martes, 17 de enero de 2012

Seminario cultural No. 54. Estimados lectores, al final de las páginas del suplemento, se pueden leer los contenidos de cada edición. Un saludo y feliz lectura.


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Queridos lectores: Aquí tenemos la entrega número 54 del seminario cultural Artetipos, que estrena el Taller de Creación Literaria, ojalá nos acompañen a través de nuestras páginas semanales. Un fuerte abrazo.

Ricardo Ariza Jaimes
Editor






El Golem

... a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.
Jorge Luis Borges, “El Golem”

Eduardo Hurtado

México vive uno de los momentos más peliagudos de su historia. A más de cinco años de la guerra declarada sin reflexión ni cálculo por Felipe Calderón, el número de muertos resulta ominoso. La responsabilidad de los ciudadanos de cara a los comicios de este año es mayúscula: elegir al encargado de llevar adelante las políticas necesarias para recomponer el camino.
Uno de los principales candidatos es el producto de una campaña coordinada por los poderes fácticos, con Televisa al timón. Atenta al modelo foxista (que consistió en llevar a cabo una precampaña intensiva durante seis años), a partir de 2007 la cadena televisiva se ha encargado de poner en primer plano la figura de un joven priísta de viejo cuño, Enrique Peña Nieto, ex gobernador del Estado de México. Las herramientas principales, junto a los spots disfrazados de noticias y las noticias configuradas como spots, han sido las encuestas. Desde entonces “el apuesto y muy eficaz político mexiquense”, según reza el perfil más socorrido, no cesa de sacar ventaja en las preferencias de los mexicanos.  
El hombre fuerte del PRI es un mito diseñado y difundido desde las pantallas. Ante la falta de acciones distintivas, ciertos hechos recientes (la selección adecuada de su sucesor en el gobierno del estado y el consecuente triunfo de su partido en las elecciones) se han publicado como ejemplos de virtuosismo. Exiguas muestras, si lo que buscan es dar cuenta de las destrezas de un político que se vende como excepcional.
Como sea, la perseverancia en la estrategia ha dado frutos: durante años, millones de mexicanos se han mantenido en la certeza de que si un líder encarna la posibilidad de un gobierno “ordenado”, ese es el heredero de Arturo Montiel y el grupo Atlacomulco. Para sostener tal esperanza, sin embargo, es preciso olvidar muchas cosas ―Atenco, por ejemplo, ese episodio en el que la administración de Peña impuso el orden al más rancio estilo autoritario: a punta de catorrazos y vejaciones. Las expectativas de los peñanietistas no parecen fundarse en hechos verificables. Si alguien le pidiera a un puñado de adeptos referir una acción o una frase destacadas del susodicho, el rubro “No sé” alcanzaría un porcentaje inexplicable.
Atenido a las aclamaciones de sus promotores, el candidato resplandeció en los escenarios políticos sin necesidad de un discurso. Le alcanzó con recitar unas pocas líneas más o menos trilladas, con cadencia, ademanes y léxico de político setentero. Pero la circunspección ha dejado de ser alternativa para él, dada la enorme demanda de puntos de vista sobre los más variados temas que hoy está obligado a enfrentar. Y ha sucedido lo ineludible: el original no empata con el simulacro.
En la FIL Guadalajara 2011, durante la presentación de uno de esos proyectos para la construcción de un nuevo México que acompañan a todo presidenciable, un reportero del diario español El Mundo le lanzó una pregunta muy básica, que para el mexiquense resultó venenosa: puesto que estamos en un espacio dedicado a los libros, mencione usted tres que hayan influido en su vida. Titubeante, el Licenciado comenzó por mencionar, no sin cierto desparpajo, La Biblia. “No toda, por supuesto”, explicó de inmediato, bajo el reclamo insidioso de su mala conciencia.
