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A continuación agregamos los contenidos en formato original para facilitar la lectura y apreciación de los mismos.
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Editorial
De la otredad en la configuración del yo…
Querido lector:
En esta edición les presentamos material literario y fotográfico de gran calidad; una breve remembranza de Rosario Castellanos y su obra, algunas novedades de nuestros jóvenes colaboradores Ángel Armenta y Lucía Galas, así como una muestra de El Sur También Existe, obra de la fotógrafa y pintora guerrerense Maricela Figueroa. En general el material –o quizá los días lluviosos y nublados- tienen cierto matiz que nos pondrá en un estado un poco introspectivo, crítico, melancólico, empático, reflexivo, y analítico, en cuanto a nuestra configuración como individuos, y de cómo navegamos en este inmenso mar de gente y productos que llamamos sociedad. Sin duda, echar un vistazo hacia las formas de vida y de pensamiento de otras culturas, de otras sexualidades, de otras edades y de otros momentos históricos, nos lleva a una cantidad de interrogantes sobre la concepción de lo propio y la de lo ajeno, de la forma en la que nos desenvolvemos cotidianamente, de las cosas a las que le damos importancia, de las que realmente la tienen, de nuestras consideraciones, de las consideraciones hacia terceros, de lo que defendemos, de lo que creemos, de lo que soñamos, y de lo que hacemos para que todo eso cobre un poquito de congruencia en nuestra contemporaneidad aporreadora.
Dos textos de Lucía Galas
Las palabras
Cuando las palabras no son convenientemente un medio de expresión cualitativo, y éstas se disgregan por el papel o sobre el teclado haciendo de las suyas y pervirtiendo el sentido útil y funcional que cualquiera que se sienta a escribir busca lograr en el armazón de una buena sintaxis, estilo por aquí, ora una poca de elegancia semántica por allá, comunicación expedita y clara, lo que cualquier hijo de vecino querría hacer; pero hay tardes en las que una palabra busca desequilibrarlo todo y se alía con otras palabras hasta formar frases altamente nocivas para el enjambre mental del sistema educativo de nuestras jóvenes generaciones, y es ahí cuando todo se va al caño y uno no atina a cuajar bien las ideas de una tesis sobre la autosuficiencia alimentaria del país, o el ensayo académico sobre Hölderlin, o a anotar bien la lista del súper mercado, y en lugar de redactar una solicitud de costos para la remodelación del edificio del Dr. Gómez redacta uno el acróstico inesperado con el nombre de la chica más linda de la vecindad, si tiene suerte, o súbitamente comienzan a aparecen de la nada remembranzas pintadas con colores marinos en las formitas de las palabras manchadas de tinta. Y ahí la cosa se pone más color de hormiga, si así puedo decirlo, pues el gusto por escribir esos saberes no sabiendo cómo sobre el papel bond, o sobre la pantalla de la P.C de la oficina, generan un cosquilleo sabroso y cálido en las comisuras de los dedos y en las palmas de los labios.
La razón del agua
Si tan sólo pudiera dejar caer la mano
sobre el lado izquierdo de la silla
y así hacer presente la galaxia interior
que palabras de carbón nunca pronunciarán
en su exactitud de garra voladora,
si fuera suficiente un movimiento de falange sosegada
o furia recóndita aceitara la rueda de los días
entre el marasmo de la soledad que es sola,
si bastara una canción de mediodía que despertara
el mineral aullido de las plantas en los montes.
Si pudiera encaminar mis ansias hacia otros perfumes no tan luminosos,
hacia otras soledades en la noche.
Hacia otros recovecos de la estancia recién amanecida,
para hacer con un movimiento de la mano desaparecer
las sombras que se alimentan del salitre y la humedad en las paredes de agua.
¿O son esas sombras la razón del agua, la razón de la sal y de la aurora?
Rosario Castellanos
Nació en la Ciudad de México, el 25 de mayo de 1925. Vivió su infancia y adolescencia en Comitán, Chiapas, México; falleció en Tel Aviv, el 7 de agosto de 1974. Estudió la licenciatura y la maestría en filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Con una beca del Instituto de Cultura Hispánica estudió cursos de posgrado sobre estética en la Universidad de Madrid. Fue promotora cultural en el Instituto de Ciencias y Artes en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; directora de Teatro Guiñol en el Centro Coordinador Tzeltal-Tzotzil, en el Instituto Nacional Indigenista en San Cristóbal, Chiapas; directora general de Información y Prensa de la Universidad Nacional Autónoma de México (1960-1966); profesora en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (1962-1971). Se le nombró embajadora de México en Israel de 1971 a 1974.
