miércoles, 14 de diciembre de 2011

Seminario Cultural Artetipos No. 52. Se autoriza cualquier reproducción total o parcial de estos contenidos.


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Queridos lectores: A continuación, el contenido del seminario cultural Artetipos No. 52.
EDITORIAL
Descanse en paz el maestro Luis Lombardo


EL CASCANUECES, ¿Una versión Moderna?
Gina Ancona A.
Como es tradición en esta época de fiestas decembrinas, el Ballet de Cámara de Morelos se encuentra ofreciendo funciones de “EL CASCANUECES, Una versión moderna”, para cerrar el año con su temporada de invierno en el Teatro Ocampo. Las funciones, que comenzaron el fin de semana pasado, continuarán durante este fin de semana para que los niños y adultos del Estado puedan ser partícipes de este espectáculo que involucra a la primera y única compañía de ballet en Morelos, a niños y niñas de diferentes escuelas de danza de Cuernavaca, así como en las dos últimas funciones, a la Orquesta de Cámara de Morelos y a los Niños Cantores.
La realización de este montaje tiene sus méritos. La invitación realizada a estos chiquillos para participar en la puesta en escena, tiene como finalidad la búsqueda y el apoyo hacia las futuras generaciones de bailarines morelenses, así como la creación de un nuevo público para el ballet y la danza en general. Ahora, hay que ver el panorama completo. En cuanto a coreografía se refiere, el producto final es una mezcla bastante bizarra entre jazz, comedia musical, ballet, danza contemporánea y elementos de danza aérea, que lamentablemente no terminan de cuajarse. Hay que recordar que la experimentación, la innovación y la búsqueda de nuevos lenguajes son importantísimas, sin embargo, también sabemos que el hilo negro ya fue inventado, por lo que a mi parecer, cuando alguien se mete con los clásicos debe de ser muy cuidadoso. Y es que para cualquier coreógrafo es bastante obvio el compromiso y la responsabilidad que se adquiere al realizar adaptaciones sobre una obra que ha recorrido el mundo con las mejores compañías por más de un siglo, por lo que en cuanto a este tema se refiere, hay que decir que no fue precisamente un acierto. Es una lástima que siendo el BACEM una compañía con bailarines de mucha calidad, con la infraestructura y la solidez económica –en especial durante esta administración, en la que Martha Ketchum, cofundadora de la compañía, fungió como Directora del ICM- así como con el apoyo de muchas otras instituciones gubernamentales y privadas, se encuentre actualmente realizando montajes que en boca de muchos, dejan bastante que desear.



La Tómbola
“La Vida es una Tómbola,
tom, tom, tómbola.”

