lunes, 20 de febrero de 2012

Artetipos. Seminario cultural No. 57.


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EDITORIAL

El pasado 13 de febrero se conmemoró el 119 aniversario luctuosos del escritor mexicano Ignacio Manuel Altamirano, quien nació  un 13 de febrero de 1834 en la ciudad de Tixtla. De padres indígenas, no hablaba el español y a sus catorce años inició su aprendizaje, logrando años después cargos de importancia como diputado del Congreso de la Unión, Magistrado, Presidente de la Suprema Corte de Justicia, Oficial Mayor en el Ministerio de Fomento, Coronel, Profesor y Cónsul. Entre sus obras más importantes se encuentran Clemencia, Navidad en las Montañas y el Zarco. Murió en San Remo, Italia precisamente un 13 de febrero pero de 1893, cumpliendo una misión diplomática.


Sublevación y Delirio
Antología de poetas del Taller de poesía de María Baranda



Elisa Díaz Paniagua traza en sus poemas puentes entre la vida y la muerte logrando establecer un nuevo territorio fantasmagórico en donde la imaginación es su fundamento y la memoria el ímpetu de su escritura.

Juan Díaz Victoria revela en sus poemas su fascinación por la lengua y por la literatura. Sus poemas logran un impulso ético y mítico a la vez de donde surgen pequeñas historias o mundos que nos cautivan por su mirada y expresión tan personal.

María Baranda





LA CASA

Elisa Díaz Paniagua



El tiempo se ha armado y el aire pesa como una muralla cristiana.

Te atravesarán los años fríos y húmedos que se filtran por mis

                                                                                                              / paredes

e impregnan el aire de la tarde

y se sienten con el mirar ciego de tus manos

y en tu boca saben al vacío diminuto de una palabra olvidada.



Tal vez quieras hacerle frente a todo,

con tu cuerpo nuevo y viejo,

con tu ropa color de la tierra llovida.



Tal vez quieras mantenerte, orgullosa y tuya,

aun que te acechan todos esos años

apilados en mis esquinas como naufragios cíclicos,

dejados del tiempo salado que nace a diario

y se mece siempre con toda su pesadumbre sobre las piedras.



Tú estarás de vuelta a mí, en mi centro,

como una hija encontrada,

pero te arropará sólo el silencio

que ensombrece mis paredes como tantos atardeceres juntos,

el silencio de demasiados años de palabras y palabras,

el silencio transparente y grueso de cristales envejecidos,

y se cerrará a tu alrededor como si te hubiera buscado siempre:

lo sentirás lamer las puntas de tus dedos como una mascota

                                                                              / perdida hacía años,

trepará hasta tus oídos con la agudeza del cristal quebrado

y te perderás de todo y estarás a la deriva del tiempo.



Entonces los ángeles de madera,

guardianes del olvido,

voltearán sus ojos apolillados hacia ti,

el túnel de piedra se abrirá como una boca desnuda

y mis ventanas serán heridas infligidas en los muros

y reflejarán las tardes esculpidas en el cielo

o las estrellas derramadas en la noche

y, a veces, dejarán brotar la vida íntima de la casa

con su sangre de ámbar eléctrico,

con sus cortinas blancas y sucias como velos de novia muerta.



Todo el cuerpo de esta casa llevará tu muerte a cuestas

Y será la osamenta de tu tiempo.



MEMORIA EN VILO

Juan Díaz Victoria



La cifra del jilguero no es su canto, sino el oscuro andén que nos conduce a la pradera enraizada de recuerdos donde una voz  diminuta nos reclama con alardes de trueno embravecido. Callan de amar las intermitentes luciérnagas si el grito se eleva de la estera  que sostienes con manos crispadas en acero.

Vendrá algún día el destello que liberte a los muros de su prisión infame, cuando la hiedra amanezca resarcida y bajo el cielo no queden rastros mustios de la vegetación que crece al borde de los acantilados.






