lunes, 21 de mayo de 2012



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Mundo, Evolución o muerte, 

Mundo, Evolución o muerte, es la novela más reciente del morelense Isael Bolaños, quien en esta entrega de su producción nos trae un proyecto futurista a tal punto bien medido que la lectura se desliza sin contratiempos por las diferentes historias que contiene el libro.
En un mundo dividido y dirigido por empresas, la raza humana se encuentra sin perspectivas de sobrevivencia, pero aún así tiene que luchar por encontrar la manera de permanecer; la tecnología que en un momento fuera la iluminación de la especie, durante un tiempo se había vuelto contra los humanos, siendo éstos sometidos poco a poco a través de los años, para llegar a ser esclavos de sus propias necesidades creadas. En este contexto, la búsqueda por el significado de la existencia, se plantea como un mandato que trasciende el tiempo y el espacio.
Esta novela primero impresa en forma tradicional, en estos momentos se encuentra en proceso de convertirse también en una novela gráfica, el autor ha comenzado a trabajar con un sobresaliente ilustrador argentino, de ella hemos publicado una muestra en el seminario cultural Artetipos No. 60. No pueden faltar a la presentación que se realizará en el Callejón del Libro el próximo sábado 26 de mayo a las cuatro de la tarde. Se contará con la presencia del autor y habrá firma de autógrafos.


Prólogo

Para destruir un hábitat no basta con eliminar su sustento, además de deformar su entorno destruye su cadena alimenticia, lo que sobreviva ya no será el hábitat ni sus habitantes los mismos.
Anónimo
¿Cuándo dio inicio la historia de la humanidad? Más allá de los registros asentados en huesos de animales, la historia social se inicia en el momento que se cambió de un tipo de sociedad a otra; pasamos de medios puramente de supervivencia a la búsqueda de un crecimiento, de ahí a cierto nivel de protección avanzando sobre otras tribus (aplastándolas).
Con el tiempo, el crecimiento poblacional hizo que la distancia geográfica entre los grupos disminuyera. La necesidad de ser más y de estar sobre los demás empezó a llenar el corazón de los gobernantes, quienes azuzaron las necesidades, los miedos y las supersticiones de su gente… En ocasiones simplemente la ambición, al parecer presente en la humanidad desde el principio.
En tiempos recientes hubo un señor que dijo "en un sistema económico se contiene la semilla de su propia destrucción". Él se refería a un hambre de igualdad, buscaba liberar la sociedad. Los grupos del poder emplearon medidas para eternizar su condición, esto dio nacimiento, entre muchas cosas, a violentas alianzas del poder temporal con el espiritual, en fin, la última sociedad estable (capitalista) empleó métodos de distracción para mantener a la población en calma.
Ya en tiempos pasados se empleaba la distracción del pan y circo, aunado al miedo teológico de un dios o dioses que todo lo ven y lo castigan... y de la ignorancia progresiva de un pueblo que cada vez conocía menos de lo que debería. En las décadas previas al colapso, se recurrió cada vez más a un abuso de la última categoría de apaciguamiento, medios masivos de comunicación enviaron ideas insulsas que sometían a su público a una fantasía renovada pero nunca alterada.
Las religiones iban y venían, ya no había dioses en la mente de la población, sólo quedaba la nebulosa creencia de un "algo" que cambiaba de nombre cada cierto tiempo... Todos los líderes teológicos se pelearon buscando imponer su dios sobre el resto, botines de feligreses y sus carteras, todo marchaba bien.
La sociedad evolucionó basada en sus modelos de gobierno, así pues el comunismo primitivo mostraba una necesidad de líderes; en los modelos monárquicos y fascistas se buscaba un carisma fuerte, pero sin duda los últimos fueron los más interesantes: la gente enfrentaba un miedo e inseguridad de su porvenir, el rey podía pedir en cualquier momento tu cabeza o la mía sin razón o justificante, pero el rey necesitaba la autoridad que un dios le daba, la gente seguía a un semidiós, hasta que las mercancías tuvieron que moverse de un lugar a otro. Los vendedores las llevaban y en el riesgo de andar solos estuvo su recompensa, eran más adinerados que los reyes, sin la restricción de la iglesia fundaron un único estilo de dominio, el capitalista, el cual atrajo a la gente… ellos también podían ser ricos, el esfuerzo no traía el favor de los nobles, ofrecía dinero, las autoridades por lo tanto ya no podían ser eternas (tenían que disfrutar sus riquezas). Así pues se instauraron diferentes estilos de elección de mandos públicos, gente fuerte tomaba los mandos, pero con el tiempo el dinero reemplazó la fuerza y los personajes influyentes comenzaron a ser los únicos candidatos a los puestos y mandos públicos, la política poco a poco abandonó a la sociedad. Nadie se dio cuenta de ese sutil cambio, era de pensarse, la sociedad había sido adormilada por décadas de aventuras increíbles contra enemigos comunes (e inmediatos) que fomentaban un interés casi morboso; sin embargo, nadie prestaba atención a los gobernantes, ninguno tenía carisma, todos vivían en la cúspide del poder político y económico.
            Aburridos en todas las clases sociales, sabían que los dirigentes robaban, a menudo vivían en carne propia sus excesos, pero no importaba qué hicieran, la elección no era de la ciudadanía, ni la votación marcaba un cambio. ¿Cómo, si todos los partidos eran integrados por miembros de las mismas familias/empresas?
            Tras cada revolución industrial, las compañías adquirían más poder político y sus ganancias funcionaban haciendo más con menos… hasta que llegó un punto donde una empresa, si quería, podía sumir a una ciudad en caos al retirar sus fábricas o subsidiarias.
Generaciones de políticos acostumbrados al poder no podían permitir mucha inconformidad en la gente y cedieron a todas las demandas empresariales; todos los ramos del capitalismo vieron esto como oportunidad y con dinero, en poco tiempo, fueron favorecidas por candidatos y dirigentes que respaldaban sus intereses mientras los recursos se perdían rápidamente.