Fue becaria Rockefeller en el Centro Mexicano de Escritores de 1954 a 1955. Obtuvo el Premio Chiapas 1958, por Balún Canán. En 1961 se le otorgó el Premio Xavier Villaurrutia por Ciudad real. En 1962 su libro Oficio de tinieblas obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Además, fue merecedora al Premio Carlos Trouyet de Letras, 1967, y al Premio Elías Sourasky de Letras, 1972. Su obra ha sido incluida en diversas antologías y traducida a varios idiomas.
Obra publicada:
CUENTO:
Ciudad real, Universidad Veracruzana, México, Ficción,
17, 1960.
Los convidados de agosto, Era, México, 1974.
ENSAYO:
La novela mexicana contemporánea y su valor testimonial, Instituto Nacional de la Juventud,
Cuadernos de la Juventud, México, 1966.
El uso de la palabra, Excelsior, Serie Crónicas,
México, 1974; Editores Mexicanos Unidos, México, 1987.
Mujer que sabe latín..., Secretaría de Educación
Pública, SepSetentas, 83, México, 1974; Secretaría de
Educación Pública/Fondo de Cultura Económica, Lecturas
Mexicanas, México, 1984.
NOVELA:
Oficio de tinieblas, Joaquín Mortiz, México, 1962.
POESÍA:
Trayectoria del polvo, El Cristal Fugitivo, México,
1948.
El rescate del mundo, Dirección de Prensa y Turismo
del estado de Chiapas, México, 1952.
Presentación en el templo, Madrid, España, 1951; 2a.
ed., en Revista Antológica, México, 1952.
Poemas:1953-1955, Metáfora, México, 1957.
Al pie de la letra, Universidad Veracruzana, México,
1959.
Salomé y Judith, Jus, Voces Nuevas, 5, México, 1959.
Lívida luz, Universidad Nacional Autónoma de México,
1960.
Álbum de familia, Joaquín Mortiz, Serie del Volador,
México, 1971.
Poesía no eres tú, obra poética 1948-1971, Fondo de
Cultura Económica, Letras Mexicanas, México, 1972.
TEATRO:
El eterno femenino, estrenada en 1976; Fondo de
Cultura Económica, Popular, 144, México, 1975.
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Apuntes para una Declaración de Fe
Rosario Castellanos
El mundo gime estéril como un hongo.
Es la hoja caduca y sin viento en otoño,
la uva pisoteada en el lagar del tiempo
pródiga en zumos agrios y letales.
Es esta rueda isócrona fija entre cuatro cirios,
esta nube exprimida y paralítica
y esta sangre blancuzca en un tubo de ensayo.
La soledad trazó su paisaje de escombros.
La desnudez hostil es su cifra ante el hombre.
Sin embargo, recuerdo…
En un día de amor yo bajé hasta la tierra:
vibraba como un pájaro crucificado en vuelo
y olía a hierba húmeda, a cabellera suelta,
a cuerpo traspasado de sol al mediodía.
Era como un durazno o como una mejilla
y encerraba la dicha
como los labios encierran cada beso.
Ese día de amor yo fui como la tierra:
sus jugos me sitiaban tumultuosos y dulces
y la raíz bebía con mis poros el aire
y un rumor galopaba desde siempre
para encontrar los cauces de mi oreja.
A través de mi piel corrían las edades:
se hacía la luz, se desgarraba el cielo
y se extasiaba -eterno- frente al mar.
El mundo era la forma perpetua del asombro
renovada en el ir y venir de la ola,
consubstancial al giro de la espuma
y el silencio, una simple condición de las cosas.
Pero alguien (ya no acierto
con la estructura inmensa de su nombre)
dijo entonces: «No es bueno
que la belleza esté desamparada»
y electrizó una célula.
En el principio –dice
esta capa geológica que toco-
era sólo la danza:
cintura de la gracia que congrega
juventudes y música en su torno.