Lo que siguió fue peor: incapaz de obtener “algo” de los archivos vacantes de su memoria, ensayó traer a cuento un par de títulos de cierta actualidad, sin atinar a nombrarlos de manera correcta y sin poder referir la identidad de sus autores. El episodio se prolongó durante varios, agónicos minutos. El hombre resbalaba como caballo en un iceberg, farfullaba desconcertado, miraba el piso y luego el techo con ojos de espanto, mientras las risas de los asistentes oscilaban entre la mofa y el nerviosismo.
Horas más tarde la escena circulaba por las redes sociales, condimentada con todo género de chascarrillos sangrientos. Para los millones de mexicanos que no tienen acceso a Internet el asunto ha quedado, gracias al empeño invertido en paliar la ignorancia y la falta de reflejos exhibidas, en un hecho anecdótico. Para quienes hemos atestiguado el realismo casi obsceno del video, el derrapón dice más: don Peña no pudo transportar, a su memoria primero y a sus labios después, tres títulos de la literatura universal.
¡El Rey va encuerado! El hallazgo se propaga a velocidad cibernética.
Los impulsores del espejismo peñanietista se han prodigado en excusas. Leer, arguyen, está sobrevaluado. Que un político rehuya tan prescindible actividad no tiene por qué perjudicar el desempeño de su labor. Por lo demás, agregan, dado que la inmensa mayoría de los mexicanos no lee, aquellos que se han echado en montón a ridiculizar la ignorancia del priísta, iletrados ellos mismos, carecen de autoridad para criticarlo.
El primer alegato merece una reflexión aparte. El segundo es un sofisma: que los mexicanos conformen una de las naciones menos lectoras del planeta es un hecho que en gran medida responde a las deficientes políticas educativas de sus gobiernos. Lo menos que puede hacer un pueblo que ha sufrido una calamidad así, es pedir que quien aspira a gobernar y representar al país entero tenga otra formación ―y un interés razonable en la enseñanza y la cultura. Las peripecias de Peña en Guadalajara exhibieron a un sujeto del que puede afirmarse todo lo contrario. No es de asombrar entonces que millones de ciudadanos de las más variadas condiciones (pirrurris, clasemedieros, proletarios, ígnaros, alfabetizados y hasta doctos), hayan tenido el impulso de traducir en clave humorística una demostración tan deplorable.
En cuanto al primero de los razonamientos esgrimidos por los abogados del gobernante inculto, vale preguntarse: ¿de verdad no importa que un político ―y algo más: el aspirante a la presidencia de un país democrático― no lea? Porque, hay que admitirlo, el señor Peña quedó exhibido y confeso: no es que haya leído poco, ni que sus lecturas se circunscriban a ciertos temas... Es que no lee. Desde luego, no se trata de exigirle a los más altos dignatarios de nuestra clase política que en el desempeño de sus obligaciones muestren alguna familiaridad con el arte, la ciencia o la metafísica. Se trata sólo de que en su visión de las cosas asome un cierto trato con las ideas.
“No tengo tiempo para leer”, arguyó el candidato en plena crisis de inopia intelectual. Quien así se revela deja ver un íntimo convencimiento de que la cultura no aporta utilidad alguna, que la comprensión de los conflictos de un país no exige ninguna sutileza. Y sin embargo, la realidad más inmediata parece apuntar en un sentido distinto. Otro gallo nos cantara hoy mismo si Felipe Calderón tuviera la capacidad de matizar ideas, si tuviera la sensibilidad necesaria para escuchar los argumentos de aquellos que le piden de múltiples maneras reconsiderar su estrategia de combate al crimen... ¿Cómo llevar el tema de la lucha contra el narcotráfico a un terreno que supere el enfoque maniqueo de los buenos contra los malos, si la idea que se tiene del mundo ocurre en blanco y negro? ¿Cómo entender problemas complejos cuando se carece de una mínima formación humanista y, en consecuencia, de la variedad de perspectivas que contribuyen a configurar una visión amplia de los conflictos?