Manuel Salazar Ávila

Hoy por la mañana vino a contarme Ventura lleno de regocijo, lo de la muerte de la Tómbola, el causante de nuestras desazones y congojas de la primera edad. Mira nada más como acabó ese temible ganapán –nos dijimos con los ojos- que ensombreció los días azules de la infancia a más de cuatro compañeros de clase, precisados a soportarlo a lo largo de seis interminables –o, al menos eso nos parecieron acosados por los abusos de ese grandulón- cursos de instrucción escolar.
Al término de tantos años, la memoria parece flaquear y perder el registro de los hechos, y aún los recuerdos van dejando de hacernos daño. Vana ilusión, pues ellos permanecen escondidos en los resquicios del alma, esperando la ocasión de jugarnos una mala pasada con su rostro feroz.
-¡Vaya! No sabía que aún viviera ese mequetrefe, me concentré a decirle a Ventura, mi apreciado amigo, que seguía sosteniendo en los labios un rictus triunfador: Y ¿cómo fue eso? Continué.
-Resulta que, tardíamente, agarró el oficio de curandero y en el caso extremadamente difícil de un sujeto al que una mujer despechada tenía embrujado, no hubo más remedio que darle a aquel una limpia de aura a conciencia, de acuerdo con el rito más antiguo de los hechiceros aztecas, en cuyo tratamiento era necesario que, La tómbola y un ayudante de su secta, se metieran al baño de temazcal de yerbas medicinales para sacarle el mal aire que se había metido hasta los tuétanos del individuo, pero, siendo el daño tan profundo, paciente y brujos sucumbieron ante los efectos del terrible maleficio, con lo cual quedó demostrado que no siempre es redituable ponerse al servicio del maligno, como lo pretendió la Tómbola desde niño.
Ventura y yo guardamos un largo silencio relamiendo nuestras viejas heridas: los golpes a mansalva; la humillación infamante; la burla sangrienta por la falta de destreza en las actividades físicas –sobre todo físicas en las que cifran su superioridad los valentones-; la cuota en dinero o en especie por el honor de ser adlátere del fanfarrón; la osadía de reventarse el pedo más sonoro en clase; los desafíos a la moral infantil (tocarle el trasero a las niñas); mofarse de los afeminados; y, el más temido de todos: las competencias para ver quien tenía el pito más grande, que mortificaba en grado sumo a los que la naturaleza negara sus favores en esos menesteres. El hecho de que La Tómbola nunca haya mostrado el suyo , nos hizo sospechar a varios de que, lo más probable, es que careciera de lo que tanto presumía, pero él era el jefe, quién podría obligarlo amostrar su pingajo? En fin, menudencias que, en ese entonces, nos parecían verdaderas tragedias. ¿Que por qué no se acude a los papás? ¿Alguien en su sano juicio infantil podría aventurarse a ser tildado de rajón?
La Tómbola que se había rezagado un par de años atrás, parecía, y lo era en realidad, más grande que nosotros. Alto y fortachón, tirando a obeso, pudo alzarse por encima de todos los que componíamos esa generación, y dominarnos fácilmente. Por ese tiempo la academia había puesto de moda un nuevo discurso, a tono con la ideología dominante, respecto al trato que debía darse a los niños “problema” mandando al carajo a los “normales”. Dando por descontado que estos no requerían mayores cuidados, eran aquellos con los que debía acentuarse afectos y consideración. Ayunos de semejantes atenciones, ero lo único que necesitaban para resolver al redil.
Niños “problema” ¡ajá! Que venían de hogares desintegrados y todo eso ¿verdad? Por lo tanto proclives a la delincuencia. Había que reivindicarlos a tiempo, pues. Sólo los pedagogos sabrán si esto habrá dado óptimos frutos, pero a la distancia podemos apreciar que, los métodos actuales implantados por la insigne maestra Alba Aurora, han resultado ser más efectivos que aquellos, pues los mismo están conduciendo a nuestra país a un ineludible feliz término; esto es, educar a los mexicanos desde la más tierna infancia en las artes de la simulación y la marrullería, sin inhibiciones, sin cortapisas, sin complejos de culpa ¡vaya! ¿Para qué tanta hipocresía? Ándenles escuincles sálvese el que pueda: A prepararse para la guerra. ¿No es hasta el mismo himno del preclaro Santa Ana nos invita de ello?