En el principio era el movimiento.
Cada especie quería constatarse, saberse
y ensayaba las notas de su esencia:
la jirafa alargaba la garganta
para abrevar en nubes de limón.
Punzaba el aire en las avispas múltiples
y vertía chorritos de miel en cada herida
para que el equilibrio permaneciera invicto.
El ciervo competía con la brisa
y el hombre daba vueltas alrededor de un árbol
trenzado de manzanas y serpientes.
Nadie lo confesaba, pero todos
estaban orgullosos de ser como juguetes
en las manos de un niño.
Redondeaban su sombra los planetas
y rebotaban locos de alegría
en las altas paredes del espacio
teñidas de antemano en un risueño azul.
No me explico por qué
fue indispensable que alguien inventara el reloj
y desde entonces todo se atrasa o se adelanta,
la vida se fracciona en horas y en minutos
o se quiebra o se para.
La manzana cayó; pero no sobre un Newton
de fácil digestión,
sino sobre el atónito apetito de Adán.
(Se atragantó con ella como era natural.)
¡Qué implacable fue Dios -ojo que atisba
a través de una hoja de parra ineficaz!
¡Cómo bajó el arcángel relumbrando
con una decidida espada de latón!
Tal vez no debería yo hablar de la serpiente
pero desde esa vez es un escalofrío
en la columna vertebral del universo.
Tal vez yo no debiera descubrirlo
pero fue el primer círculo vicioso
mordiéndose la cola.
Porque esto, en realidad, sólo tendría importancia
si ella lo supiera.
Pero lo ignora todo reptando por el suelo,
dormitando en la siesta.
Ah, si se levantara
sin el auxilio de fakires indios
a contemplar su obra.
Aquí estaríamos todos:
la horda devastando la pradera,
dejando siempre a un lado el horizonte,
tratando de tachar la mañana remota,
de arrasar con la sal de nuestras lágrimas
el campo en que se alzaba el Paraíso.
Gritamos ¡adelante! por no mirar atrás.
El camino se queda señalado
-estatua tras estatua- por la mujer de Lot.
Queremos olvidar la leche que sorbimos
en las ubres de Dios.
Dios nos amamantaba en figura de loba
como a Rómulo y Remo, abandonados.
Abandonados siempre.
¿De qué? ¿De quién? ¿De dónde?
No importa. Nada más abandonados.
Cantamos porque sí, porque tenemos miedo,
un miedo atroz, bestial, insobornable
y nos emborrachamos de palabras
o de risa o de angustia.
¡Qué cuidadosamente nos mentimos!
¡Qué cotidianamente planchamos nuestras máscaras
para hormiguear un rato bajo el sol!
No, yo no quiero hablar de nuestras noches
cuando nos retorcemos como papel al fuego.
Los espejos se inundan y rebasan de espanto
mirando estupefactos nuestros rostros.
Entonces queda limpio el esqueleto.
Nuestro cráneo reluce igual que una moneda
y nuestros ojos se hunden interminablemente.
Una caricia galvaniza los cadáveres:
sube y baja los dedos de sonido metálico
contando y recontando las costillas.
Encuentra siempre con que falta una
y vuelve a comenzar y a comenzar.
Engaño en este ciego desnudarse,
terror del ataúd escondido en el lecho,
del sudario extendido
y la marmórea lápida cayendo sobre el pecho.
¡No poder escapar del sueño que hace muecas
obscenas columpiándose en las lámparas!
Es así como nacen nuestros hijos.
Parimos con dolor y con vergüenza,
cortamos el cordón umbilical aprisa
como quien se desprende de un fardo o de un castigo.
Es así como amamos y gozamos
y aún de este festín de gusanos hacemos
novelas pornográficas
o películas sólo para adultos.
Y nos regocijamos de estar en el secreto,
de guiñarnos los ojos a espaldas de la muerte.
La serpiente debía tener manos
para frotarlas, una contra otra,
como un burgués rechoncho y satisfecho.
Tal vez para lavárselas lo mismo que Pilatos
o bien para aplaudir o simplemente
para tener bastón y puro
y sombrero de paja como un dandy.
La serpiente debía tener manos
para decirle: estamos en tus manos.