Es verdad que la lectura de algunos títulos del pensamiento universal no es garantía de que un político actuará con visión de estadista, pero no haberlos leído sí garantiza que ese político no actuará como un hombre de Estado. Este es el trasfondo de las declaraciones de Carlos Fuentes a la BBC: “Este señor [Peña] tiene derecho a no leerme. A lo que no tiene derecho es a ser Presidente de México a partir de la ignorancia... Los problemas exigen un hombre que pueda conversar con Obama, Angela Merkel o Sarcozy, y no es este el hombre capaz de hacerlo.” 
La inconveniente intervención de Paulina Peña en pleno Guadalajaragate ha evidenciado otras dolencias. Indignada, la joven interpeló a través de su twitter a quienes con tanto encono hacían escarnio de su padre, cosa razonable y hasta meritoria, de no ser porque al elegir un insulto de las proporciones de su enojo decidió optar por uno sembrado de implicaciones clasistas: “Un saludo a toda la bola de pendejos, que sólo forman parte de la prole y sólo critican a quien envidian.” La actitud de la chica obliga a pensar en su entorno más próximo ―el cual, por más que uno quisiera pasar por invidente, incluye a su progenitor.
Se podría alegar que es rigorista juzgar a Peña por esta opinión de su hija. No hay que olvidar, sin embargo, que a menudo se les pide a los ciudadanos trasladar a la figura de los políticos ciertos valores encarnados en sus parientes más cercanos. Tan legítimo como pensar en la buena cepa del funcionario que aparece en las fotos o las pantallas rodeado de sus hijos modositos y su hermosa mujer, resulta sacar conclusiones respecto a los puntos de vista de ese mismo individuo cuando uno de los suyos exhibe una conducta discriminatoria. No es exagerado especular, luego de conocer la opinión de la joven Peña, que ella suele escuchar expresiones semejantes: “Es que la prole no entiende de otro modo”, por ejemplo.
El tema se vincula con un nuevo eslabón en esta cadena de equivocaciones: el olvido, por parte del flamante candidato, del monto del salario mínimo. ¿Lo conoció en algún momento? ¿El tema le parece irrelevante, un asunto propio de amas de casa? El día en que obtuvo su registro como aspirante único de su partido a la presidencia, Peña intentó borrar con una sola frase la incultura y la falta de recursos exhibidos en la FIL: “Puedo confundir los nombres de los escritores, pero no me olvido de la pobreza.” Dado que la pifia del salario mínimo había ocurrido ya, bien pudo agregar: “No sé cuánto gana la prole, pero no me olvido de su miseria.”
Los graves desatinos de Peña Nieto han puesto en jaque a todos aquellos que se lanzaron a crear un Golem a la altura de sus ensueños, obsesionados con la idea de hacerlo presidente. Quisieron endilgarle a la criatura cualidades prodigiosas: inteligente, sagaz, dueño de un inusual instinto político y de la más alta formación académica. A los primeros pasos, el muñeco se derrumba. “Descúbrenos el camino”, le exigen. Y el infeliz se enreda, lo mismo en castellano que en inglés. Antes de que inicien siquiera las campañas, sin haber enfrentado las interpelaciones de sus adversarios ni la exigencia de los sectores ciudadanos más críticos, el hombre se ha convertido en el hazmerreír de millones, lo que ya indica un serio principio de duda entre los futuros votantes.
¿Y ahora? Los cabalistas desesperan al constatar las insuficiencias de su penoso hijo. Nada que hacer: el partido lo ha lanzado sin considerar la opción de un colapso ―y ya no hay tiempo para sacar la pata. No les queda más que fiarse al poder de sugestión de sus aliados mediáticos. Estos, ni que dudarlo, intentarán sostener durante los próximos meses que, a pesar de la opinión injusta de las biliosas mayorías, el Licenciado Peña se mantiene en la cumbre de las encuestas. Al fin y al cabo, desde su obtusa perspectiva los ciudadanos acaban por preferir lo que ellos mismos, animadores y gacetilleros, les dicen que prefieren. México, de ser así, tendrá en Los Pinos al Candidato de las Estrellas. Sin embargo, aún quedan espacios para el disenso: Internet y las redes sociales parecen abrir pistas favorables a la reflexión y a la posibilidad de que los mexicanos pensemos muy en serio lo que representaría el triunfo de un individuo que enseña incompetencias tan alarmantes.

