmueve debido a su simbolismo». En este cuaderno descubro destellos luminosos que reivindican la tarea del poeta, gracias a su carga metafórica. La voz que escucho en este conjunto de poemas me resulta familiar, cercana, distinguida, sólida, transparente, conmovedora. Lo cual es decir mucho de un poeta.
Sinceramente espero seguir participando de la obra de Kenia Cano, le deseo una cosecha poética vigorosa más allá del prestigio, y le comparto estas palabras de otro importante maestro, Robert Graves, que sin duda comprende: «Los poetas auténticos convendrán en que la poesía es una iluminación espiritual impartida por un poeta a sus iguales, no una técnica ingeniosa para influir en el ánimo de un auditorio popular o para entretener a los comensales embriagados de un banquete». Dichosos aquellos que pueden acercarse a una obra auténtica y hermosa como el libro que hoy celebramos.
Tlayacapan, Morelos, Verano de 2011
Lavorare stanca Versión al castellano de Gustavo Martínez
Cesare Pavese
Traversare una strada per scappare di casa
lo fa solo un ragazzo, ma quest’uomo che gira
tutto il giorno le strade, non è più un ragazzo
e non scappa di casa.
Ci sono d’estate
pomeriggi che fino le piazze son vuote, distese
sotto il sole che sta per calare, e quest’uomo, che giunge
per un viale d’inutili piante, si ferma.
Val la pena esser solo, per essere sempre più solo?
Solamente girarle, le piazze e le strade
sono vuote. Bisogna fermare una donna
e parlarle e deciderla a vivere insieme.
Altrimenti, uno parla da solo. È per questo che a volte
c’è lo sbronzo notturno che attacca discorsi
e racconta i progetti di tutta la vita.
Non è certo attendendo nella piazza deserta
che s’incontra qualcuno, ma chi gira le strade
si sofferma ogni tanto. Se fossero in due,
anche andando per strada, la casa sarebbe
dove c’è quella donna e varrebbe la pena.
Nella notte la piazza ritorna deserta
e quest’uomo, che passa, non vede le case
tra le inutili luci, non leva più gli occhi:
sente solo il selciato, che han fatto altri uomini
dalle mani indurite, come sono le sue.
Non è giusto restare sulla piazza deserta.
Ci sarà certamente quella donna per strada
che, pregata, vorrebbe dar mano alla casa.
Trabajar cansa
Cesare Pavese
Atravesar una calle para escapar de casa
lo hace sólo un niño, pero este hombre que anda
todo el día por las calles ya no es un muchacho
y no escapa de casa.
Hay tardes de verano
en que hasta las plazas son vacías, tendidas
bajo el sol que está por caer, y este hombre que llega
a un sendero de plantas inútiles, se detiene.
¿Vale la pena estar solo, para estar siempre más solo?
Caminar solamente; las plazas y las calles
son vacías. Es preciso detener a una mujer,
y hablarle y persuadirla de vivir juntos.
De otra manera, uno habla a solas. Es por esto que a veces
el borracho nocturno emprende un discurso
y recuenta los proyectos de toda la vida.
No es cierto que esperando en la plaza desierta se encuentre a alguno; pero quien va por las calles hace una pausa de vez en cuando. Si fueran dos, aunque andando las calles, la casa estaría donde aquella mujer y valdría la pena.
En la noche, la plaza vuelve a quedarse desierta y este hombre que pasa no mira las casas entre inútiles luces, ya no levanta los ojos: sólo mira el empedrado que han hecho otros hombres de manos endurecidas, como las suyas.
Ciertamente habrá esa mujer por la calle
que, orando, quiera echar una mano a la casa.
Cesare Pavese
Nació el 9 de septiembre de 1908 en Santo Stefano Belbo (Cúneo) y fue el último de cinco hijos de una familia pequeño burguesa de origen campesino. Cuando sólo tenía seis años, murió su padre. Cursó estudios en Turín y, entre sus profesores de la escuela media superior, cabe señalar a Augusto Monti, figura de relieve del ambiente antifascista de la ciudad, amigo de Piero Gobetti y Antonio Gramsci. En 1932 se licenció en letras con una tesis sobre Walt Whitman; en esa misma época, empezó su actividad de traductor con Moby Dick de Melville y La risa negra de Sherwood Andersoni. Tradujo también a Gertrude Stein, John Steinbeck y Ernest Hemingway, y comenzó a escribir crítica literaria.
Fue uno de los fundadores de la editorial Einaudi, en la que permaneció como editor hasta su muerte.
En 1934 lo nombraron director de la revista "Cultura", donde publicó sus escritos antifascistas. En mayo de 1935 fue detenido por motivos políticos y confinado en Brancaleone Calabro. En 1936 regresó a Turín y publicó el libro de poesía Lavorare stanca. Durante la guerra, se refugió con su hermana en Serralunga y, cuando aquélla terminó, se inscribió en el Partido Comunista Italiano.
La narrativa de Pavese trata, por lo general, acerca de conflictos de la vida contemporánea, entre ellos la búsqueda de la propia identidad, como en La luna y las fogatas (1950), considerada como su mejor novela.
Víctima de repetidas crisis depresivas, Cesare Pavese se suicidó el 27 de agosto de 1950 en un hotel de Turín, ingiriendo doce sobres de somníferos.