Porque si un día cansados de este morir a plazos
queremos suicidarnos abriéndonos las venas
como cualquier romano,
nos sorprende saber que no tenemos sangre
ni tinta enrojecida:
que nos circula un aire tan gratis como el agua.
Nos sorprende palpar un corazón en huelga
y unos sesos sin tapa saltarina
y un estómago inmune a los venenos.
El suicidio también pasó de moda
y no conviene dar un paso en falso
cuando mejor podemos deslizarnos.
¡Qué gracia de patines sobre el hielo!
¡Qué tobogán más fino! ¡Qué pista lubricada!
¡Qué maquinaria exacta y aceitada!
Así nos deslizamos pulcramente
en los tés de las cinco -no en punto- de la tarde,
en el cocktail o el pic-nic o en cualquiera
costumbre traducida del inglés.
Padecemos alergia por las rosas,
por los claros de luna, por los valses
y las declaraciones amorosas por carta.
A nadie se le ocurre morir tuberculoso
ni escalar los balcones ni suspirar en vano.
Ya no somos románticos.
Es la generación moderna y problemática
que toma coca-cola y que habla por teléfono
y que escribe poemas en el dorso de un cheque.
Somos la raza estrangulada por la inteligencia,
«La insuperable,
mundialmente famosa trapecista
que ejecuta sin mácula
triple salto mortal en el vacío.»
(La inteligencia es una prostituta
que se vende por un poco de brillo
y que no sabe ya ruborizarse.)
Puede ser que algún día
invitemos a un habitante de Marte
para un fin de semana en nuestra casa.
Visitaría en Europa lo típico:
alguna ruina humeante
o algún pueblo afilando las garras y los dientes.
Alguna catedral mal ventilada,
invadida de moho y oro inútil
y en el fondo un cartel: «Negocio en quiebra» .
Fotografiaría como experto turista
los vientres abultados de los niños enfermos,
las mujeres violadas en la guerra,
los viejos arrastrando en una carretilla
un ropero sin lunas y una cuna maltrecha.
Al Papa bendiciendo un cañón y un soldado,
y las familias reales sordomudas e idiotas,
al hombre que trabaja rebosante de odio
y al que vende el horno de sus abuelos
o a la heredera del millón de dólares.
Y luego le diríamos:
Esto es sólo la Europa de pandereta.
Detrás está la verdadera Europa:
la rica en frigoríficos -almacenes de estatuas
donde la luz de un cuadro se congela,
donde el verbo no puede hacerse carne.
Allí la vida yace entre algodones
y mira tristemente tras el cristal opaco
que la protege de corrientes de aire.
En estas vastas galerías de muertos,
de fantasmas reumáticos y polvo,
nos hinchamos de orgullo y de soberbia.
Los rascacielos ya los ha visto de lejos:
los colmenares rubios donde los hombres nacen,
trabajan, se enriquecen y se pudren
sin preguntarse nunca para qué todo esto,
sin indagar jamás cómo se viste el lirio
y sin arrepentirse de su contento estúpido.
Abandonemos ya tanto cansancio.
Dejemos que los muertos entierren a sus muertos
y busquemos la aurora
apasionadamente atentos a su signo.
Porque hay aún un continente verde
que imanta nuestras brújulas.
Un ancho acabamiento de pirámides
en cuyas cumbres bailan doncellas vegetales
con ritmos milenarios y recientes
de quien lleva en los pies la sabia y el misterio.
Un cielo que las flechas desconocen
custodiado de mitos y piedras fulgurantes.
Hay enmarañamientos de raíces
y contorsión de troncos y confusión de ramas.
Hay elásticos pasos de jaguares
proyectados – silencio y terciopelo -
hacia el vuelo inasible de la garra.
Aquí parece que empezara el tiempo
en solo un remolino de animales y nubes,
de gigantescas hojas y relámpagos,
de bilingües entrañas desangradas.
Corren ríos de sangres sobre la tierra ávida
corren vivificando las más altas orquídeas,
las más esclarecidas amapolas.
Se evaporan rugientes en los templos
ante la impenetrable pupila de obsidiana,
brotan como una fuente repentina
al chasquido de un látigo,
crecen en el abrazo enorme y doloroso
del cántaro de barro con el licor latino.