03


Prehistoria de Carlos Fuentes
Javier Wimer


A lo largo de muchos años, tantos como los que me separan de mi juventud universitaria, he mantenido una relación de amistad con Carlos Fuentes. Tengo memoria de reuniones en nuestras casas o en las casas de amigos comunes y también memoria de actos académicos y mundanos en que ha sido figura principal. Pero todos estos encuentros me remiten, de modo natural, a los primeros que tuvimos en la vieja Facultad de Derecho.
Ahí se había inscrito, en 1951, con la anticipada intención de especializarse en derecho internacional. Llegaba envuelto en los prestigios de la Universidad de Ginebra y en las cautelas del explorador que ingresa en territorio bárbaro.
A pesar de su juventud y de sus persistentes ausencias del país, ya lo precedía o acompañaba cierta fama de escritor. La debía a la dispersa práctica del periodismo cultural y, en circuito cerrado, a Enrique Moreno Tagle, su maestro de literatura en el Colegio Francés Morelos, quien no se cansaba de propalar el talento del joven que ganaba todos los premios en los concursos de la escuela.
En la primavera de 1952, Mario de la Cueva, entonces director de la Facultad de Derecho, convocó a una reunión en su despacho para dar forma a una nueva revista estudiantil. La revista se llamaría Medio Siglo y daría nombre a nuestra generación.
Entre los muros del viejo edificio de San Ildefonso y en la ola de entusiasmo que acompaña toda publicación juvenil, comenzó a formarse una red de relaciones amistosas que duraría toda la vida. Por ahí andaban, además de Carlos Fuentes, Salvador Elizondo, Víctor Flores Olea, Arturo González Cosío, Marco Antonio Montes de Oca, Porfirio Muñoz Ledo, Sergio Pitol, Rafael Ruíz Harrell y Genaro Vázquez Colmenares.
Esta amistad y aun cierto espíritu de pandilla se sostenían en un vasto campo de afinidades. Teníamos los mismos maestros, leíamos los mismos libros y en materia política nos inspiraban las mismas líneas de pensamiento: el nacionalismo de izquierda, la crítica de las revoluciones traicionadas, los planteamientos del francoexistencialismo y del marxismo occidental.
Carlos interpretaba, cuando lo conocí, varios papeles. Actuaba, simultánea o sucesivamente, como estudiante, funcionario de la cancillería, crítico de cine, sacerdote en ritos humorísticos y, siempre, lector y escritor implacable. Era reservado y tímido. Manejaba sus relaciones personales con extremo cuidado, como gato en casa ajena, pero después de la inspección de campo, se dejaba llevar por su inclinación al diálogo y al humor compartido.
En verdad, no le faltaban condiciones para convertirse en un diplomático-escritor en el estilo de José Gorostiza o de Jaime Torres Bodet. Tenía todos los arquetipos a la mano, empezando por su padre, el distinguido embajador Rafael Fuentes, por su padrino Alfonso Reyes y por Octavio Paz, una especie de hermano mayor con quien colaboraba en la Secretaría de Relaciones Exteriores.
En esta advocación era, en suma, un joven de buena familia, de buena apariencia y de buen porvenir. Y para que nada faltara en este cuadro de idílicas predestinaciones burguesas era novio de una hermosa joven de la sociedad limeña.
Al lado de esta vida más o menos convencional, Carlos participaba en las aventuras de una comunidad frívola que andaba en busca de experiencias ontológicas en cantinas y cabarets de buena y de mala muerte. Era el tiempo del ser del mexicano y del laberinto de la soledad y, también, el tiempo del mambo, del Waikikí, del Leda y de Las Veladoras. Producto sincrético de esta etapa es el vasfumismo, parodia mundana del existencialismo francés y que hoy sólo recuerdan sus oficiantes o raros eruditos, como una inteligente embajadora argelina, doctorada con una tesis sobre Carlos Fuentes, que me sorprendió en una cena hablándome con naturalidad del pasado vasfumista del escritor.
En estas andanzas y en las que corresponden al retrato de un artista adolescente, Carlos perdió la timidez de su primer personaje y el atuendo de joven diplomático con corbata de regimiento para convertirse, no sé exactamente cuándo, en un conferencista de elocuencia excepcional. Del origen de sus estudios y de sus trabajos literarios sólo cabe decir que siempre supo combinar una furiosa disciplina de trabajo, que él mismo califica de calvinista, con sus compromisos sociales y algunos excesos nocturnos. Cuando tuvo que escoger entre una y otros eligió el camino del trabajo.
Parte de las actividades de nuestro grupo consistía en reunirnos periódicamente en el Restaurant Bellinghausen de Hamburgo con nuestros queridos maestros Mario de la Cueva y José Campillo Sainz. Ahí discutíamos interminablemente de filosofía, política y literatura hasta que el restaurant cerraba. Luego los jóvenes nos embarcábamos en gloriosas parrandas que, a veces, culminaban en nuestras casas familiares. En alguna ocasión asaltamos la numerosa cava de la familia Fuentes y en otra despertamos a todo el vecindario de la familia Flores Olea.
En 1954 se celebró el IV centenario de la Facultad de Derecho y se convocó al primer Concurso del Pensamiento de la Juventud. Carlos ganó un primer lugar con un ensayo de aliento spengleriano que inauguraba con una cita de T.S. Eliot. La publicación de este texto señala el fin de sus más visibles actividades universitarias pues, en adelante, habría de acelerar su lenta aproximación a una vida centrada en la creación literaria.
Se propuso, en primer término, conocer el país y la ciudad que había dejado tantas veces y a la que ahora volvía con la doble mirada del hijo pródigo y del cosmopolita versado en comparaciones. Leía sin tregua y visitaba los barrios más miserables y desolados de la ciudad. Barrios que eran ignorados por la propaganda oficial, por la prensa y por el ingenuo nacionalismo de una época que veía en los denunciantes de nuestra miseria, a los agentes de una conspiración universal contra el México revolucionario. Carlos se ponía una camisa deportiva, los tenis, la gorra, y se iba a caminar por los rumbos olvidados de la ciudad.
Carlos asumía, tramo a tramo, su condición de escritor profesional y empezó a descartar hábitos y compromisos que perturbaran su oficio, empezó a cambiar de piel. Se alejó de los cursos universitarios que no le interesaban, de la diplomacia y aun de los excesos mundanos que perturbaban sus tareas. Ahora dedicaba más tiempo a sus proyectos de fondo y a sus textos críticos en publicaciones periódicas, como México en la Cultura dirigida por su amigo, nuestro amigo, Fernando Benítez. También entonces comenzó a colaborar con el cineasta Manuel Barbachano haciendo o corrigiendo guiones, al lado de Gabriel García Márquez y de Juan Rulfo.
En 1954 publicó Los días enmascarados, un espléndido conjunto de relatos que apareció en una colección de estirpe artesanal dirigida por Juan José Arreola, y, en 1955, fundó, con Emmanuel Carballo, la Revista Mexicana de Literatura. Abandonó otras preferencias y ambiciones y, por así decirlo, se puso su uniforme de escritor, cerró sus maletas y se sumó a los artistas que, a falta de barrio latino, eligieron San Ángel como lugar de residencia.
Los años de 1951 a 1955 fueron decisivos en la vida y destino de Carlos Fuentes. Durante este periodo, que corresponde al tiempo de sus estudios universitarios, integró los elementos básicos de su visión del mundo y eligió un destino personal no impuesto por circunstancias externas sino por una voluntad de independencia que se muestra, asimismo, en la deslumbrante desmesura de La región más transparente, la primera de sus novelas y el espacio donde se encuentran las claves de su dilatada producción literaria.
Se puede decir que este tiempo de mutaciones concluye alrededor de 1955, cuando Carlos Fuentes ya se había definido como escritor profesional, o bien, hablando generacionalmente, en 1956, cuando todos o casi todos nos fuimos a estudiar a Europa.