El Zarco
Ignacio M. Altamirano
A 111 años de su primera edición, la actualidad de El Zarco, de Ignacio Manuel Altamirano, es innegable. Publicada póstumamente, tras catorce años de trabajo, esta novela es la mejor muestra del carácter apasionado y refinado de su literatura y la culminación de sus ideas estéticas. Y así como se ha dicho de Clemencia (1869) que fue la primera novela moderna mexicana, de El Zarco podemos decir que fue la primera novela mexicana del siglo XX y su modelo artístico por excelencia. Con un relato casi cinematográfico por su agilidad y penetración, El Zarco despliega en sus más contrastantes aspectos el surgimiento –y las encontradas reacciones que provoca- de una banda criminal en el estado de Morelos durante el convulso periodo entre el fin de la guerra de Reforma y la intervención francesa. Pero no será sólo su parecido con el presente, sino sobre todo las implicaciones que desde el primer momento puso en evidencia, lo que nos dé una idea de los alcances de este libro, que desde si inmediatez casi documental y gracias a un sugerente juego de reflejos a través del tiempo nos permite entender el presente a la luz de los sucesos que narra, pues como dice en una de sus páginas, “cualquiera que hubiera leído un poco en lo futuro”, habría vislumbrado el desolador panorama actual que esta novela anticipaba. Como si apuntando con su espejo de plata hacia nuestros ojos acostumbrados a la oscuridad nos mostrara en un crudo destello los rasgos inveterados, si bien complacientemente pasados por alto, de una sociedad que al parecer ha vivido siempre entre el acoso y la avidez y en cuyo seno fue germinando (del relumbrón de los ojos azules a la completa banalización de las costumbres…) lo que ahora padecemos como consecuencias. El presente volumen incluye, además del prólogo que Francisco Sosa le escribiera en 1901, una mínima iconografía de las distintas ediciones que se han hecho de ésta que es sin duda una de las novelas claves de la literatura mexicana.
Alfonso D’ Aquino

Para la presente edición de El Zarco, que aunque parezca increíble es la primera que se edita en estado de Morelos, se han tomado en cuenta las principales ediciones anteriores –María del Carmen Millán (Porrúa, 1966), José Luís Martínez (SEP, 1986) y Manuel Sol (UV, 2000) y en especial la versión facsimilar publicada por Manuel Sol (UNAM, 1995)- a fin de entregar una versión lo más limpia posible de una obra que siempre ha estado plagada de erratas, malentendidos e incluso “correcciones” de alguno de sus editores. [N. del E.]




Entrevista con Jeremías Marquines

El poeta es sólo otro

Ricardo Venegas

Jeremías Marquines Castillo nació el 15 de agosto de 1968 en Villahermosa, Tabasco. Hizo estudios de filosofía y letras hispanoamericanas. Radica en Acapulco, Guerrero, donde ejerce el periodismo. Tiene publicados, entre otros, los siguientes libros: El ojo es una alcándara de luz en los espejos, (poesía, 1996). Los frutos de la voz, ensayos sobre la obra de Carlos Pellicer, en el cual es coautor (1997) y La palabra infinita, ensayos sobre la obra de José Gorostiza, coautor, (2001). Obtuvo el Premio Clemencia Isaura 2003 de Mazatlán, Sinaloa y el Premio José Carlos Becerra 2000, de Villahermosa, Tabasco. Este año Marquines fue el ganador del Premio Aguascalientes de Poesía.

Naciste en un año crucial de la vida política, económica y social de México, 1968, ¿qué significa esto para ti?

Derrumbe y expectativa, son dos palabras que me llegan a la mente cuando se menciona el 68. Pero más que nacer en una fecha tan simbólica, soy producto de sus consecuencias, de sus crisis y esas son las que me marcaron. Los años posteriores son de corrupción, abusos y una profunda desconfianza  social. La infancia la viví entre los gobiernos sinvergüenzas de Echeverría y López Portillo, así que aprendí desde pequeño a ser desconfiado y pesimista, y por supuesto son conceptos que están presentes en mi obra.

Acabas de ganar el premio más prestigiado de poesía de este país, el Aguascalientes, ¿cómo recibiste la noticia?