Río de sangre eterno y derramado
que deposita limos fecundos en la tierra.
Su caudal se nos pierde a veces en el mapa
y luego lo encontramos
-ocre y azul- rigiendo nuestro pulso.
Río de sangre, cinturón de fuego.
En las tierras que tiñe, en la selva multípara,
en el litoral bravo de mestiza
mellado de ciclones y tormentas,
en este continente que agoniza
bien podemos plantar una esperanza.
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Sol de los amigos
De María Baranda
María Baranda se presentó el día 24 de junio en la Librería Rosario Castellanos. Con ella muchos pudieron conversar sobre "Digo de noche un gato", "El mago abuelo y su chango desaparecido", "Un abrazo", "¡Ruge!", "La risa de los cocodrilos", "Arrullo" y "Sol de los amigos", todos publicados con El Naranjo.
María Baranda (Ciudad de México, 1962)
Ha escrito varios libros de poesía, entre ellos: El jardín de los encantamientos, Fábula de los perdidos, Los memoriosos, Moradas imposibles, Nadie, los ojos, Narrar, Atlántica y El Rústico, Dylan y las ballenas, Ficticia y Arcadia. Ha recibido los premios de poesía Efraín Huerta en 1995, Francisco de Quevedo que otorga la Villa de Madrid, España, en 1988, y el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 2003. Recientemente la editorial venezolana Monte Ávila publico una reunión de su poesía bajo el título de Ávido mundo. Libros suyos han sido publicados en Bélgica, Canadá y Estados Unidos y sus poemas han sido traducidos al japonés, alemán, italiano, lituano, rumano, inglés, turco y francés. Fue becaria del FONCA en 1991 y en 1995. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
El Sur también existe…
¿Qué es la fotografía?
¿Qué es la fotografía? el poeta dirá: un ojo que encuentra y se sorprende. Encuadra. Capta un trozo del hallazgo, que mostrado, nos abre el ojo de espectador, también a su sorpresa. Maricela Figueroa parece fotografiar desde la mar misma, o desde la orilla donde un niño presta su pie descalzo a la ingenuidad de la playa; o desde la cresta de una ola a punto de estrellarse, bajando al azul y cayendo sobre el ave que otra vez cae; también, para bañarse en lo profundo. O se esconde detrás de la rama que sin desdén, deja una hoja danzante, luego ya en el agua, como alma quieta. Posa para su lente.
Marisela Barreras (poeta)
Zurich-Marzo 2011
El suceso fotográfico
El suceso fotográfico de Maricela Figueroa es un hecho visual per se. Las visiones y estrategias que utiliza para producir sus imágenes son, de verdad, insospechadas y hacen de la obra una pieza única. Su experiencia y la capacidad visual académica le permiten revisar la construcción de las imágenes colindantes a la idea de su “visión”; son ágiles, instantáneas permanentes y sometidas al escrutinio mental que después de algunos segundos revisa y disfruta.
El rostro de Maricela Figueroa se transforma cuando ve sus oportunidades logradas y guardadas en un instante de creatividad, sabedora de la futura gloria y gozo de todos a quienes nos ha acostumbrado a la mágica construcción de su mirada oportuna.
Lázaro Sandoval (fotógrafo)
Marzo 2011
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Cámara en mano
Maricela Figueroa, cámara en mano, sabe que algo asombroso está por ocurrir, pero además sabe en qué momento y dónde sucederá. Posee un instinto que brinca la línea de lo ordinario. Uno a veces se pregunta si de veras adivinó lo que iba a pasar o si, de plano, ella hizo que las cosas sucedieran…
Máximo Cerdio (poeta)
Marzo 2011
Maricela Figueroa Zamilpa es guerrerense de nacimiento, pero desde hace 25 años radica en Cuernavaca. Estudió diseño gráfico en la Escuela Nacional de Diseño de Bellas Artes y el posgrado en artes visuales en San Carlos (ENAP-UNAM), historia del arte en la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos y Educación en la Universidad Pedagógica Nacional. Ha expuesto en más de 100 muestras dentro y fuera del país. Sus fotografías se han publicado en diferentes revistas, libros, carteles, dentro y fuera de México por diferentes editoriales, grupos e instituciones. Maricela Figueroa recibió la Medalla Sor Juana, por la SEP Morelos en 1996 y en 2010 esta secretaría le otorgó un reconocimiento por su trayectoria como docente de artes.