Texto publicado por Javier Wimer (1933-2009), en la Revista de la Universidad de México, agosto 2007



J a v i e r   W i m e r (1933-2009)

Diplomático, ensayista y editor, fundador del Instituto del Derecho de Asilo Museo Casa de León Trotsky, Javier Wimer forma parte de una brillante generación de universitarios conocida como el Grupo Medio Siglo, entre los que se cuentan figuras como Carlos Fuentes, Sergio Pitol y Porfirio Muñoz Ledo. Integrante de la Comisión de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la Organización de las Naciones Unidas y delegado general de la Unión Latina en México, Wimer fue también embajador de México en Yugoslavia y Albania, y agregado cultural en Argentina.



04 y 05



México
el personaje principal en la obra narrativa 
de Carlos Fuentes

Ricardo Ariza


El reciente deceso del escritor Carlos Fuentes ha sido el tema principal dentro de los diversos medios de comunicación masiva, desde los tradicionales impresos hasta los electrónicos, pasando por la televisión y la radio, así como en las nuevas redes sociales, opacando las trivialidades de la política electoral en México al menos por un momento; así, se ha puesto de relieve la importancia de las letras al sentir ese vacío histórico que deja la muerte del escritor mexicano, nacido en Panamá y  que prefirió vivir sus últimos años en Londres “para poder escribir”, alejado del bullicio que para él resultaba de permanecer en el Distrito Federal. Debido a su inmensa fama como creador, intelectual y pensador, Fuentes necesitaba marcar distancia de los compromisos sociales y la forma de lograrlo fue yéndose a vivir a Inglaterra la mayor parte del año.
Carlos Fuentes fue el prototipo del escritor latinoamericano gracias al movimiento artístico del boom literario de los años 60 del siglo veinte, movimiento que mostró a las culturas tradicionalmente escritoras como la francesa o la italiana, la alemana y la rusa, la árabe, la japonesa o la china -que en comparación con cualquier país de nuestro continente poseen un horizonte vastísimo en cuanto a producción histórica de obras literarias de todos los géneros- que América Latina también poseía sus propios frutos, sus propios diamantes: Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, por mencionar a algunos. Ellos, jóvenes y con ideas libertarias, representaron con su trabajo las múltiples realidades que se han vivido en el continente que un día soñara unificado Simón Bolívar. Continente bajo el yugo de la Colonia, llagado con el trauma del sometimiento imperial, pero libre en el nivel de las ideas y en el universo de la creatividad porque estos jóvenes habían hecho sentir orgulloso a un pueblo sufriente, sudoroso y sanguíneo, que ahora convidaba al mundo entero nuevos legados, puesto que estos autores eran hijos de la patria literaria de Hispanoamérica.
La posibilidad que Carlos Fuentes tuvo de viajar y de vivir desde temprana edad en otros países, se debió a que a su padre fue un importante diplomático; su madre se llamaba Berta Macías Rivas, nacida en Mazatlán, Sinaloa; don Rafael Fuentes Boettiger era oriundo de Veracruz y fue nombrado embajador de México en Holanda, Panamá, Portugal e Italia. Así, el autor de La región más transparente tuvo la posibilidad única de ver a través de varias perspectivas su realidad histórica, no sólo como mexicano o latinoamericano, sino también como ciudadano universal, pues se le posibilitó experimentar otras formas de sentir el mundo y el arte. Sin embargo, sus intereses estuvieron con el pueblo de México, con sus pasiones y con sus desgracias, con sus orígenes, su presente y su futuro a través del lenguaje; para él, el idioma era la patria, porque debido a los constantes desplazamientos inherentes al ejercicio diplomático de su padre, corría el riesgo de perder el idioma cada 24 horas en tan constantes e imprevistos viajes. Por eso se aferró a las palabras y aprendió otras lenguas pero siguió escribiendo la mayor parte de su producción en castellano. Para él el lenguaje era "como un río caudaloso a veces, apenas un arroyo otras, pero siempre dueño de un cauce (...), toda una profusa corriente de oralidad que corre entre dos riberas: la memoria y la imaginación".
Carlos Fuentes logró crear personajes trascendentes en su obra narrativa a fuerza de comprender la configuración de la cultura mexicana, hecha del mestizaje ibérico y el prehispánico (trauma que aun en estos tiempos no adquiere todavía pleno sentido) pero también heredera a través de éste de la cultura árabe, sin dejar de mencionar la influencia africana. La obra del escritor da voz al inconsciente colectivo del mexicano; a través de técnicas narrativas perfeccionadas en Europa logra una mezcla de ficción histórica que transforma las letras nacionales.
Una combinación solar-lunar, contradictoria y milenaria, odio, amor y pasión, parecen poseer el destino del país. El autor de El espejo enterrado nos lleva a través de los ríos de la historia de México, que está ligada a la historia universal y a la historia de Europa por inconmensurables e incomprensibles designios de la fatalidad, para comprender la riqueza obtenida con estos hechos ineludibles. Se trata de un país convulso. Carlos Fuentes siempre criticó la falta de vocación de la república por obtener una realidad más democrática, pese a su loable resistencia durante más de quinientos años. La historia de México es la historia de la resistencia, pero también, de la traición y de la infamia.
Carlos Fuentes no dejó de criticar al país que tanto amó, observando en su obra las dinámicas socioculturales e históricas de este pueblo, siempre en relación con sus hermanos países del continente, y con el resto del mundo, sin soslayar ni por un segundo la importancia de la relación México- Estados Unidos, a la que también el célebre autor de Gringo Viejo se mantuvo atento.
