lunes, 21 de mayo de 2012



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Mundo, Evolución o muerte, 

Mundo, Evolución o muerte, es la novela más reciente del morelense Isael Bolaños, quien en esta entrega de su producción nos trae un proyecto futurista a tal punto bien medido que la lectura se desliza sin contratiempos por las diferentes historias que contiene el libro.
En un mundo dividido y dirigido por empresas, la raza humana se encuentra sin perspectivas de sobrevivencia, pero aún así tiene que luchar por encontrar la manera de permanecer; la tecnología que en un momento fuera la iluminación de la especie, durante un tiempo se había vuelto contra los humanos, siendo éstos sometidos poco a poco a través de los años, para llegar a ser esclavos de sus propias necesidades creadas. En este contexto, la búsqueda por el significado de la existencia, se plantea como un mandato que trasciende el tiempo y el espacio.
Esta novela primero impresa en forma tradicional, en estos momentos se encuentra en proceso de convertirse también en una novela gráfica, el autor ha comenzado a trabajar con un sobresaliente ilustrador argentino, de ella hemos publicado una muestra en el seminario cultural Artetipos No. 60. No pueden faltar a la presentación que se realizará en el Callejón del Libro el próximo sábado 26 de mayo a las cuatro de la tarde. Se contará con la presencia del autor y habrá firma de autógrafos.


Prólogo

Para destruir un hábitat no basta con eliminar su sustento, además de deformar su entorno destruye su cadena alimenticia, lo que sobreviva ya no será el hábitat ni sus habitantes los mismos.
Anónimo
¿Cuándo dio inicio la historia de la humanidad? Más allá de los registros asentados en huesos de animales, la historia social se inicia en el momento que se cambió de un tipo de sociedad a otra; pasamos de medios puramente de supervivencia a la búsqueda de un crecimiento, de ahí a cierto nivel de protección avanzando sobre otras tribus (aplastándolas).
Con el tiempo, el crecimiento poblacional hizo que la distancia geográfica entre los grupos disminuyera. La necesidad de ser más y de estar sobre los demás empezó a llenar el corazón de los gobernantes, quienes azuzaron las necesidades, los miedos y las supersticiones de su gente… En ocasiones simplemente la ambición, al parecer presente en la humanidad desde el principio.
En tiempos recientes hubo un señor que dijo "en un sistema económico se contiene la semilla de su propia destrucción". Él se refería a un hambre de igualdad, buscaba liberar la sociedad. Los grupos del poder emplearon medidas para eternizar su condición, esto dio nacimiento, entre muchas cosas, a violentas alianzas del poder temporal con el espiritual, en fin, la última sociedad estable (capitalista) empleó métodos de distracción para mantener a la población en calma.
Ya en tiempos pasados se empleaba la distracción del pan y circo, aunado al miedo teológico de un dios o dioses que todo lo ven y lo castigan... y de la ignorancia progresiva de un pueblo que cada vez conocía menos de lo que debería. En las décadas previas al colapso, se recurrió cada vez más a un abuso de la última categoría de apaciguamiento, medios masivos de comunicación enviaron ideas insulsas que sometían a su público a una fantasía renovada pero nunca alterada.
Las religiones iban y venían, ya no había dioses en la mente de la población, sólo quedaba la nebulosa creencia de un "algo" que cambiaba de nombre cada cierto tiempo... Todos los líderes teológicos se pelearon buscando imponer su dios sobre el resto, botines de feligreses y sus carteras, todo marchaba bien.
La sociedad evolucionó basada en sus modelos de gobierno, así pues el comunismo primitivo mostraba una necesidad de líderes; en los modelos monárquicos y fascistas se buscaba un carisma fuerte, pero sin duda los últimos fueron los más interesantes: la gente enfrentaba un miedo e inseguridad de su porvenir, el rey podía pedir en cualquier momento tu cabeza o la mía sin razón o justificante, pero el rey necesitaba la autoridad que un dios le daba, la gente seguía a un semidiós, hasta que las mercancías tuvieron que moverse de un lugar a otro. Los vendedores las llevaban y en el riesgo de andar solos estuvo su recompensa, eran más adinerados que los reyes, sin la restricción de la iglesia fundaron un único estilo de dominio, el capitalista, el cual atrajo a la gente… ellos también podían ser ricos, el esfuerzo no traía el favor de los nobles, ofrecía dinero, las autoridades por lo tanto ya no podían ser eternas (tenían que disfrutar sus riquezas). Así pues se instauraron diferentes estilos de elección de mandos públicos, gente fuerte tomaba los mandos, pero con el tiempo el dinero reemplazó la fuerza y los personajes influyentes comenzaron a ser los únicos candidatos a los puestos y mandos públicos, la política poco a poco abandonó a la sociedad. Nadie se dio cuenta de ese sutil cambio, era de pensarse, la sociedad había sido adormilada por décadas de aventuras increíbles contra enemigos comunes (e inmediatos) que fomentaban un interés casi morboso; sin embargo, nadie prestaba atención a los gobernantes, ninguno tenía carisma, todos vivían en la cúspide del poder político y económico.
            Aburridos en todas las clases sociales, sabían que los dirigentes robaban, a menudo vivían en carne propia sus excesos, pero no importaba qué hicieran, la elección no era de la ciudadanía, ni la votación marcaba un cambio. ¿Cómo, si todos los partidos eran integrados por miembros de las mismas familias/empresas?
            Tras cada revolución industrial, las compañías adquirían más poder político y sus ganancias funcionaban haciendo más con menos… hasta que llegó un punto donde una empresa, si quería, podía sumir a una ciudad en caos al retirar sus fábricas o subsidiarias.
Generaciones de políticos acostumbrados al poder no podían permitir mucha inconformidad en la gente y cedieron a todas las demandas empresariales; todos los ramos del capitalismo vieron esto como oportunidad y con dinero, en poco tiempo, fueron favorecidas por candidatos y dirigentes que respaldaban sus intereses mientras los recursos se perdían rápidamente.