Pero regresemos al comentario del método educativo de los tiempos de María Canica. Resulta que La Tómbola, so pretexto de estos experimentos pedagógicos fue a parar a manos de una profesora neurasténica y rabiosa, solterona por la gracia de Dios, que tomó como misión salvífica encauzar por el camino del bien al bellaco incorregible; de modo que la dicha Tómbola se volvió intocable dentro del claustro de la escuela, a menos que alguien quisiera enfrentar la furia de la maestra Mode, es decir, Modesta, que defendía a capa y espada los excesos del grandulón, con la esperanza de volver a verlo, algún día, el modelo a seguir de todos los escuelantes. Vano afán. La Tómbola siguió siendo a lo largo de su vida un penitente incorregible. Y aquí es donde viene la duda bien fundada de que no hay redención posible, o lo que es lo mismo, el que tómbola nace, tómbola muere.
Llegó la hora de demostrar nuestra hombría. La decisión fue tomada: los más aguerridos no asistíamos a clase yéndonos de pinta. Era preciso enfrentarnos al llamado de la carne. Por vez primera –nos dijo La Tómbola, con ese dejo de villano de película que habría tomado de alguno de sus hermanos mayores, famosos en el barrio por avezados malandrines- iríamos con las de tacón alto. Así, pues, Salomón, Ventura, Pepe, Castañeda y yo, fuimos tras los pasos de La Tómbola, temerosos, trémulos, invadidos por una extraña emoción. Pasamos la parada del ferrocarril; enfilamos hacia la colonia nueva de anchas calles sin pavimentar; rodeamos la vieja hacienda azucarera desmantelada ya desde antes de la Revolución y llegamos por fin a un terraplén de los campos del salitre, y ahí, desde un altozano señalando con el índice de su mano a una manada de burras, La Tómbola nos dijo imperativo y desdeñoso: Órale, allistán las de tacón alto, escojan la que quieran.
Pasado ese susto vendría otro más alarmante. La Tómbola nos dijo a sus adictos que había que acompañarlo a ver las suripantas que él regenteaba. (¿A quién le habría oído decir esa bobada?) Que no se nos ocurriera llamarlo Tómbola, pues ellas lo conocían como su Simón Blanco. Y a las entrañas de la perdición fuimos, pues, para ver a nuestro héroe de lo que era capaz.
Efectivamente, llegamos a las afueras del pueblo, hasta un tugurio de mala muerte, El Atorón, que atendía una señora menudita de pelo oxigenado conocida como La Zanahoria, y que creía haberla visto en algún lugar, lo cual sobresaltó a mi corazón. La Tómbola, entonces, llegó aparentando una seguridad en sí mismo evidentemente sobrada, y llamó a La Zanahoria, misma que de inmediato apareció nada más para llenarnos de improperios y vejaciones:
-Y ustedes ¿qué mierdas se les perdió por acá, pinches mocosos cagones? Lárguense antes de que llame a la policía. Y dirigiéndose a mí: Mira nada más a quién tenemos ¿eh? Oloverás güerito le voy a decir a tu papá dónde andas metiéndote.
En ese mismo momento emprendimos fenomenal  carrera hasta legar cada quien a nuestra casa con el alma de fuera, presas de un terror desconocido y deleitoso a la vez. Resulta que la tal Zanahoria y todas las señoras de su oficio acudían cada sábado al negocio familiar: los baños públicos de la ría lucha, antes de pasar revista en el Centro de Salud de la localidad. Hasta entonces recordé en dónde había visto esa maniquí de labios y mejillas pintarrajeadas y pelo oxigenado: La Zanahoria.
A partir de ese día La Tómbola perdió prestigio de héroe entre la comunidad estudiantil. Sin embargo, no se quedaría con esa espina dentro. Hoy La Tómbola ha muerto, qué lástima que hayan debido pasar tantos años para que un inocuo baño de temazcal terminara abruptamente con los instintos patentemente incivilizados de La Tómbola.