Sin embargo no es el país, o su gente, lo que el artista rechaza, sino las instituciones anquilosadas desde antiguo para perpetuar el sistema colonial y explotador. Fue un crítico del PRI y se manifestó contra la represión del estado, sin embargo, sus intereses estuvieron en algún tiempo cubiertos por sospechosa bruma y el caso más connotado sería aquel ocurrido en 1971 cuando el citado autor y un grupo de intelectuales, con la frase “Echeverría o el fascismo”, confrontaron las vías de autonomía política que quisieron tomar las organizaciones civiles, los obreros, campesinos y estudiantes como respuesta a la vía armada que el estado había emprendido en contra de las organizaciones desde el movimiento ferrocarrilero de 1958 y, posteriormente, desde el movimiento estudiantil mexicano de 1968, que terminó con la masacre de Tlatelolco. Como lo apunta Marco Rascón en su artículo del periódico La Jornada: “Para ellos Luis Echeverría era lo menos peor ante el ascenso de la derecha oligárquica, que desde su trinchera también lo cuestionaba”. 1
Hombre de claroscuros, Carlos Fuentes se mantuvo como un crítico del sistema desde adentro del sistema, siguiendo los pasos de su protector Octavio Paz, desaprobó las decisiones de Gustavo Díaz Ordaz pero defendió vehementemente el periodo del echeverriato. "Cualquiera que fuese el sucesor de Díaz Ordaz", dijo "no podía ser peor y, por simple comparación, saldría ganando". Fuentes pensaba que a un presidente "malo" le sucedería, con suerte, un presidente "bueno", y confiaba en que, después de 30 años de nulidad republicana, se repitiera con Echeverría la epopeya de un mandato como el de Lázaro Cárdenas. Fuentes avaló la frase de Fernando Benítez en la que se planteaba a México dentro de un dilema: "Echeverría o el fascismo". A mediados de 1971, esta era para Fuentes "la disyuntiva mexicana": democracia o represión. 2
Poco antes de fallecer a los 83 años de edad, Carlos Fuentes, autor de Valiente mundo nuevo, dejó en claro que el actual aspirante priista a la silla presidencial, Enrique Peña Nieto, tenía derecho a no leer sus obras, pero a lo que no tenía derecho era aspirar a dirigir un país desde la ignorancia.
Carlos Fuentes, autor de más de 25 novelas, cientos de relatos, cuentos, y ensayos sobre los más diversos temas, ganador de los premios más prestigiosos, exceptuando el premio Nobel, es considerado el creador de la novela modernista en México; el autor de La silla del águila se formó en la UNAM y en el Instituto de Altos Estudios Internacionales de Ginebra, Suiza. Sus obsesiones estuvieron cercanas a la Historia, pero consideraba a la ficción como una vía regia para comprender qué hemos sido, qué somos y qué seremos en este panorama desolador que actualmente nos presenta un país que no quiere crecer, que reniega la responsabilidad de hacerse cargo de sí mismo. La ficción, solía decir Fuentes, nos permite conocer el mundo desprovisto de racionalidad.



CONSAGRADOS


El escritor argentino y ganador del premio Rómulo Gallegos de la presente edición 2012 (premio que recibiera también Carlos Fuentes en 1977 por Terra Nostra ), Ricardo Piglia opina que: "Fuentes concentró en muchos sentidos la imagen clásica del escritor latinoamericano de la que nosotros –es decir, los escritores de mi generación- nos hemos distanciado siempre con entusiasmo".
A decir del autor rioplatense, después del Boom literario, los escritores de su generación tuvieron que adaptarse para así desarrollar una obra a partir de la propia realidad, con temáticas, preocupaciones, obsesiones y formas alejadas muchas veces de la corriente de los representantes del boom literario. En el caso propio de la Argentina, a 25 años sin Jorge Luis Borges, que siempre fue un autor inclasificable, porque para abarcar el mundo borgiano habría que ser Funes el memorioso, Pligia confiesa que su muerte y su lejanía en el tiempo se ha tomado con cierto alivio en las letras nacionales argentinas, y no claro porque “se deseara la extinción física de Borges”, sino porque la inmensa figura del vate creaba fascinación y “al mismo tiempo distancia” por “el estándar altísimo que nos puso a todos su nivel de escritura. Pero había muchos que lo tomaban como un referente único...”3
En una entrevista reciente con Adrián Sack para el diario La Nación de Buenos Aires, al autor de Blanco nocturno, Ricardo Pligia, responde a la pregunta:
-“¿Y eso no era bueno? “
–“Borges pensaba que había una sola manera de hacer literatura. Decía que no le interesaba Proust, o despreciaba a Joyce o Thomas Mann, porque tenía una idea clara de cómo tenían que ser sus textos: más bien breves, con criterios muy formales y claros, y que a él le producía un resultado extraordinario. Pero muchos imitaban este tipo de discurso y repetían, e incluso lo hacen hoy, muchas de sus posturas y reflexiones, que en ocasiones tenían una importante carga de ironía en el contexto que había elegido Borges. Lo importante de este único escritor es que fue un milagro para todos, porque tenía a la literatura en el centro de su vida y marcó a la del país durante 70 años. Dejó tanto pero tanto que su legado aún se está acomodando entre nosotros. Y sus consecuencias, aún hoy, son difíciles de medir”...
Pligia Menciona a Jorge Luis Borges porque viene a cuento, como un autor que muy pocas veces abandonó Buenos Aires para ir a cualquier otra parte, pero que consolidó una obra personalísima y al mismo tiempo universal, precisamente por su contacto con la realidad, que en el caso del autor del Aleph resulta una realidad habitada por libros y bibliotecas.
En el caso de Carlos Fuentes, su imagen de cosmopolita y simpatizante de las esferas del poder cultural y político le crearon demasiadas envidias dentro del país. Su obra creativa se yergue independiente de su figura de interventor en muchas de las decisiones editoriales y culturales en México y Latinoamérica. De alguna manera, el síndrome de “vaca sagrada” lo alcanzó a él también, como le sucedió a Octavio Paz, es por eso que en el país y en el mundo la frase fue durante mucho tiempo: “La literatura de México descansa en Paz”. Ya veremos con el pasar de las décadas lo que afecta en la producción de las letras nacionales el hecho de que los grandes de una época hayan muerto, al dejar no sólo un espacio en las letras del país, sino también en las decisiones políticas culturales de la nación y quiénes serán aquellos que ocupen los espacios vacíos pletóricos de significados, Fuentes en vida se pronunció por sus favoritos, e incluso decretó un decálogo.