Eduardo Hurtado Montalvo

México, D.F., 1950) es poeta, editor y ensayista. Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha colaborado en diversas editoriales de poesía. Fue jefe de producción de la revista Vuelta y editor en jefe de La Jornada Semanal. De 1996 a 2000 diseñó y coordinó las actividades culturales de la Casa del Poeta Ramón López Velarde. Es autor de los siguientes libros de poesía: La gran trampa del tiempo (1973), Ludibrios y nostalgias (1977), Donde conversan los amigos (1981, en Ediciones de Punto de partida), Rastro del desmemoriado (1986), Ciudad sin puertas (1991), Puntos de mira (1997), Sol de nadie (2001), Las diez mil cosas y Bajo esta luz y aquí (antología bilingüe, francés-español, editada en Canadá). En 2004, Editorial Aldus publicó su libro de ensayos Este decir y no decir. Forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte y es tutor de poesía en el Programa Nacional de Jóvenes Creadores. Junto con José Emilio Pacheco, Antonio Deltoro y Fabio Morábito representa a México en el patronato de la Casa de los Poetas de Sevilla.


Panorama de la poesía mexicana reciente
Rafael Ríos

Entre los libros de poesía publicados el año pasado (en que se incluyen varios de los publicados a finales del 2010) los más destacables son sin duda Luz de la materia, de Malva Flores, editado por ERA; De nombreuses bandes / Numerosas bandas, Mantis editores, edición bilingüe francés-español impresa en Quebec, de Ernesto Lumbreras; Palinodia del rojo, de Fernando Fernández, editado en ALDVS y El sol verde, Editorial 2.0.1.2., del joven poeta Yaxkin Melchy. Mientras que en el ámbito estatal podemos mencionar Ante el destino de Alicia Reyes, Hojarasca de Sergio Mondragón, ambos editados por el ICM; El silencio del Bosque de Ángel Cuevas, Ediciones sin  nombre y Estancias, que Itzela Sosa publicó bajo el sello Eternos Malabares. En las siguientes líneas me ocuparé de cinco libros en específico que me parecen ilustrativos de la regular calidad de lo que en este campo se produce (y en exceso) queriendo imponer una tendencia.
La peste de Armando González Torres, Ediciones El Tucán de Virginia, libro de poemas en prosa dividido en seis partes. El asunto es tratado con cierta ironía en estampas fragmentarias que nos muestran distintos rostros de la enfermedad. El autor parte de los presagios y nos adentra en un costumbrismo mórbido, equiparando los síntomas con los momentos de una relación de pareja, haciendo escarnio del libertinaje y reflejando el avance de la infección en aspectos lingüísticos y religiosos. Sin hablar de lo que una estructura menos atiborrada haría por la claridad de La peste, de la cual me permito una mínima ubicación en la tradición en la que abreva. Por lo menos recuerdo dos obras con el mismo título que han tratado el tema: La peste de Albert Camus, el mejor referente hasta hoy escrito sobre este asunto y la segunda parte del libro Prosfisia, 1981 del poeta Alfonso D’Aquino. Si no fuera porque el también autor de La conversación ortodoxa y La sed de los cadáveres proyecta con más soltura sus miedos a la enfermedad que una elaboración poética a partir de ella, podríamos decir que su nuevo libro de poemas conlleva una propuesta innovadora. La de González Torres es una prosa poética refinada dueña de su propio estilo, acertado en varios poemas, que sin embargo se vuelve monótona como si  la zona de novedad en la que se encuentra (la enfermedad como tema, la prosa poética con visos narrativos) no abriera la posibilidad a distintas voces, evitando al lector los puntos muertos en la continuidad y en la estructura del libro. Una vez agotado el tema pretende prolongarlo innecesariamente: “La ambición me condujo a la desmesura, luego al contagio y finalmente a la ruina”.