Jóvenes autores…
La revolución de los disfraces
-Ángel Armenta López
¿Qué le puedo pedir a la juventud de mi país? Específicamente ¿qué les puedo pedir a los jóvenes “creadores” de mi país? En palabras de otro joven como yo, creo que mucho.
Ayer, después de un concierto, en la línea verde del metro, dirección Garibaldi, un señor de unos 56 años, venía trompicando con cuanto escalón se topaba, evidentemente venía alcoholizado, sucio, orinado, con la cara hinchada y los labios morados, a su lado pasó un jovencito de unos 20 años, con botas militar, pantalones cortos, gabardina de la armada y 1 bolso con estoperoles… He ahí la pregunta… ¿quién es más transgresor?
¿Cuál es la finalidad del joven? ¿Cuál es la finalidad del borracho? la del primero, creo yo, es encajar en su círculo social y ser reconocido, la del segundo… dormir bajo un techo.
Alguna vez leí al gran filósofo oriental Nasrudin Hocha, quien nos dice en uno de sus mil cuentos, que el ser humano tiende más a identificarse con su ser teatral que con su ser esencial, con su ser orgánico. Los artistas y revolucionarios jóvenes (y algunos viejos), han adoptado poses y disfraces teatrales, de tal manera que al ir caminando por las calles son evidentemente diferenciados, lo cual, está claro que es un propósito, es obvio que en la etapa de la vida, donde uno se descubre a través de los demás, la identidad suele ser oscura y sombría a las costillas de lo impuesto en otras generaciones y sus respectivas ideologías. Y no los culpo de todo a ellos, al final cada quien es responsable de lo que quiere ser, y cada uno decide cómo pensar, y en casos más espirituales, pues cómo sentirse. Aquí la gran responsabilidad, es el mal uso de las herramientas para el conocimiento, como la Internet , la tv, la radio, el cine y los nefastos de siempre… la mayoría de los maestros o profesores. No se ha entendido que estas herramientas son el medio, pero no el fin, tal como lo dice Edgar Morin, tendremos que crear redes de conocimiento; hasta ahora, sólo se han construido redes de información, lo que provoca tantas y tan malas interpretaciones de lo que se encuentra en los dichos medios anteriormente mencionados.
Por otra parte, aquí se puede caer fácilmente en los prejuicios, y estas líneas no pretenden marcar diferencias en una escala vertical. Así que regresemos a la pregunta del inicio: ¿Qué le puedo pedir a mi generación de creadores? Estoy harto de tratar en universidades, calles, cafés o banquetas con jóvenes prisioneros de los libros, de las academias y el desgastante uso (y abuso) de la razón. ¿En verdad necesitamos la contracultura de hoy?
¿De verdad es lo mejor, que en escuelas, universidades, teatros, galerías y por donde se camine, estar rodeado de revolucionarios que no revolucionan nada? ¿No estamos, más bien confundiendo el arte con el reconocimiento? Milan Kundera dijo algún día que en tiempos tan oscuros para el mundo, todos queremos dejar nuestra huella, pero hay formas de hacerlo, y creo que la juventud está más preocupada por lo que dirán de ellos, a lo que en verdad hay que hacer. ¿Y qué hay que hacer?, restablecer la producción, reproducción, difusión y acceso al arte, ya no con poses ni disfraces, sino con amor.
A mí también me gustaría un país donde haya más creadores que críticos, pero lo ideal sería jamás dejar de ser crítico, pero no desde un sofá, sino en el acto, escribiendo, danzando, pintando, pero sobretodo, viviendo…”La cultura no está en los museos ni en las pinturas ni en las esculturas, está en los nervios, en la fluidez de los nervios” ya lo dijo Artaud.