1.- Marco Rascón. “Echeverría o el fascismo”. Opinión. La Jornada. Martes 27 de junio 2006.
2.- El Jueves de Corpus en la obra de Fuentes. El escritor no señala como responsable de los hechos del 10 de junio al ex presidente Luis Echeverría. Lunes 02 de septiembre de 2002. Alejandro Toledo | El Universal.
3.- Adrián Sack para el diario La Nación de Buenos Aires en entrevista al autor de Blanco nocturno, Ricardo Pligia, novela con la que obtuvo el premio Rómulo Gallegos 2012.




Canon siglo XX, Según Carlos Fuentes

- El Aleph
Jorge Luis Borges
- Los pasos perdidos
Alejo Carpentier
- Rayuela
Julio Cortázar
- Cien años de soledad
Gabriel García Márquez
- Paradiso
José Lezama Lima
- La vida breve
Juan Carlos Onetti
- Noticias del imperio
Fernando del Paso
- Yo el supremo
Augusto Roa Bastos
-Pedro Páramo
Juan Rulfo
-Conversación en La Catedral
Mario Vargas Llosa
-Santa Evita
Tomás Eloy Martínez

Canon siglo XXI

-Historia secreta de Costaguana
Juan Gabriel Vásquez
- En busca de Klingsor
Jorge Volpi
-Oír su voz
Arturo Fontaine
-El desierto
Carlos Franz
- Las muertes paralelas
Sergio Missana
-Amphitryon
Ignacio Padilla
-El síndrome de Ulises
Santiago Gamboa
-Abril rojo
Santiago Roncagliolo



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Chac Mool
Cuento. Texto completo
Carlos Fuentes

Hace poco tiempo, Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en Semana Santa. Aunque había sido despedido de su empleo en la Secretaría, Filiberto no pudo resistir la tentación burocrática de ir, como todos los años, a la pensión alemana, comer el choucrout endulzado por los sudores de la cocina tropical, bailar el Sábado de Gloria en La Quebrada y sentirse “gente conocida” en el oscuro anonimato vespertino de la Playa de Hornos. Claro, sabíamos que en su juventud había nadado bien; pero ahora, a los cuarenta, y tan desmejorado como se le veía, ¡intentar salvar, a la medianoche, el largo trecho entre Caleta y la isla de la Roqueta! Frau Müller no permitió que se le velara, a pesar de ser un cliente tan antiguo, en la pensión; por el contrario, esa noche organizó un baile en la terracita sofocada, mientras Filiberto esperaba, muy pálido dentro de su caja, a que saliera el camión matutino de la terminal, y pasó acompañado de huacales y fardos la primera noche de su nueva vida. Cuando llegué, muy temprano, a vigilar el embarque del féretro, Filiberto estaba bajo un túmulo de cocos: el chofer dijo que lo acomodáramos rápidamente en el toldo y lo cubriéramos con lonas, para que no se espantaran los pasajeros, y a ver si no le habíamos echado la sal al viaje.

Salimos de Acapulco a la hora de la brisa tempranera. Hasta Tierra Colorada nacieron el calor y la luz. Mientras desayunaba huevos y chorizo abrí el cartapacio de Filiberto, recogido el día anterior, junto con sus otras pertenencias, en la pensión de los Müller. Doscientos pesos. Un periódico derogado de la ciudad de México. Cachos de lotería. El pasaje de ida -¿sólo de ida? Y el cuaderno barato, de hojas cuadriculadas y tapas de papel mármol.

Me aventuré a leerlo, a pesar de las curvas, el hedor a vómitos y cierto sentimiento natural de respeto por la vida privada de mi difunto amigo. Recordaría -sí, empezaba con eso- nuestra cotidiana labor en la oficina; quizá sabría, al fin, por qué fue declinado, olvidando sus deberes, por qué dictaba oficios sin sentido, ni número, ni “Sufragio Efectivo No Reelección”. Por qué, en fin, fue corrido, olvidaba la pensión, sin respetar los escalafones.