En el otro lado del espectro se encuentra Feli Dávalos (México, 1982), joven poeta y locutor de un programa de hip-hop, que ha publicado Morir mejor en una coedición de lujo entre Ediciones Mantarraya y Editorial ALDVS, en cuya portada negra se aprecia la silueta del logotipo que el gobierno federal ha usado para anunciar sus logros. Los temas del libro van desde la cotidianeidad televisiva, el sexo y una crítica facilona lanzada a diestra y siniestra contra todo lo que el autor considera institucional. Todo esto tratado de una manera irreverente en textos prosaicos cortados como si fueran versos. La última parte del libro está compuesta por una serie de ensayos escritos por un par de críticos mexicanos que intentan apadrinar el proyecto de Dávalos. En la presentación del libro, Luis Felipe Fabre dice que en los últimos años “un tono juvenil, adolescente o incluso infantil, ha hecho su aparición en la poesía escrita en México”. Ante la temeridad de proponer al infantilismo como paradigma estético de la poesía joven parece imantarse la idea de una poesía inflable que logre alcanzar con su liviandad interesada lo que otros poetas en otros tiempos han alcanzado con disciplina y propuestas auténticas. De otro modo no se entiende que haya algún crítico que diga que el autor de los siguientes versos “es un crack de la nueva poesía mexicana”: “un tetrapac de liconsa” o “amar al sol que calienta”. Libro solapado con el propósito de  exponer una actitud que confunde poética con política, que encubre una estrategia para atraer algo que de entrada se rechaza con la apariencia de un compromiso con el tema social que acaba siendo sospechoso. El error de esta propuesta consiste en no sólo caer en lo que critica sino en dar a entender que el único resultado que nos puede entregar un movimiento infantiloide es el de un berrinche en forma de libro para llamar la atención y obtener alguna forma de reconocimiento.
A medio camino, Luigi Amara con su libro A pie, editado por Almadía, explora las posibilidades del libro gráfico combinando versos libres con imágenes tomadas durante un paseo de la colonia Roma al Centro Histórico de la Ciudad de México. Su mayor acierto es que parte de lo natural y resulta menos pretencioso que los casos arriba citados. Debido a esta misma sencillez nos ofrece un horizonte lírico estrecho que tan sólo recoge el material de la calle sin someterlo posteriormente a una transformación poética, desechando asuntos interesantes para cualquier otro transeúnte, y prefiriendo para su libro frases atisbadas en los anuncios, con las que conforma versos de escatología minimalista: “todo al 2x1” o “La belleza de las cacas de mosca / en las paredes de cristal.” Con el mismo tópico, a lo largo de 108 páginas, esta travesía da la impresión que más de la mitad de A pie simplemente se fue alargando sin mayor acierto, y esto resulta en una propuesta pedestre en todos sentidos, a medio camino entre un deficiente libro de poemas y un fallido libro de imágenes. Pero sin llegar a ser un libro interdisciplinario, ya que resulta una obra de entretenimiento ligero y superficial, es decir, al ras del suelo. Una idea interesante ejecutada con demasiada laxitud.
La idea de libros que combinan poesía e imagen ha tenido una larga trayectoria en nuestro país. Desde los caligramas de José Juan Tablada a imitación de Apollinaire, pasando por los libros experimentales de Octavio Paz, y hasta llegar a novelas como Farabeuf o la Crónica de un instante de Salvador Elizondo. En este contexto se inscribe Catábasis exvoto de Carla Faesler editado por Bonobos. Su autora se ha interesado por explorar “diferentes formas de diálogo entre imagen y texto a través de fotopoemas y videopoemas”. Este libro, compuesto por 13 fotografías y 72 poemas en prosa es una bitácora con fechas trastocadas que describe el viaje desde el exterior al interior, profundizando en la familia, la memoria, el desamor y la exaltación de la carne. En su libro anterior Anábasis Maqueta del 2003 que mereciera el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen ya se prefiguraba una obra sólida. No obstante, en este nuevo libro muestra un notable