03


Prehistoria de Carlos Fuentes
Javier Wimer


A lo largo de muchos años, tantos como los que me separan de mi juventud universitaria, he mantenido una relación de amistad con Carlos Fuentes. Tengo memoria de reuniones en nuestras casas o en las casas de amigos comunes y también memoria de actos académicos y mundanos en que ha sido figura principal. Pero todos estos encuentros me remiten, de modo natural, a los primeros que tuvimos en la vieja Facultad de Derecho.
Ahí se había inscrito, en 1951, con la anticipada intención de especializarse en derecho internacional. Llegaba envuelto en los prestigios de la Universidad de Ginebra y en las cautelas del explorador que ingresa en territorio bárbaro.
A pesar de su juventud y de sus persistentes ausencias del país, ya lo precedía o acompañaba cierta fama de escritor. La debía a la dispersa práctica del periodismo cultural y, en circuito cerrado, a Enrique Moreno Tagle, su maestro de literatura en el Colegio Francés Morelos, quien no se cansaba de propalar el talento del joven que ganaba todos los premios en los concursos de la escuela.
En la primavera de 1952, Mario de la Cueva, entonces director de la Facultad de Derecho, convocó a una reunión en su despacho para dar forma a una nueva revista estudiantil. La revista se llamaría Medio Siglo y daría nombre a nuestra generación.
Entre los muros del viejo edificio de San Ildefonso y en la ola de entusiasmo que acompaña toda publicación juvenil, comenzó a formarse una red de relaciones amistosas que duraría toda la vida. Por ahí andaban, además de Carlos Fuentes, Salvador Elizondo, Víctor Flores Olea, Arturo González Cosío, Marco Antonio Montes de Oca, Porfirio Muñoz Ledo, Sergio Pitol, Rafael Ruíz Harrell y Genaro Vázquez Colmenares.
Esta amistad y aun cierto espíritu de pandilla se sostenían en un vasto campo de afinidades. Teníamos los mismos maestros, leíamos los mismos libros y en materia política nos inspiraban las mismas líneas de pensamiento: el nacionalismo de izquierda, la crítica de las revoluciones traicionadas, los planteamientos del francoexistencialismo y del marxismo occidental.
Carlos interpretaba, cuando lo conocí, varios papeles. Actuaba, simultánea o sucesivamente, como estudiante, funcionario de la cancillería, crítico de cine, sacerdote en ritos humorísticos y, siempre, lector y escritor implacable. Era reservado y tímido. Manejaba sus relaciones personales con extremo cuidado, como gato en casa ajena, pero después de la inspección de campo, se dejaba llevar por su inclinación al diálogo y al humor compartido.
En verdad, no le faltaban condiciones para convertirse en un diplomático-escritor en el estilo de José Gorostiza o de Jaime Torres Bodet. Tenía todos los arquetipos a la mano, empezando por su padre, el distinguido embajador Rafael Fuentes, por su padrino Alfonso Reyes y por Octavio Paz, una especie de hermano mayor con quien colaboraba en la Secretaría de Relaciones Exteriores.
En esta advocación era, en suma, un joven de buena familia, de buena apariencia y de buen porvenir. Y para que nada faltara en este cuadro de idílicas predestinaciones burguesas era novio de una hermosa joven de la sociedad limeña.
Al lado de esta vida más o menos convencional, Carlos participaba en las aventuras de una comunidad frívola que andaba en busca de experiencias ontológicas en cantinas y cabarets de buena y de mala muerte. Era el tiempo del ser del mexicano y del laberinto de la soledad y, también, el tiempo del mambo, del Waikikí, del Leda y de Las Veladoras. Producto sincrético de esta etapa es el vasfumismo, parodia mundana del existencialismo francés y que hoy sólo recuerdan sus oficiantes o raros eruditos, como una inteligente embajadora argelina, doctorada con una tesis sobre Carlos Fuentes, que me sorprendió en una cena hablándome con naturalidad del pasado vasfumista del escritor.