“Hoy fui a arreglar lo de mi pensión. El Licenciado, amabilísimo. Salí tan contento que decidí gastar cinco pesos en un café. Es el mismo al que íbamos de jóvenes y al que ahora nunca concurro, porque me recuerda que a los veinte años podía darme más lujos que a los cuarenta. Entonces todos estábamos en un mismo plano, hubiéramos rechazado con energía cualquier opinión peyorativa hacia los compañeros; de hecho, librábamos la batalla por aquellos a quienes en la casa discutían por su baja extracción o falta de elegancia. Yo sabía que muchos de ellos (quizá los más humildes) llegarían muy alto y aquí, en la Escuela, se iban a forjar las amistades duraderas en cuya compañía cursaríamos el mar bravío. No, no fue así. No hubo reglas. Muchos de los humildes se quedaron allí, muchos llegaron más arriba de lo que pudimos pronosticar en aquellas fogosas, amables tertulias. Otros, que parecíamos prometerlo todo, nos quedamos a la mitad del camino, destripados en un examen extracurricular, aislados por una zanja invisible de los que triunfaron y de los que nada alcanzaron. En fin, hoy volví a sentarme en las sillas modernizadas -también hay, como barricada de una invasión, una fuente de sodas- y pretendí leer expedientes. Vi a muchos antiguos compañeros, cambiados, amnésicos, retocados de luz neón, prósperos. Con el café que casi no reconocía, con la ciudad misma, habían ido cincelándose a ritmo distinto del mío. No, ya no me reconocían; o no me querían reconocer. A lo sumo -uno o dos- una mano gorda y rápida sobre el hombro. Adiós viejo, qué tal. Entre ellos y yo mediaban los dieciocho agujeros del Country Club. Me disfracé detrás de los expedientes. Desfilaron en mi memoria los años de las grandes ilusiones, de los pronósticos felices y, también todas las omisiones que impidieron su realización. Sentí la angustia de no poder meter los dedos en el pasado y pegar los trozos de algún rompecabezas abandonado; pero el arcón de los juguetes se va olvidando y, al cabo, ¿quién sabrá dónde fueron a dar los soldados de plomo, los cascos, las espadas de madera? Los disfraces tan queridos, no fueron más que eso. Y sin embargo, había habido constancia, disciplina, apego al deber. ¿No era suficiente, o sobraba? En ocasiones me asaltaba el recuerdo de Rilke. La gran recompensa de la aventura de juventud debe ser la muerte; jóvenes, debemos partir con todos nuestros secretos. Hoy, no tendría que volver la mirada a las ciudades de sal. ¿Cinco pesos? Dos de propina.”

“Pepe, aparte de su pasión por el derecho mercantil, gusta de teorizar. Me vio salir de Catedral, y juntos nos encaminamos a Palacio. Él es descreído, pero no le basta; en media cuadra tuvo que fabricar una teoría. Que si yo no fuera mexicano, no adoraría a Cristo y -No, mira, parece evidente. Llegan los españoles y te proponen adorar a un Dios muerto hecho un coágulo, con el costado herido, clavado en una cruz. Sacrificado. Ofrendado. ¿Qué cosa más natural que aceptar un sentimiento tan cercano a todo tu ceremonial, a toda tu vida?... figúrate, en cambio, que México hubiera sido conquistado por budistas o por mahometanos. No es concebible que nuestros indios veneraran a un individuo que murió de indigestión. Pero un Dios al que no le basta que se sacrifiquen por él, sino que incluso va a que le arranquen el corazón, ¡caramba, jaque mate a Huitzilopochtli! El cristianismo, en su sentido cálido, sangriento, de sacrificio y liturgia, se vuelve una prolongación natural y novedosa de la religión indígena. Los aspectos caridad, amor y la otra mejilla, en cambio, son rechazados. Y todo en México es eso: hay que matar a los hombres para poder creer en ellos.

“Pepe conocía mi afición, desde joven, por ciertas formas de arte indígena mexicana. Yo colecciono estatuillas, ídolos, cacharros. Mis fines de semana los paso en Tlaxcala o en Teotihuacán. Acaso por esto le guste relacionar todas las teorías que elabora para mi consumo con estos temas. Por cierto que busco una réplica razonable del Chac Mool desde hace tiempo, y hoy Pepe me informa de un lugar en la Lagunilla donde venden uno de piedra y parece que barato. Voy a ir el domingo.

“Un guasón pintó de rojo el agua del garrafón en la oficina, con la consiguiente perturbación de las labores. He debido consignarlo al Director, a quien sólo le dio mucha risa. El culpable se ha valido de esta circunstancia para hacer sarcasmos a mis costillas el día entero, todos en torno al agua. Ch...”

“Hoy domingo, aproveché para ir a la Lagunilla. Encontré el Chac Mool en la tienducha que me señaló Pepe. Es una pieza preciosa, de tamaño natural, y aunque el marchante asegura su originalidad, lo dudo. La piedra es corriente, pero ello no aminora la elegancia de la postura o lo macizo del bloque. El desleal vendedor le ha embarrado salsa de tomate en la barriga al ídolo para convencer a los turistas de la sangrienta autenticidad de la escultura.

“El traslado a la casa me costó más que la adquisición. Pero ya está aquí, por el momento en el sótano mientras reorganizo mi cuarto de trofeos a fin de darle cabida. Estas figuras necesitan sol vertical y fogoso; ese fue su elemento y condición. Pierde mucho mi Chac Mool en la oscuridad del sótano; allí, es un simple bulto agónico, y su mueca parece reprocharme que le niegue la luz. El comerciante tenía un foco que iluminaba verticalmente en la escultura, recortando todas sus aristas y dándole una expresión más amable. Habrá que seguir su ejemplo.”

“Amanecí con la tubería descompuesta. Incauto, dejé correr el agua de la cocina y se desbordó, corrió por el piso y llego hasta el sótano, sin que me percatara. El Chac Mool resiste la humedad, pero mis maletas sufrieron. Todo esto, en día de labores, me obligó a llegar tarde a la oficina.”

“Vinieron, por fin, a arreglar la tubería. Las maletas, torcidas. Y el Chac Mool, con lama en la base.”

“Desperté a la una: había escuchado un quejido terrible. Pensé en ladrones. Pura imaginación.”

“Los lamentos nocturnos han seguido. No sé a qué atribuirlo, pero estoy nervioso. Para colmo de males, la tubería volvió a descomponerse, y las lluvias se han colado, inundando el sótano.”

“El plomero no viene; estoy desesperado. Del Departamento del Distrito Federal, más vale no hablar. Es la primera vez que el agua de las lluvias no obedece a las coladeras y viene a dar a mi sótano. Los quejidos han cesado: vaya una cosa por otra.”