descenso en cuanto a su elaboración, y es que estos exvotos para ser poemas en prosa resultan imprecisos, inconsistentes, faltos de desarrollo y unidad temática, aparte de contenidos delirantes: “¿La quietud es confusa, nítido el pulular? Empáñate en cristal, suda en el vaho.” Por lo que respecta a las fotografías, son encuadres manuales de la autora, a excepción de un par, análogas, tomadas de un álbum familiar, que bien pudieran ser núcleos de algo más en este libro que se pasó por alto. Este cómic personal más que gracioso resulta ejemplar del poco entendimiento que se tiene de los libros visuales.  El resto es una serie de  collages en la que presenciamos las desventuras de una muñequita recortable, que más bien interfieren en vez de dialogar con lo escrito como pretendería su autora. Lo extraño es que aunque Carla Faesler tuvo a su alcance todo para una buena edición, se conformara con entregar un libro hueco. Este viaje a las profundidades no implicaba un descenso en el nivel literario alcanzado previamente.  
Otra propuesta en la que se reúnen distintas artes en un solo proyecto es Tiento de Rocío Cerón, editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Compuesto por poemas, fotografías de Valentina Siniego y partituras musicales de Enrico Chapela. Divido en tres partes, combina poemas en prosa y verso libre para recuperar la memoria ancestral de un personaje femenino fantaseado por la autora, que vive en un exilio imaginario. Sin embargo, la poesía, que es acción, se ve en este caso limitada por el deficiente uso que la autora hace de los verbos como si se pudiera escribir poesía prescindiendo de ellos. Todo esto no puede dar por resultado sino un libro mutilado, informe e inanimado, es decir, carente de vida. La asociación de artistas de distintos campos no garantiza un libro interdisciplinario, y aquí por desgracia se constata lo inútil de la parafernalia que rodea al proyecto: las fotografías demasiado pequeñas y la música tan sólo aludida por la presencia de partituras, se perciben como fuera de lugar en este libro, como si hubiesen sido añadidos a la fuerza, con la finalidad de sobrecompensar un proyecto literario que por sí solo estaría incompleto. En lo que respecta al tema de los inmigrantes europeos asentados en nuestro continente, desarrollado por varios poetas sudamericanos con entero acierto, Tiento imita burdamente las propuestas poéticas de Tamara Kamenszain, Nicolás Pinkus o Román Antopolski, quienes a partir de lo vivido entregan una experiencia auténtica. Y en este punto habría que mencionar el caso de la poeta brasileña Josely Viana Baptista, de quien Rocío Cerón imita sin ningún tiento ya no el tema sino el tipo de propuesta multidisciplinaria, sin obtener la calidad por la que reconocemos a la poeta brasileña.
Como puede verse, junto a propuestas realmente poéticas como las que mencionamos al inicio de estas notas, hay una cantidad de otras propuestas que pretenden, entre otras cosas, imponer la banalización de temas tomados de otras tradiciones, la impostura política con fines egoístas, el libro frustrado a pesar de los medios de producción, la extensión innecesaria con el único afán de llenar un libro… en pocas palabras: el verso sin esfuerzo. En todo esto se evidencia la facilidad que tienen estos poetas para falsificar sus productos. Cabe entonces preguntarnos ¿Qué indican estos síntomas acerca del estado actual de la poesía mexicana y de lo que puede esperarse de ella en el futuro? ¿No son indicativas estas propuestas del deterioro al que la poesía mexicana ha llegado y desde donde, si se persiste en ellas continuará el declive? ¿Hasta cuándo los poetas continuarán dándonos dar gato por liebre?
Rafael Ríos.
La Peste, Armando González Torres, Ediciones El Tucán de Virginia, 102 pp.
Morir mejor, Feli Dávalos, Mantarraya / Aldvs , 92 pp.
A pie, Luigi Amara, Almadía, 108 pp.
Catábasis exvoto, Carla Faesler, Bonobos, 72 pp.
Tiento, Rocío Cerón, UANL, 75 pp.