En estas andanzas y en las que corresponden al retrato de un artista adolescente, Carlos perdió la timidez de su primer personaje y el atuendo de joven diplomático con corbata de regimiento para convertirse, no sé exactamente cuándo, en un conferencista de elocuencia excepcional. Del origen de sus estudios y de sus trabajos literarios sólo cabe decir que siempre supo combinar una furiosa disciplina de trabajo, que él mismo califica de calvinista, con sus compromisos sociales y algunos excesos nocturnos. Cuando tuvo que escoger entre una y otros eligió el camino del trabajo.
Parte de las actividades de nuestro grupo consistía en reunirnos periódicamente en el Restaurant Bellinghausen de Hamburgo con nuestros queridos maestros Mario de la Cueva y José Campillo Sainz. Ahí discutíamos interminablemente de filosofía, política y literatura hasta que el restaurant cerraba. Luego los jóvenes nos embarcábamos en gloriosas parrandas que, a veces, culminaban en nuestras casas familiares. En alguna ocasión asaltamos la numerosa cava de la familia Fuentes y en otra despertamos a todo el vecindario de la familia Flores Olea.
En 1954 se celebró el IV centenario de la Facultad de Derecho y se convocó al primer Concurso del Pensamiento de la Juventud. Carlos ganó un primer lugar con un ensayo de aliento spengleriano que inauguraba con una cita de T.S. Eliot. La publicación de este texto señala el fin de sus más visibles actividades universitarias pues, en adelante, habría de acelerar su lenta aproximación a una vida centrada en la creación literaria.
Se propuso, en primer término, conocer el país y la ciudad que había dejado tantas veces y a la que ahora volvía con la doble mirada del hijo pródigo y del cosmopolita versado en comparaciones. Leía sin tregua y visitaba los barrios más miserables y desolados de la ciudad. Barrios que eran ignorados por la propaganda oficial, por la prensa y por el ingenuo nacionalismo de una época que veía en los denunciantes de nuestra miseria, a los agentes de una conspiración universal contra el México revolucionario. Carlos se ponía una camisa deportiva, los tenis, la gorra, y se iba a caminar por los rumbos olvidados de la ciudad.
Carlos asumía, tramo a tramo, su condición de escritor profesional y empezó a descartar hábitos y compromisos que perturbaran su oficio, empezó a cambiar de piel. Se alejó de los cursos universitarios que no le interesaban, de la diplomacia y aun de los excesos mundanos que perturbaban sus tareas. Ahora dedicaba más tiempo a sus proyectos de fondo y a sus textos críticos en publicaciones periódicas, como México en la Cultura dirigida por su amigo, nuestro amigo, Fernando Benítez. También entonces comenzó a colaborar con el cineasta Manuel Barbachano haciendo o corrigiendo guiones, al lado de Gabriel García Márquez y de Juan Rulfo.
En 1954 publicó Los días enmascarados, un espléndido conjunto de relatos que apareció en una colección de estirpe artesanal dirigida por Juan José Arreola, y, en 1955, fundó, con Emmanuel Carballo, la Revista Mexicana de Literatura. Abandonó otras preferencias y ambiciones y, por así decirlo, se puso su uniforme de escritor, cerró sus maletas y se sumó a los artistas que, a falta de barrio latino, eligieron San Ángel como lugar de residencia.
Los años de 1951 a 1955 fueron decisivos en la vida y destino de Carlos Fuentes. Durante este periodo, que corresponde al tiempo de sus estudios universitarios, integró los elementos básicos de su visión del mundo y eligió un destino personal no impuesto por circunstancias externas sino por una voluntad de independencia que se muestra, asimismo, en la deslumbrante desmesura de La región más transparente, la primera de sus novelas y el espacio donde se encuentran las claves de su dilatada producción literaria.
Se puede decir que este tiempo de mutaciones concluye alrededor de 1955, cuando Carlos Fuentes ya se había definido como escritor profesional, o bien, hablando generacionalmente, en 1956, cuando todos o casi todos nos fuimos a estudiar a Europa.