Para finalizar, no trato de agredir a nadie, pero tampoco estoy dispuesto a justificar la falta de sinceridad a la hora de tomar una pluma, un pincel, o una cámara en el peor de los caso. Nunca he creído en las sociedades verticales, pero la vaina es entre nosotros, a la hora de mirarnos al espejo, y al mirar a los ojos al otro. Si hay algo que le falta a esta sociedad es la sinceridad de ver lo que somos y no lo que queremos ser, de lo contrario, como ha sido hasta ahora, la juventud ha confundido la locura con el trabajo, la profundidad con el vacío, el arte con el reconocimiento y este texto con algo líricamente inoportuno.
PEUA
Luz Segovia Santos
Ser un abanico
mostrar cada posibilidad...
jugarse en una declaración,
dejar la piel con la verdad
en la vida.
Corromper al sistema,
enseñarle de qué estamos hechos
planear, edificar, consolidar...
cada acto.
Porque tanta sangre
debe ser vengada justamente;
porque tanta vida
merece !un esfuerzo más!
seremos entonces hermanos,
y procuraremos nuestra libertad...
Hemos corrido,
desesperados tras esperanzas
que han huido,
corredizas,
inalcanzables;
nos hemos mantenido de pie
ante circunstancias adversas
sin más propósito que un cambio.
Prestar la voz
a todo aquel que le ha sido arrebatada,
prestar las manos,
a quienes han sido maniatados
por defender sus ideales,
dejar de prestar,
para convertirnos en uno,
ser rebeldes
fusionarnos....
Demostrar que estamos en tiempo,
comprometidos;
que hemos de mantener los pies bien firmes
y soportaremos golpes, insultos, injusticias,
ultrajes, eso y más...
sabremos contestar con palabras justas,
con gritos honestos,
con pasos aguerridos
en esta nuestra lucha,
nuestra, nuestra…
por cambiar una fracción de la realidad,
porque lo demás,
se moverá solo, poco a poco,
con la gradualidad de una gente
preparada para soltar prejuicios
y lista para tomar su libertad...
De un solo tajo
Hazael González Rodríguez
Corté de un solo tajo mi mano derecha para no darle la oportunidad de que retoñe su maldición, al día siguiente desperté temblando ante la luz que me vio nacer, en el hospital…
Una semana después. Caminando por la acera del zócalo tenía la sensación de que todos los sonidos de la calle se concentraban en mí, como si el sonido cobrara venganza y se desvaneciera de la ciudad, los pasos se ahogan al final del callejón, la luna asoma su lomo plateado en el horizonte, todo el bullicio del mundo se cristaliza en el lenguaje del silencio, la soledad ha tejido una corona de espinas que me aguarda en mi habitación, paso mi mano por la chapa de la puerta como un antiguo ritual de pertenencia, la llave sigue húmeda por la penetración, de súbito paso el umbral y calla la ciudad como si dejaran caer un bloque de piedra sobre la cabeza de un perro, adentro el sonido del tiempo tick, tack, tick, tack, música infernal que nos alienta a cometer un asesinato aunque sea en contra de uno mismo, un dolor fantasma recorre mi brazo buscando la ausencia de algo, todavía me duele y la siento, como si recordara un ciego que en su habitación hace falta algo, sólo los muebles del cuarto lo reciben con un silencio mortuorio, y los saluda con el tacto de sus manos, como recorriendo una antigua herida que lo reconoce a la vez. Me siento en el sofá frente a la mesa de centro y veo el recipiente como continente de algo monstruoso que se marina en su propio jugo espeso y latente, un temblor se introduce en mi cuerpo recorriendo la extremidad cercenada ajena y a la vez tan suya, con una sensación de alivio, por haberse librado, porque no todas las extremidades del cuerpo piensan lo mismo una de otra, debo esconderla de mi propio cuerpo, que todos los órganos confabularon en contra suya, la pretendo guardar en el refrigerador, pero no resistiría verla siempre, pero tengo que enterrarla donde nadie logre encontrarla. 4:25 a.m. salgo rápido a la plaza de armas y veo un lugar que la reclama, la entierro rápido junto a los pies de un ficus enorme que la recibe. Al día siguiente fui a regar el pasto donde enterré la mano, eran las 5:00 p.m y la sombra del árbol quemaba, y empezó a brotar una especie de escritura cuneiforme, que a simple vista no se entendía pero muy adentro sabíamos lo que significaba, y todo el que la miraba, empezaba a liberarse del lenguaje que nos limita nuestra lengua y así poder conversar con el universo.
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