¡Y con Ustedes!, el personaje principal… ¡El libro!

Vidas malas hacen buenos libros,
buenos libros hacen vidas malas. 
Henry Miller


Ricardo Ariza

Existe una anécdota, según la Wikipedia enciclopedia libre (ese oráculo de Delfos contemporáneo) relacionada a la intolerancia con la quema de libros, que en nuestro país se ha vuelto el tema central en estos últimos días: “Se repite en Chile una anécdota no comprobable acerca de los militares pinochetistas, que buscando libros de carácter marxista, por error encontraron en una biblioteca de Arte Pictórico, libros sobre cubismo, y creyendo que estaban relacionados con la Cuba castrista los quemaron todos”.
La regidora panista de León Guanajuato, Hortencia Orozco Tejada, que junto con las afiliadas de la Coalición Ciudadana por la Familia y la Vida (Cofavi), así como la presidenta de “Suma tu Voz”, Lourdes Cázares, deshojaron ejemplares de libros de biología del primer grado de secundaria de la SEP, -los cuales arrojaron a una tina de metal y les prendieron fuego-, se han sumado –y muy probablemente sin saberlo (porque para eso tendrían que haber leído)- a una larga lista de intolerantes históricos. Fanáticos de todas las edades y colores se han incluido en esta lista negra de Jueces Implacables y Custodios de la Moral.
Las panistas de Guanajuato, sin duda, han de ver el tratamiento de la sexualidad en los libros de texto de la SEP como un signo más del Apocalipsis ahora. Imagino el bochorno e intolerancia que mostrarían ante un texto como “La Historia del Ojo” de Georges Bataille,  (que por cierto -habría que informarles- se escribió hace casi cien años), quien como el Marqués de Sade llevó el erotismo a paroxismos cuasi divino-demoniacos. Un libro sumamente erótico pero que entre líneas contiene un misticismo único.
En México ha tomado revuelo el tema por la acción de estas militantes panistas, todas pro vida y esposas de los caballeros de Cristo, seguramente; y por las declaraciones fuera de lugar del candidato priista Enrique Peña Nieto. Ya antes Vicente Fox se encargó de darle en la madre a nivel mundial a la débil reputación de México respecto a la lectura. Y recuerdo a una diputada de Zacatecas, creo, hace algún tiempo, poner el grito en el cielo y prohibir la lectura de “Memorias de mis putas tristes”, la novela de Gabriel García Márquez. O aquella profesora de una escuela para “señoritas” aterrorizada por “Aura” de Carlos Fuentes. Válgame…
La quema de libros es una práctica auspiciada generalmente por los líderes políticos o religiosos para demostrar su repudio a otras formas de pensar. Simbólicamente es lo mismo quemar libros que quemar seres humanos. El ejemplo contemporáneo más famoso sucedió durante el régimen Nazi en la Alemania de Hitler, en el Bebelplatz en Berlín, el 10 de mayo de 1933. Quienes se oponen a la quema de libros, generalmente, comparan este hecho con lo ocurrido durante el gobierno de Tercer Reich.
A continuación presentamos la lista de los ocho grandes éxitos en la quema de libros que ofrece Wilkipedia relacionada a estos hechos en la historia de la humanidad:
La quema de libros y la destrucción de bibliotecas tienen una larga historia y pertenece a los lamentables capítulos de la censura, el fanatismo, la guerra y la estulticia. Estos son algunos de los sucesos documentados:
1.- La quema de libros y asesinato de académicos en la China de Qin Shi Huang en el año 212 a. C.; muchos intelectuales que desobedecieron la orden fueron enterrados vivos.
2.- Los libros de alquimia de la enciclopedia de Alejandría fueron quemados en 292 por el emperador Diocleciano. En el año 367, Atanasio, el obispo rebelde de Alejandría, emitió una carta de pascua en la cual exigía que los monjes egipcios destruyeran todos aquellos escritos inaceptables, excepto aquellos que él particularmente etiquetó como aceptables y canónicos. Esa lista es lo que actualmente constituye el Nuevo Testamento. Los textos heréticos no aparecieron como palimpsestos, borrados o sobrescritos como los textos paganos; de esta manera muchos textos de principios de la era cristiana se perdieron como si estos hubieran sido públicamente quemados. El Evangelio de Judas recientemente redescubierto en Egipto, fue un libro que se perdió mediante esta práctica de destrucción privada de información.
3.- A finales del siglo XV se produjo en Florencia una importante quema de libros y obras artísticas de considerable valor, considerados todos ellos inmorales, en la llamada "Hoguera de las vanidades", promovida por Girolamo Savonarola.
4.- Quema de los ídolos y códices mayas por Fray Diego de Landa. Mural del pintor yucateco Fernando Castro Pacheco. La quema de los manuscritos o códices mayas por el sacerdote Diego de Landa en la localidad de Maní (Yucatán) el 12 de julio de 1562.
"Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos, (...)"
Diego de Landa

5.- A comienzos del siglo XVI, los andalusíes de la península ibérica tenían la obligación de entregar a las autoridades castellanas los libros escritos en árabe, siéndoles devueltos los que versaran sobre medicina, filosofía o historia, y quemados los demás.
6.- La quema de libros de autores judíos durante la época nazi, desde 1930 hasta 1945 en Alemania.
7.-Declaraciones hechas por John Lennon en 1966 acerca de que los Beatles "eran más populares que Jesucristo" ("We're more popular than Jesus now") fueron mal interpretadas, lo que ocasionó que muchas personas que residían en el "Cinturón Bíblico" o "Bible Belt" en Estados Unidos se dieran a la tarea de quemar sus discos en señal de protesta a la declaración antes citada.
8.- En Chile después del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 los militares chilenos requisaron y quemaron miles de libros de política, aunque en febrero de 1987 el Ministerio del Interior chileno sólo admitió haber quemado 15.000 copias de Las aventuras de Miguel Littín clandestino en Chile el 28 de noviembre de 1986 en Valparaíso bajo órdenes del dictador Augusto Pinochet.
El 29 de abril de 1976, Luciano Benjamín Menéndez, jefe del III Cuerpo de Ejército a cargo del proceso de reorganización Nacional (Golpe de Estado Argentino) con asiento en Córdoba, ordenó una quema colectiva de libros, entre los que se hallaban obras de Proust, García Márquez, Cortázar, Neruda, Vargas Llosa, Saint-Exupéry, Galeano... Dijo que lo hacía "a fin de que no quede ninguna parte de estos libros, folletos, revistas... para que con este material no se siga engañando a nuestros hijos". Y agregó: "De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina". (Diario La Opinión, 30 de abril de 1976).