“Secaron el sótano, y el Chac Mool está cubierto de lama. Le da un aspecto grotesco, porque toda la masa de la escultura parece padecer de una erisipela verde, salvo los ojos, que han permanecido de piedra. Voy a aprovechar el domingo para raspar el musgo. Pepe me ha recomendado cambiarme a una casa de apartamentos, y tomar el piso más alto, para evitar estas tragedias acuáticas. Pero yo no puedo dejar este caserón, ciertamente es muy grande para mí solo, un poco lúgubre en su arquitectura porfiriana. Pero es la única herencia y recuerdo de mis padres. No sé qué me daría ver una fuente de sodas con sinfonola en el sótano y una tienda de decoración en la planta baja.”

“Fui a raspar el musgo del Chac Mool con una espátula. Parecía ser ya parte de la piedra; fue labor de más de una hora, y sólo a las seis de la tarde pude terminar. No se distinguía muy bien la penumbra; al finalizar el trabajo, seguí con la mano los contornos de la piedra. Cada vez que lo repasaba, el bloque parecía reblandecerse. No quise creerlo: era ya casi una pasta. Este mercader de la Lagunilla me ha timado. Su escultura precolombina es puro yeso, y la humedad acabará por arruinarla. Le he echado encima unos trapos; mañana la pasaré a la pieza de arriba, antes de que sufra un deterioro total.”

“Los trapos han caído al suelo, increíble. Volví a palpar el Chac Mool. Se ha endurecido pero no vuelve a la consistencia de la piedra. No quiero escribirlo: hay en el torso algo de la textura de la carne, al apretar los brazos los siento de goma, siento que algo circula por esa figura recostada... Volví a bajar en la noche. No cabe duda: el Chac Mool tiene vello en los brazos.”

“Esto nunca me había sucedido. Tergiversé los asuntos en la oficina, giré una orden de pago que no estaba autorizada, y el Director tuvo que llamarme la atención. Quizá me mostré hasta descortés con los compañeros. Tendré que ver a un médico, saber si es mi imaginación o delirio o qué, y deshacerme de ese maldito Chac Mool.”

Hasta aquí la escritura de Filiberto era la antigua, la que tantas veces vi en formas y memoranda, ancha y ovalada. La entrada del 25 de agosto, sin embargo, parecía escrita por otra persona. A veces como niño, separando trabajosamente cada letra; otras, nerviosa, hasta diluirse en lo ininteligible. Hay tres días vacíos, y el relato continúa:

“Todo es tan natural; y luego se cree en lo real... pero esto lo es, más que lo creído por mí. Si es real un garrafón, y más, porque nos damos mejor cuenta de su existencia, o estar, si un bromista pinta el agua de rojo... Real bocanada de cigarro efímera, real imagen monstruosa en un espejo de circo, reales, ¿no lo son todos los muertos, presentes y olvidados?... si un hombre atravesara el paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?... Realidad: cierto día la quebraron en mil pedazos, la cabeza fue a dar allá, la cola aquí y nosotros no conocemos más que uno de los trozos desprendidos de su gran cuerpo. Océano libre y ficticio, sólo real cuando se le aprisiona en el rumor de un caracol marino. Hasta hace tres días, mi realidad lo era al grado de haberse borrado hoy; era movimiento reflejo, rutina, memoria, cartapacio. Y luego, como la tierra que un día tiembla para que recordemos su poder, o como la muerte que un día llegará, recriminando mi olvido de toda la vida, se presenta otra realidad: sabíamos que estaba allí, mostrenca; ahora nos sacude para hacerse viva y presente. Pensé, nuevamente, que era pura imaginación: el Chac Mool, blando y elegante, había cambiado de color en una noche; amarillo, casi dorado, parecía indicarme que era un dios, por ahora laxo, con las rodillas menos tensas que antes, con la sonrisa más benévola. Y ayer, por fin, un despertar sobresaltado, con esa seguridad espantosa de que hay dos respiraciones en la noche, de que en la oscuridad laten más pulsos que el propio. Sí, se escuchaban pasos en la escalera. Pesadilla. Vuelta a dormir... No sé cuánto tiempo pretendí dormir. Cuando volvía a abrir los ojos, aún no amanecía. El cuarto olía a horror, a incienso y sangre. Con la mirada negra, recorrí la recámara, hasta detenerme en dos orificios de luz parpadeante, en dos flámulas crueles y amarillas.

“Casi sin aliento, encendí la luz.

“Allí estaba Chac Mool, erguido, sonriente, ocre, con su barriga encarnada. Me paralizaron los dos ojillos casi bizcos, muy pegados al caballete de la nariz triangular. Los dientes inferiores mordían el labio superior, inmóviles; sólo el brillo del casuelón cuadrado sobre la cabeza anormalmente voluminosa, delataba vida. Chac Mool avanzó hacia mi cama; entonces empezó a llover.”

Recuerdo que a fines de agosto, Filiberto fue despedido de la Secretaría, con una recriminación pública del Director y rumores de locura y hasta de robo. Esto no lo creí. Sí pude ver unos oficios descabellados, preguntándole al Oficial Mayor si el agua podía olerse, ofreciendo sus servicios al Secretario de Recursos Hidráulicos para hacer llover en el desierto. No supe qué explicación darme a mí mismo; pensé que las lluvias excepcionalmente fuertes, de ese verano, habían enervado a mi amigo. O que alguna depresión moral debía producir la vida en aquel caserón antiguo, con la mitad de los cuartos bajo llave y empolvados, sin criados ni vida de familia. Los apuntes siguientes son de fines de septiembre:

“Chac Mool puede ser simpático cuando quiere, ‘...un gluglú de agua embelesada’... Sabe historias fantásticas sobre los monzones, las lluvias ecuatoriales y el castigo de los desiertos; cada planta arranca de su paternidad mítica: el sauce es su hija descarriada, los lotos, sus niños mimados; su suegra, el cacto. Lo que no puedo tolerar es el olor, extrahumano, que emana de esa carne que no lo es, de las sandalias flamantes de vejez. Con risa estridente, Chac Mool revela cómo fue descubierto por Le Plongeon y puesto físicamente en contacto de hombres de otros símbolos. Su espíritu ha vivido en el cántaro y en la tempestad, naturalmente; otra cosa es su piedra, y haberla arrancado del escondite maya en el que yacía es artificial y cruel. Creo que Chac Mool nunca lo perdonará. Él sabe de la inminencia del hecho estético.