El Espejo Enterrado de Carlos Fuentes

Ollin Peñaflor
*Miembro del taller de creación literaria Artetipos
Vivimos  como seres andando simplemente. Sin embargo, nuestro Ser proviene de una formación cultural inmensa; somos multiculturales y evolucionamos con el cambio de nuestros ancestros.
¿Qué explicación tan lógica podemos darnos como pobladores de naciones con identidad de ira, orgullo, y desconfianza? Difícil es el tema de América Latina; y si quisiéramos dar un gran desglose sobre nuestras etnias, raíces, y culturas, sin lugar a dudas debemos ver más allá de nuestros espejos que nos muestra solamente la realidad, y en esa realidad podemos adentrarnos más allá de la facción de rencor cicatrizada, que nuestros ancestros han cargado por siglos, de dos grandes mundos que dieron un comienzo a la vida que tenemos.
Carlos fuentes sintetiza diversos métodos, de premisas arraigadas en nuestros frágiles cuerpos politeístas, para llegar a lo que parece ser una conclusión lógica en base a el mundo que vivimos como pobladores en Latinoamérica.
El Espejo Enterrado es un ensayo muy bien estructurado que recalca la esencia de nuestras antiguas identidades que no suelen mencionarse mucho en estos tiempos, a pesar de ser las unificadoras del rostro confuso que hoy solemos ser.
España es una nación de fe, de optimismo, lucha, mestizaje de Roma y Arabia, dónde solía yacer la carne en la flama y de cazadores primordialmente, los modos de esta cultura se fueron adaptando a las nuevas doctrinas, un lenguaje deformado y a la vez, recreado debido a las dos grandes conquistas que sufrió.
¿En qué punto llegamos a dar con una gran diferencia ante esta nación moldeada de diferentes ingredientes? Como Octavio Paz mencionó en El Laberinto de la Soledad: ‘’el mexicano suele llevar desconfianza, cualquier mirada negativa o de odio puede provocar cierta reacción’’  ciertas similitudes con esta acción se encuentran dispersas en nuestro continente en general, Carlos Fuentes se mantiene firme en tanto la crítica; el querer establecer la objetividad del mundo indígena y barroco. Las festividades que compartimos, unas casi plagiadas (como la fiesta brava) y otras modificadas a nuestro modo, en México suelen presentarse distintos eventos culturales y de celebración, pero siempre provenientes de los dioses, y los dioses representan sacrificio, el sacrificio viene de la tierra, y finalmente la tierra representa la fertilidad que es el amor. Estas características influyen mucho en los años que hemos intentado sobresalir tal vez de una manera inconsciente; querer dar aquel grito en contra de la soledad que aunque no la queramos ver, la sentimos, y es por eso que preservamos nuestros dioses prehispánicos con los otros que llegaron del extranjero. A fin de cuentas el número par tiene históricamente mucho simbolismo.
España es un país conquistado y México es conquistado por España, pero a diferencia de la cultura Vasca que prevaleció intacta, la nuestra fue devastada, tenemos ambas caras de dichas naciones, un rencor arraigado para el cual vivimos. Pero parece ser que en América se centró el punto de Fe a una potencia que ni en el continente europeo se hubiera visto.
¿Será por ello que nuestro sistema de gobierno en América durante años ha resultado ineficiente? ¿Qué somos nosotros como demócratas? No heredamos, parece ser, las costumbres y sistemas políticos de los romanos. Nos permitimos de oligarquías que se sustentan de nuestras labores, similar a la de los reyes absolutistas de los siglos pasados.
Es interesante reconocer que tampoco reforzamos nuestro antiguo sistema mesoamericano, de Aztecas o Mayas, cualquier tribu que represente actos de honor, desgarramos esas identidades. Nos hemos acoplado al mundo del virreinato, probablemente tenemos una nostalgia en el fondo nuestro. Xochiquetzal  alguna vez fue nuestra madre tierra, la diosa del amor y de las flores. Resulta ante este asunto difícil aceptar nuestra añoranza hacia ella, la madre violada, y por ende generación de cierto odio, que sustituimos por la Santa Virgen, la figura materna por igual y nos olvidamos de la antigua, la primera.  Pero también tuvimos dioses de muerte, de lluvia, de fuego, ¿entonces en qué rincón de nuestra mente se habrán perdido? Con la llegada del cristianismo éstos se fundieron con un solo Dios; fue algo así como un golpe directo a nuestras raíces por este cambio tan radical.
Somos ilusionistas como lo es El Quijote de Cervantes, queremos vivir en mitos y leyendas pero nos anteponemos con la realidad y firme evocación que debemos realizar cada día.
Somos poetas frustrados y ambiguos pensadores.
Concreta, pues, Carlos fuentes, todo un ensayo en resumen tal vez como una llamada sobre entender la patria, el querer restaurar cierto orden en el continente Americano a través del saber sobre nuestras raíces.
Como habitantes de este nuevo mundo debemos optar por ideas propias, quizá sea hora de forjar una fortísima cultura y soberanía juntos. Un sistema que defina nuestro modo de pensar fusionado y lleno de ideas.
Quizá, no debemos desperdiciar todas estas historias que lleva nuestra sangre. Toda esta sabiduría oculta que no hemos dejado emerger.
“La raza cósmica“ de Vasconselos, señala el impulso que debemos dar sobre una cultura oprimida, empecemos ahora.
Un ensayo que cautivará al lector y sin lugar a dudas, le hará entender mejor el mundo Americano que lo rodea. El Espejo Enterrado es la obra ideal para aquel que quiera comenzar a entender mejor nuestro macrocosmos y tal vez, querer comenzar una revolución interna de ideas y valores. La revolución más importante, sin duda, la de uno mismo.