Texturas del subsuelo
Senderos interpretativos: Chimalacatlán, tradición oral
Mauricio Gasca Heredia
Enclavada en tres puntos estratégicos entre la zona sur del Estado de Morelos, Puebla y Guerrero se ubica este pueblo y zona arqueológica descubierta alrededor del siglo XVIII, nos adentramos a estos nuevos senderos que muy recientemente se encuentran abiertos al público en general, aunque es zona escabrosa y de difícil acceso a razón del nada vasto democrático servicio urbano, corrimos con buena gloria y suerte, al caer en manos de la familia de abolengo apellido Brito, quien en batuta y hacedor de historias varias Pablo Brito fue nuestro guía, en diversas interpretaciones a esta anécdota que hoy es escrita.
Chimalacatlán es pueblo chico con un aproximado de 600 personas habitando esta zona alrededor de los cerros de la Sierra de Huautla, el Cerro del Venado y el Cerro de la Aguja, se intuye como refugio zapatista por su altura y por su descubrimientos de cuevas, como lo es el caso de su cueva encantada la cual arraiga en su haber restos de origen prehistórico fosilizados, también abierta al público, su población ejerce ámbitos comerciales a la producción de elote y semilla que en su caso se ocupa para alimentación personal y para forraje para ganado mayor 100% natural y orgánico, los frutos y semillas a sembrarse son variados o por temporadas pues están expuestos a la gracia del dios Tláloc, comentando que su veneración data de siglos atrás pues bien en su zona arqueológica fueron encontrados restos y ofrendas en su memoria, indicativos de que la lluvia era factor preponderante para la producción de semillas y frutos tanto como de hierbas naturales para la curación homeópata natural y holística propiedad sin duda de la sinergia de las personas quienes habitaron dicha zona; los frutos que encontramos en su momento fueron papaya, tamarindo y chico zapote.
El maíz predomina aunque se encuentran en un desabasto de agua que hoy comienza a convertirse en problemática de importancia, fue a razón de jalar agua que fue descubierta la zona digamos recientemente con un trabajo del INAH Morelos de más de cinco años, gracias a los pobladores en general que también invirtieron su tiempo para armar los basamentos piramidales que hoy serán parte de la contemplación de un poblado y patrimonio de la entidad mexicana.
Esta zona ha sido declarada como una de las más antiguas del periodo preclásico y con presencia Olmeca presenta basamentos piramidales que van desde un pequeño juego de pelota en su inicio de exploración, hacia su cúspide con demasiados lineamientos que marcan los posibles basamentos a un por escarbar y descubrir, áreas que nos invitan a la reflexión de espacios habituados para la comercialización o trueque de mercancía, entre la orfebrería y lo comestible, algunos orificios enclavados que alucinamos fueran pequeños acueductos de agua o entierros ceremoniales, en esta subida al cerro se percatan un basamento piramidal enorme con una piedra nada común de la zona, piedras megalíticas que conforman unas escalinatas enormes de una piedra sin sedimento aún, refleja la intuición de culturas del occidente asentadas en dicho lugar y la muy popular interrogante ¿Cómo cargaron o trajeron esas piedras hasta los cerros más altos de Morelos?
Casi a un costado de esta pirámide enorme encontramos una planicie donde fueron encontrados estos restos ceremoniales al Dios Tláloc que consisten en unas vasijas de barro, collares de piedra caliza y conchas que se pueden observar en su museo de sitio ubicado al centro del pueblo, cabe mencionar que en un supuesto esta zona fue minera, aunque no observamos aún la extracción de las mismas hay un encuentro con estos minerales en sus descubrimientos más recientes, encontramos también que arbustos como las cactáceas dan presencia de agua en el subterráneo, y a sus orillas retiradas presencia del Río Balsas tanto como el Amacuzac, con dosis de mantos acuíferos como ojos de agua.
A punta de cielo, sobre, denominemos, la pirámide principal se pueden observar todos los cerros antes mencionados, se respira aire puro, una panorámica impresionante, un mirador como muy pocos por supuesto, como también son pocos los venados que abundan en la zona, predominan aún el venado de cola blanca y el denominado de nueve picos que es muy similar a la de la efigie de bronce que ostenta la UAEM.
A este magnífico senderismo le atribuimos mucha magia, recomendamos se llegue temprano sus rutas salen 11:30 am en punto entre 2:30 pm y 3:30 pm y sólo hay un regreso a las 5:30 pm se recomienda llevar auto, de preferencia camioneta o doble tracción la cumbre es borrascosa; la zona arqueológica se encuentra abierta todos los días, es necesario ir con mucha muy buena vibra es una expedición para aventureros, sus pobladores son afables con la gente que les visita, creen en nuevas formas de comercio, como el justo y las nuevas tendencias alternativas ecológicas y turísticas en cuanto a reproducción y comercialización de sus productos totalmente orgánicos y naturales , hoy apuestan su tiempo dinero y su esfuerzo a la siembra del copal florido, Linaloe para la aplicación medicinal y dermatológica, esperando pronto apoyo de nuestros gobiernos, sin más es este sólo un breve anecdotario de lo vivido con Bianca Islas de la familia Brito que nos acogió y adoptó desde el primer instante que tocamos Jojutla, queda cuenta de este sendero interpretativo en voz de Pablo Brito, en el cual cabe la tradición oral cronista del pueblo de Chimalacatlán y que hoy asentamos por escrito.
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