La noticia no la recibí yo, sino mi esposa Citlali y mis hijas Zoe y Zyanya; yo lo supe después porque no practico el uso del teléfono celular; ellas me dijeron primero y estaban más contentas que yo. Sin embargo, sí mantenía la expectativa y la duda; confiaba en que el libro que había enviado tenía la fuerza suficiente como para defenderse solo, y pensaba en que si había un buen jurado imparcial, como así sucedió, el libro tenía amplias posibilidades de ganar. En realidad, estoy más feliz porque, de algún modo, el premio recupera parte de la credibilidad que había perdido y que tantas polémicas generó en el pasado.

Perteneces a una generación de poetas mexicanos valiosos y destacados: María Baranda, Mario Bojórquez, Jorge Fernández Granados y Raquel Huerta-Nava, entre otros, ¿cómo te sientes con tu generación?

Pienso que la idea de generación literaria donde se mete a todos por igual no me gusta mucho, me agrada más la idea de coincidencias y aproximaciones poéticas, en ese sentido me siento más cómodo, quizá más colindante con las poéticas de Jorge Fernández, Armando Alanís, Ernesto Lumbreras, Francisco Magaña, Mario Bojórquez, Juan Carlos Bautista y aunque no son de “mi generación”, pero me llegan por su aproximación, las obras de Coral Bracho y Tedi López Mills.  Considero que hay en las obras de estos poetas que menciono, “el sentimiento de ser todo y, a la vez, la evidencia de ser nada”. Hay incertidumbre y expectativa, pesimismo y desconfianza, y esas ambivalencias son las que me atraen.

Vivimos una era de violencia e impunidad agudizadas, ¿el mundo necesita al poeta o viceversa?

El mundo no necesita a los poetas, sólo necesita a mejores seres humanos. Incluso el mundo no nos necesita como especie, con los animales les basta para estar bien. El poeta es sólo otro individuo más, demasiado herido, demasiado enfermo, demasiado bárbaro  como para que encima el mundo necesite de nosotros. Lo indicado sería entonces que el poeta necesite del mundo y a veces eso nos disgusta, porque al igual que los peces, lo que nos hastía es que todo ocurre en la misma pecera. La violencia es hija de la impunidad agudizada; todos somos responsables de esa violencia que hoy nos sitia. La complacencia, las complicidades y la indolencia de una sociedad cínica le dio forma al terror criminal y como siempre, tratamos de culpar a otros de lo que hemos hecho. Hay que aprender a vivir también con lo detestable.

Dices en un poema: "Como la catástrofe/ La ilusión siempre necesita dos: el abismo y la intuición." ¿Le falta arriesgar más a la poesía mexicana?

Lo que entiendo es que la poesía mexicana nunca ha arriesgado nada. Es una poesía comodina que se conforma con glosar su propia tradición, o a veces haciendo buenas glosas de otras tradiciones, como decía Cuesta. En México casi nunca se premia la experimentación, el riesgo, la diferencia, por lo contrario se premia y se celebra la tradición y la cursilería; por eso lo que tenemos es una poesía endogámica, con múltiples achaques que la hacen cada vez más aletargada, sin sorpresas y alejada de los lectores. Y sí, la poesía necesita de dos: la catástrofe y la ilusión.

¿Cuál es tu diagnóstico de la poesía mexicana actual?

Pienso que la poesía mexicana actual está muy alejada de las necesidades de sus lectores, no ha logrado encontrar su lugar en la realidad actual y una consecuencia de este errar es la proliferación de textos vacíos que tratan de llenar recurriendo a las exploraciones temáticas de hospital. Es una poesía de temas más que de esplendores.