Carta del Doctor Héctor Zagala a Paulina Peña Pretelini:
No tengo el gusto de conocerte personalmente. No sé cómo eres, desconozco tus cualidades, tus aficiones, tus intereses. Entiendo tu molestia al escuchar las críticas a tu padre, Enrique Peña Nieto. Son gajes del oficio. Deberás irte acostumbrando a los ataques contra él. En una democracia, la crítica es un ejercicio fundamental. Tu padre es una figura pública y, por ende, sus actos serán juzgados con rigor. “¿Por qué son tan duros con él?”, te preguntarás. Bueno, los funcionarios públicos ganan mucho dinero. Hay miles de personas dispuestas a sufrir críticas y cuestionamientos con tal de figurar en la nómina oficial. El sueldo bien vale esos golpes. ¿No?
Pero no es de tu padre de quien quiero hablar, sino de ti. ¿Te confieso algo? Me aterra que hayas utilizado la expresión “hijos de la prole” como un insulto. Insisto, es disculpable que te enfades por la burla hacia tu padre. No me asustaría que los llamaras “babosos”, “tontos”. Es más, no me preocupa el que nos hayas llamado “pendejos”. En cambio, no se puede excusar tu menosprecio a los hijos de los trabajadores, de los obreros.
¿Oíste del escándalo de las Ladies de Polanco? Descalificaron a un policía llamándolo “asalariado”. Algo similar hiciste tú: descalificas a la mitad del país por su condición social. ¿Qué tiene de malo ser hijo de un obrero? Sabes, yo soy nieto de un minero, un proletario. No me da vergüenza decirlo. ¿Te avergonzarías de tu padre si fuese un vendedor de tamales o un plomero?
Tu padre, que ha leído la Biblia, te puede recordar una frase de Jesús en el Evangelio: “De la abundancia del corazón, hablará la boca”. Sin pretenderlo, con tus palabras has revelado tu clasismo. Desprecias el trabajo manual. Minusvaloras a quienes se mantienen con su esfuerzo. ¡Qué tristeza que así piense la hija de un candidato presidencial!
“Hijos de la prole” son, en efecto, quienes estudiaron en escuelas públicas, quienes utilizan el metro, quienes no comen cortes argentinos ni quesos españoles, quienes no utilizan zapatos de miles de pesos, quienes no se atienden en el hospital ABC, quienes no viajan en helicóptero. Los hijos de la prole, por el contrario, deben de hacer largas horas de filas en las clínicas del seguro social, deben de comer carbohidratos (tortillas), deben de estudiar en salones sin computadoras, deben de apretujarse en los transportes públicos. Los hijos de la prole, querida Paulina, ganan en un año lo que tu padre gana en una semana.
Cuando leas estas líneas haz el siguiente ejercicio. Revisa lo que llevas puesto encima: perfume, cremas, desodorante, ropa, zapatos, celulares, aretes. Suma el total. ¿Sabes que traes encima más de lo que una indígena gana durante un año de trabajo duro?
Paulina, me da terror que pienses así. Tu lapsus reveló tu “realidad”: vives en una burbuja color de rosa. “Hijos de la prole” no es un insulto, sino un título honorable. Este país, que tu padre aspira a gobernar, depende de los obreros, de los campesinos, de los empleados, depende de esas personas a quienes menosprecias.
Ojalá este gravísimo desliz, no sea fruto de la educación que recibiste en casa. Ojalá y sea culpa tuya, fruto de tu arrogancia (tan propia, eso sí, de la clase alta mexicana). ¿Qué será de México si lo llega a gobernar una persona que desprecia al proletariado?
Mira Paulina, me parece que por tu bien, debes inscribirte en una escuela pública, reducir tu escolta al mínimo, tomar el metro en horas pico, y ponerte a trabajar. Por si no lo sabes, muchos de los “hijos de la prole” se pagan sus estudios con su trabajo: los hay campesinos, vendedores, obreros. Algunos trabajan desde niños (ojalá no fuese así, dicho sea de paso).
Paulina, has puesto en riesgo el futuro político de tu padre. Pero lo que es más grave: si los
jóvenes pudientes de México piensan como tú, ponen en peligro en riesgo el futuro de México.