Texto publicado por Javier Wimer (1933-2009), en la Revista de la Universidad de México, agosto 2007



J a v i e r   W i m e r (1933-2009)

Diplomático, ensayista y editor, fundador del Instituto del Derecho de Asilo Museo Casa de León Trotsky, Javier Wimer forma parte de una brillante generación de universitarios conocida como el Grupo Medio Siglo, entre los que se cuentan figuras como Carlos Fuentes, Sergio Pitol y Porfirio Muñoz Ledo. Integrante de la Comisión de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la Organización de las Naciones Unidas y delegado general de la Unión Latina en México, Wimer fue también embajador de México en Yugoslavia y Albania, y agregado cultural en Argentina.



04 y 05



México
el personaje principal en la obra narrativa 
de Carlos Fuentes

Ricardo Ariza


El reciente deceso del escritor Carlos Fuentes ha sido el tema principal dentro de los diversos medios de comunicación masiva, desde los tradicionales impresos hasta los electrónicos, pasando por la televisión y la radio, así como en las nuevas redes sociales, opacando las trivialidades de la política electoral en México al menos por un momento; así, se ha puesto de relieve la importancia de las letras al sentir ese vacío histórico que deja la muerte del escritor mexicano, nacido en Panamá y  que prefirió vivir sus últimos años en Londres “para poder escribir”, alejado del bullicio que para él resultaba de permanecer en el Distrito Federal. Debido a su inmensa fama como creador, intelectual y pensador, Fuentes necesitaba marcar distancia de los compromisos sociales y la forma de lograrlo fue yéndose a vivir a Inglaterra la mayor parte del año.
Carlos Fuentes fue el prototipo del escritor latinoamericano gracias al movimiento artístico del boom literario de los años 60 del siglo veinte, movimiento que mostró a las culturas tradicionalmente escritoras como la francesa o la italiana, la alemana y la rusa, la árabe, la japonesa o la china -que en comparación con cualquier país de nuestro continente poseen un horizonte vastísimo en cuanto a producción histórica de obras literarias de todos los géneros- que América Latina también poseía sus propios frutos, sus propios diamantes: Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, por mencionar a algunos. Ellos, jóvenes y con ideas libertarias, representaron con su trabajo las múltiples realidades que se han vivido en el continente que un día soñara unificado Simón Bolívar. Continente bajo el yugo de la Colonia, llagado con el trauma del sometimiento imperial, pero libre en el nivel de las ideas y en el universo de la creatividad porque estos jóvenes habían hecho sentir orgulloso a un pueblo sufriente, sudoroso y sanguíneo, que ahora convidaba al mundo entero nuevos legados, puesto que estos autores eran hijos de la patria literaria de Hispanoamérica.
La posibilidad que Carlos Fuentes tuvo de viajar y de vivir desde temprana edad en otros países, se debió a que a su padre fue un importante diplomático; su madre se llamaba Berta Macías Rivas, nacida en Mazatlán, Sinaloa; don Rafael Fuentes Boettiger era oriundo de Veracruz y fue nombrado embajador de México en Holanda, Panamá, Portugal e Italia. Así, el autor de La región más transparente tuvo la posibilidad única de ver a través de varias perspectivas su realidad histórica, no sólo como mexicano o