“He debido proporcionarle sapolio para que se lave el vientre que el mercader, al creerlo azteca, le untó de salsa ketchup. No pareció gustarle mi pregunta sobre su parentesco con Tlaloc1, y cuando se enoja, sus dientes, de por sí repulsivos, se afilan y brillan. Los primeros días, bajó a dormir al sótano; desde ayer, lo hace en mi cama.”

“Hoy empezó la temporada seca. Ayer, desde la sala donde ahora duermo, comencé a oír los mismos lamentos roncos del principio, seguidos de ruidos terribles. Subí; entreabrí la puerta de la recámara: Chac Mool estaba rompiendo las lámparas, los muebles; al verme, saltó hacia la puerta con las manos arañadas, y apenas pude cerrar e irme a esconder al baño. Luego bajó, jadeante, y pidió agua; todo el día tiene corriendo los grifos, no queda un centímetro seco en la casa. Tengo que dormir muy abrigado, y le he pedido que no empape más la sala2.”

“El Chac inundó hoy la sala. Exasperado, le dije que lo iba a devolver al mercado de la Lagunilla. Tan terrible como su risilla -horrorosamente distinta a cualquier risa de hombre o de animal- fue la bofetada que me dio, con ese brazo cargado de pesados brazaletes. Debo reconocerlo: soy su prisionero. Mi idea original era bien distinta: yo dominaría a Chac Mool, como se domina a un juguete; era, acaso, una prolongación de mi seguridad infantil; pero la niñez -¿quién lo dijo?- es fruto comido por los años, y yo no me he dado cuenta... Ha tomado mi ropa y se pone la bata cuando empieza a brotarle musgo verde. El Chac Mool está acostumbrado a que se le obedezca, desde siempre y para siempre; yo, que nunca he debido mandar, sólo puedo doblegarme ante él. Mientras no llueva -¿y su poder mágico?- vivirá colérico e irritable.”

“Hoy decidí que en las noches Chac Mool sale de la casa. Siempre, al oscurecer, canta una tonada chirriona y antigua, más vieja que el canto mismo. Luego cesa. Toqué varias veces a su puerta, y como no me contestó, me atrevía a entrar. No había vuelto a ver la recámara desde el día en que la estatua trató de atacarme: está en ruinas, y allí se concentra ese olor a incienso y sangre que ha permeado la casa. Pero detrás de la puerta, hay huesos: huesos de perros, de ratones y gatos. Esto es lo que roba en la noche el Chac Mool para sustentarse. Esto explica los ladridos espantosos de todas las madrugadas.”

“Febrero, seco. Chac Mool vigila cada paso mío; me ha obligado a telefonear a una fonda para que diariamente me traigan un portaviandas. Pero el dinero sustraído de la oficina ya se va a acabar. Sucedió lo inevitable: desde el día primero, cortaron el agua y la luz por falta de pago. Pero Chac Mool ha descubierto una fuente pública a dos cuadras de aquí; todos los días hago diez o doce viajes por agua, y él me observa desde la azotea. Dice que si intento huir me fulminará: también es Dios del Rayo. Lo que él no sabe es que estoy al tanto de sus correrías nocturnas... Como no hay luz, debo acostarme a las ocho. Ya debería estar acostumbrado al Chac Mool, pero hace poco, en la oscuridad, me topé con él en la escalera, sentí sus brazos helados, las escamas de su piel renovada y quise gritar.”

“Si no llueve pronto, el Chac Mool va a convertirse otra vez en piedra. He notado sus dificultades recientes para moverse; a veces se reclina durante horas, paralizado, contra la pared y parece ser, de nuevo, un ídolo inerme, por más dios de la tempestad y el trueno que se le considere. Pero estos reposos sólo le dan nuevas fuerzas para vejarme, arañarme como si pudiese arrancar algún líquido de mi carne. Ya no tienen lugar aquellos intermedios amables durante los cuales relataba viejos cuentos; creo notar en él una especie de resentimiento concentrado. Ha habido otros indicios que me han puesto a pensar: los vinos de mi bodega se están acabando; Chac Mool acaricia la seda de la bata; quiere que traiga una criada a la casa, me ha hecho enseñarle a usar jabón y lociones. Incluso hay algo viejo en su cara que antes parecía eterna. Aquí puede estar mi salvación: si el Chac cae en tentaciones, si se humaniza, posiblemente todos sus siglos de vida se acumulen en un instante y caiga fulminado por el poder aplazado del tiempo. Pero también me pongo a pensar en algo terrible: el Chac no querrá que yo asista a su derrumbe, no querrá un testigo..., es posible que desee matarme.”

“Hoy aprovecharé la excursión nocturna de Chac para huir. Me iré a Acapulco; veremos qué puede hacerse para conseguir trabajo y esperar la muerte de Chac Mool; sí, se avecina; está canoso, abotagado. Yo necesito asolearme, nadar y recuperar fuerzas. Me quedan cuatrocientos pesos. Iré a la Pensión Müller, que es barata y cómoda. Que se adueñe de todo Chac Mool: a ver cuánto dura sin mis baldes de agua.”

Aquí termina el diario de Filiberto. No quise pensar más en su relato; dormí hasta Cuernavaca. De ahí a México pretendí dar coherencia al escrito, relacionarlo con exceso de trabajo, con algún motivo sicológico. Cuando, a las nueve de la noche, llegamos a la terminal, aún no podía explicarme la locura de mi amigo. Contraté una camioneta para llevar el féretro a casa de Filiberto, y después de allí ordenar el entierro.

Antes de que pudiera introducir la llave en la cerradura, la puerta se abrió. Apareció un indio amarillo, en bata de casa, con bufanda. Su aspecto no podía ser más repulsivo; despedía un olor a loción barata, quería cubrir las arrugas con la cara polveada; tenía la boca embarrada de lápiz labial mal aplicado, y el pelo daba la impresión de estar teñido.

-Perdone... no sabía que Filiberto hubiera...

-No importa; lo sé todo. Dígale a los hombres que lleven el cadáver al sótano.

FIN




08

La memoria es el deseo satisfecho...
Carlos Fuentes



Fotografía: Efrén Galván.


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