La cura
De: Roa Juárez
Habíamos coincidido en la clínica. Al principio éramos unos siete u ocho pero cuando se pasó la voz, no se dieron abasto y tuvieron que hacer una selección. Como lo dije, unos quedaron fuera del proyecto, y fue triste, pero esto era experimental, tampoco se podía arriesgar a todos; otros desistieron por decisión propia, y los más valientes, según yo, nos quedamos a expensas de lo que resultara. Éramos personas que fácilmente nos identificábamos, y no es que lleváramos uniformes o algo parecido, sino que había un síntoma esperanzador que se hacía visible en nuestras caras. También llegamos a dudar, pero tantas veces lo hemos hecho que esta vez ya no fue relevante.
Era un tratamiento que prometía nuevos panoramas en la ciencia. Me enteré de la propuesta por el anuncio del periódico. Cuando me la leyó don Sebastián Covarrubias, el vecino de enfrente, pensé que era una tomada de pelo, quizá una broma de los editores, pero no hubo en los siguientes días fe de errata alguna. Al llegar, nos dijeron que llenáramos unas formas protocolarias, ya saben: el nombre, fecha de nacimiento, que si uno es alérgico a esto, a aquello; también dejamos el número telefónico. Mi madre hizo favor de llenarlas, pero, pobre, sé el trabajo que le costó ver todas las preguntas. Según ella, venían en tamaño de hormiga. Tengo suerte de tenerla, cuando menos, con todo y sus años, todavía alcanza a distinguir lo que hace mucho dejé de mirar. Lo interesante sería saber si detrás de esta vida que cargamos, ella se compadece de mí, o es mera costumbre la que nos mantiene unidos, porque hemos estado siempre así. Es muy parecido a los pájaros enjaulados que de fuera, se les mira como dos aves que íntimamente se han adaptado, sin embargo, si no estuvieran dentro, si tuvieran la libertad a la mano, uno no podría vivir lejos del otro, porque así se les ha condenado. Entonces, pienso, somos algo parecido.
Pasaron unos cuantos días y luego me llamaron, una voz delgada me dijo que debía presentarme en la clínica con maleta hecha. Cuando colgué, sentí una punzada en el pecho al pensar que mi vieja por primera vez se quedaría desamparada, digo, a su edad ya no se puede hacer mucho, pero seguramente le llegará esa sensación que quizá debía tener en otro momento, al tener mi primer empleo por ejemplo, o al independizarme. Algo similar a un alivio, un desahogo. Sí que me preocupa.
Los dormitorios eran cómodos, sin lujos, estaban distribuidos en tres literas por habitación. Nadie tuvo tiempo ni oportunidad de escoger su cama, podría asegurar que ellas nos escogieron a nosotros, mas sólo es una simple idea romántica que comparto. El nutriólogo, después de pesarnos y ver nuestro estado de salud, dictó a las jóvenes enfermeras: “dieta rigurosa de verduras y cereales, ¡nada de embutidos!”. Ellas apuntaban en una libreta. Es increíble que no las doten de sacapuntas, a simple oído se distinguía lo chato de los lápices. “A ver, usted, abra la boca, diga ahh”, decía el médico. Luego nos estiraba los párpados como si fueran de látex. No se abstuvo de mencionar obviedades lastimosas como: “sí, este ciego viene con anemia”, o, “¿cuántos dedos ves?”, decía en broma, mientras las enfermeras soltaban escuálidas risitas. Hacíamos como que no lo escuchábamos. Comprendemos tal falta de sensibilidad. Su profesión es cuidar del cuerpo, como experto en la palabra, digamos, poeta, otra cosa sería. Bastaba con saber que de este mal todos queríamos deshacernos.