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Qué clase de reporteros
Adán Echeverría

¿En quién han de confiar los ciudadanos? La red internacional de comunicaciones nos ha regalado el poder de masificar la información. Pero ese término: masificar, hacerlo para las masas, o que las masas puedan hacerlo ¿en qué ha resultado? Puede uno creer que han caído muchas vendas en los ojos de los lectores. Pero eso es lo de menos. Uno tiene que aprender a desconfiar de todo. Jamás se podrá saber quién es quién, o quién tiene algo que decirnos que pueda gozar de veracidad, no le llamemos verdad.
Hoy mismo, querido lector, yo podría estar pagado por la partidocracia, como dice el caricaturista Rius, y estar al servicio de un oscuro partido político, haciéndole el favor al Pri, caminando y comunicando acerca de la anulación del voto. Quizá. ¿Podríamos decir lo mismo de Rius? Él es Rius, yo, “el eterno indio que se queja”.
Quejas más quejas menos, yo mismo podría acusar a los portales de noticias de la red de que cada uno podría tener sus amigos en el gobierno, sus amigos en la partidocracia que les filtran su dinerito con respecto a que lo publicable, sea un poco de su agrado.
Por ahí he escuchado a esos editores de la prensa decir y redecir que los columnistas aunque no tengan sueldo, bien que ganan, ya que se apersonan con los diputados, con los jefes de gobierno (partidócratas, pues) y les piden su dinerito a cambio de columnas con tal o cual color.
Lo mismo los reporteros. Habría que sacar cuentas de todos los regalos que los diputados, senadores y comparsa hacen llegar a los reporteros en las navidades, día del periodista, del reportero, del ser humano. Vivir de los regalos, en este país de limosneros.
O como decía el poeta: qué tan malo será el trabajo que hasta pagan por hacerlo.
Yo mismo, lo he de reconocer, he probado mi tesis. En una ocasión, trabajando para una oficina de gobierno (de cuyo nombre no quiero acordarme) me enteré de ciertos desmanes de presupuestos que beneficiaron a personajes en niveles de alto rango. Supe que pensaban denunciar ese faltante de dinero, que en una fiesta –borrachera- habían dilapidado en servicios sexuales, ante las autoridades, acusando de que alguien de la misma oficina lo había robado: caiga quien caiga.
A sabiendas de que iban a revisar y hacernos declarar a todos los de la oficina, decidí hablar con un reportero. Le envíe un correo a uno y me cité con él. El reportero llegó, le di un nombre falso, jamás cotejó mis datos, no me pidió que me identificara, sólo tomó notas de la información y ciertas pruebas que le ofrecí, y ni siquiera fue a la oficina para ver si yo trabajaba ahí.
Corrí el riesgo de que lo hiciera, de que preguntará por el nombre falso que le di y que todo el teatrito se cayera, pero no lo hizo. Al día siguiente la nota apareció en uno de los dos diarios de más tiraje de Yucatán. Tuvo tal éxito que nadie en la oficina desconfió de mí. Jamás. Los jefes no pudieron acusar a nadie, llamaron a junta con todos los de la oficina, hablaron de la ética, de que era increíble que se filtrara información a la prensa y no pasó más. En gobierno si se quiere nunca pasa nada. La nota tuvo éxito, podría decirse, pero el reportero dio mucho que desear.
A qué nos enfrenta esto. Al menos tres aspectos: 1. Cualquiera engaña a un reportero. 2. Existen reporteros incapaces de perseguir las fuentes, de cotejarlas; se conforman con los boletines de prensa. Por eso se dejan engañar por cualquiera. 3. La sociedad le cree todo a la prensa escrita, son incapaces de desconfiar.
Habría que mirarlo bien y con ojo abierto. ¿Qué clase de reportero eres? ¿Acaso no hay algo más que te sea de interés en esta profesión que entregar el día a día las notas que te harán cobrar tu dinero quincenal? ¿Acaso no quieres un poco más? ¿Honrarte a ti mismo?
Y habría que seguir trepando la pregunta: ¿qué clase de director editorial eres?, ¿qué clase de columnista?, ¿qué clase de editor? ¿Acaso tu trabajo como editor consiste en componer la ortografía y bajar información de la Internet?
Merecemos una mejor prensa. Merecemos respetar nuestra profesión, respetándonos. No se trata de sólo reproducir el boletín de prensa que se nos facilita, mis señores, ni se trata de cubrir unas horas en la oficina editando notas, pendientes del reloj chocador para la salida temprano. Se trata de informar, y bien.


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