                                     


Cocina y Filosofía, la privatización del conocimiento

-ángel armenta lópez

Gran sorpresa me ha causado ver que en la última década, cada vez más escuelas abren sus puertas a la gastronomía. Carrera que a mi parecer ha satisfecho al gran número de jóvenes que no tienen acceso a una universidad publica. El rezago de dichos jóvenes se ha visto en las demandas hacia esta carrera de mínimo tres años. Al parecer, al realizar esta carrera se vislumbra cómoda y hasta parece ser un paso a la inversión si se piensa en cadenas hoteleras o en un negocio propio, es decir un restaurante. Detrás de todas estas nuevas escuelas e institutos (porque algo que me queda claro es que por ningún lado son universidades), han venido a darles opciones a los jóvenes que se han quedado sin lugar en alguna universidad. Con eso no tengo tanto problema, al final, cada quien sabe lo que carga en el morral y cómo lo lleva consigo, lo que me parece importante de señalar y un poco más, reflexionar, es cómo se va privatizando o mejor dicho, institucionalizando el conocimiento que en algún momento de la historia, fue de todos.
Pensemos específicamente en América Latina, al pensar en el México prehispánico. Al parecer, en aquellos tiempos, claro está como lo fue en Grecia y Roma, el conocimiento era de élite y se decantaba a las personas “importantes”; el conocimiento y su desarrollo, no se encontraba en un acceso general. En el México prehispánico, recordemos cómo se dividía la sociedad, Gobernantes, Sacerdotes, Jefes militares, comerciantes, guerreros, artesanos y agricultores, en esa jerarquía el conocimiento se distribuía igual, es decir, los más privilegiados en educación siempre fueron los gobernantes y sacerdotes, cosa que ha sucedido en todas las civilizaciones antiguas y modernas. Sin embargo, me ha tocado ver, leer y escuchar algunas canciones de origen huichol, zapoteco o mixteco donde las letras son filosofía, se canta como canción popular, y he aquí un ejemplo que saqué de un libro de Mario Santiago “Aullido de Cisne”.

Canción Huichola:
Porque todos somos,
Todos somos,
Todos somos los hijos de,
Todos somos los hijos de
1 brillante & colorida flor
& no hay nadie,
No hay nadie
Que lamente lo que somos.

Le pregunto, querido lector ¿no encuentra usted en esta canción, una manifestación de identidad?  ¿No es esto filosofía? Pues se está pensando en la realidad, y cosa más bella aún, cosa que en la filosofía moderna se carece, se utiliza la metáfora. He aquí el punto clave. ¿Por qué seguir centralizando el conocimiento? 
En las “universidades” se nos ha enseñado a filosofar para nosotros mismos, jamás para los demás, jamás para el bien común, se ha enseñado la filosofía de un modo exquisito y elitista, se ha difundido la filosofía para unos cuantos, que debaten con sus amigos los intelectuales, los académicos,  personajes tan caricaturescos que escriben en un lenguaje a modo que sólo sus colegas puedan entenderlo. Es una verdadera pena que se siga esa línea, que la filosofía siga siendo para unos cuantos, porque hasta la fecha, son pocos, muy pocos los filósofos que no son de hamaca.
Otra pegunta: ¿no querrán hacer lo mismo con la cocina? Porque no creo que en esas escuelas, que presumen de un método Europeo, o en su defecto, parisino, que pretendan cocinar para todos, un alumno que ingresa en esas escuelas, aprende a cocinar para las élites, platillos de alta cocina, platillos para restaurantes caros y lujosos, algo, que sinceramente, muchos no tendríamos para pagar, y si lo tuviéramos, ¿es justo pagar eso por un plato de comida? Tal vez sea justo para algunos, para mí no, y diré por qué no, por el simple hecho de que la cocina más rica que yo he probado, ha salido de las cocinas de mis abuelas y tatarabuelas, y porque seguramente, a ellas se les transmitió ese conocimiento de sus abuelas y tatarabuelas. Al igual que la filosofía, la cocina se hará de unos cuantos al grado en que olvidemos de dónde viene nuestra cocina, así como hemos olvidado de dónde viene nuestro pensamiento.
Para finalizar, estoy seguro de que no es justo la privatización de este par de facultades, la cocina y el pensamiento, cosas que marcan y simbolizan profundamente rasgos de muestra cultura tan única y maravillosa, y que de a poco vamos despreciando por poses tan europeas, y que dicho sea de paso, no tengo nada contra ellas, el problema es que nos creemos de allá, cuando somos de acá.
Yo, en lo particular, me quedo con las metáforas del agua, de la serpiente emplumada y el comal.




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