Muy pocas eran las actividades que hacíamos, realmente parecían unas vacaciones de verano con todos los servicios pagados. Por la mañana, tomábamos la medicina, aunque también las tomábamos a las tres y de ahí hasta la noche, antes de dormir. Luego de las pastillas, nos colocaban gotas que nos vaciaban los ojos de malos espíritus. Ardían un poco al principio pero a peores cosas nos hemos acostumbrado. Tuvimos tiempo de platicar nuestras experiencias, todos hicimos nuevos amigos; Esteban y Mariano eran hermanos, ciegos de nacimiento. Les encantaba escuchar las historias del señor Fabián, que durante su vida viajó por el mundo. Rita era la única mujer del grupo, sencilla y tímida. Cantar en voz baja, al vestirse, en la merienda, en todo momento, era su distracción. Cantaba en susurros, como si temiera ser escuchada. Al menos yo, conocí cada una de las historias, me di cuenta que siempre hay uno más jodido que tú.
Una tarde me pareció bien salir a dar unos pasos al patio; estaba fresco, pues ya se acercaba la noche. A mí tampoco me gusta el frío, por eso comencé a trotar. Tropecé con una lata, alguien la había tirado, traté de jugar con ella. Enseguida escuché pasos. “¿Qué haces?”. “Aquí, pateando un rato para quitarme lo tieso”, contesté. La voz de uno de ellos saltó, “a ver pásala”. Pateé a ninguna dirección y luego escuché el arrastre del aluminio. “Ay te va”, me dijo. “¡Regrésala!”, exigió otro. Inmediatamente se distribuyeron en el pequeño espacio como si les hubieran dado una posición en el campo. Tú, portero, y tú, defensa, yo seré delantero. Por la precipitación algunos chocaron, pero no pasó de un “disculpa hombre, tú entiendes”. Ya imagino la cara de las enfermeras, “¿y a estos, qué mosca les picó?” Y es que fue algo tan momentáneo. Sin planearlo ya estábamos dentro de una cancha con la afición brava, eufórica. Dábamos indicaciones a lo bruto: “¡tírale, tírale! ¡Vete para allá, Javier!, dale Javiercito, a la izquierda, por la banda, ¡voy yo, ábranse!” Innumerables puntapiés recibíamos al intentar pegarle, pero daba igual, los moretones no los veríamos todavía. Empezamos a sentir la presencia de los demás compañeros; reían confusos, lanzaban uno que otro insulto moderado. Se escuchaba ajetreo y bulla. Retrocedí para dar espacio y esperar la jugada, si es que la hubiera. De pronto, los que en el camino perdimos las luces, pudimos recordar los días en que sabíamos cuál era el humor de Dios, cuando veíamos el cielo, porque cuando se juega cualquier deporte, mirar las nubes te da cierto confort. Abriendo camino los hermanos, Esteban y Mariano, se incorporaron al terreno de juego. No podíamos contener la risa. De improviso, un grito. Muy lejos de sonar doloroso o terrible, fue un instante célebre, como en la mano de Dios. Callaron todas las voces. Brillaba en medio del lugar, en los oídos de los presentes, en el aire, la señal: ¡gooooool, goooooool! Temblando, todos estábamos temblando. Quien con tanto éxtasis prorrumpió en cuclillas, con los brazos en alto y los puños cerrados, fue el primero en recuperar la vista. Su voz quebró y los últimos rastros de felicidad, trémulos, fueron silenciando. Quise ir a abrazarlo pero sus gimoteos eran tan leves que desconfié de su ubicación. Enseguida, ecos de una sola voz, repetíamos sorprendidos: “la ha recuperado, ya puede ver,”. Dejamos de jugar.   
Ha pasado una hora desde entonces. Nos tienen en observación. Ahora cada quien espera lo que le toca, como cuando es Navidad. Nadie comenta, ni siquiera se escuchan los rezos. ¿Será que pensamos en lo que encontraremos al regresar?, porque es como volver de un viaje de años, donde el tiempo que transcurría en nosotros no cambió nada, porque las voces y todos los sonidos conocidos, fueron los mismos; sin embargo, sobre lo visto, al menos hablando de las miradas, se tiene la certeza que serán distintas. Me compadezco de los que verán todo por primera vez. Les creo el temor, pues ellos apenas van, y yo, vengo, ya vengo.















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