latinoamericano, sino también como ciudadano universal, pues se le posibilitó experimentar otras formas de sentir el mundo y el arte. Sin embargo, sus intereses estuvieron con el pueblo de México, con sus pasiones y con sus desgracias, con sus orígenes, su presente y su futuro a través del lenguaje; para él, el idioma era la patria, porque debido a los constantes desplazamientos inherentes al ejercicio diplomático de su padre, corría el riesgo de perder el idioma cada 24 horas en tan constantes e imprevistos viajes. Por eso se aferró a las palabras y aprendió otras lenguas pero siguió escribiendo la mayor parte de su producción en castellano. Para él el lenguaje era "como un río caudaloso a veces, apenas un arroyo otras, pero siempre dueño de un cauce (...), toda una profusa corriente de oralidad que corre entre dos riberas: la memoria y la imaginación".
Carlos Fuentes logró crear personajes trascendentes en su obra narrativa a fuerza de comprender la configuración de la cultura mexicana, hecha del mestizaje ibérico y el prehispánico (trauma que aun en estos tiempos no adquiere todavía pleno sentido) pero también heredera a través de éste de la cultura árabe, sin dejar de mencionar la influencia africana. La obra del escritor da voz al inconsciente colectivo del mexicano; a través de técnicas narrativas perfeccionadas en Europa logra una mezcla de ficción histórica que transforma las letras nacionales.
Una combinación solar-lunar, contradictoria y milenaria, odio, amor y pasión, parecen poseer el destino del país. El autor de El espejo enterrado nos lleva a través de los ríos de la historia de México, que está ligada a la historia universal y a la historia de Europa por inconmensurables e incomprensibles designios de la fatalidad, para comprender la riqueza obtenida con estos hechos ineludibles. Se trata de un país convulso. Carlos Fuentes siempre criticó la falta de vocación de la república por obtener una realidad más democrática, pese a su loable resistencia durante más de quinientos años. La historia de México es la historia de la resistencia, pero también, de la traición y de la infamia.
Carlos Fuentes no dejó de criticar al país que tanto amó, observando en su obra las dinámicas socioculturales e históricas de este pueblo, siempre en relación con sus hermanos países del continente, y con el resto del mundo, sin soslayar ni por un segundo la importancia de la relación México- Estados Unidos, a la que también el célebre autor de Gringo Viejo se mantuvo atento.
Sin embargo no es el país, o su gente, lo que el artista rechaza, sino las instituciones anquilosadas desde antiguo para perpetuar el sistema colonial y explotador. Fue un crítico del PRI y se manifestó contra la represión del estado, sin embargo, sus intereses estuvieron en algún tiempo cubiertos por sospechosa bruma y el caso más connotado sería aquel ocurrido en 1971 cuando el citado autor y un grupo de intelectuales, con la frase “Echeverría o el fascismo”, confrontaron las vías de autonomía política que quisieron tomar las organizaciones civiles, los obreros, campesinos y estudiantes como respuesta a la vía armada que el estado había emprendido en contra de las organizaciones desde el movimiento ferrocarrilero de 1958 y, posteriormente, desde el movimiento estudiantil mexicano de 1968, que terminó con la masacre de Tlatelolco. Como lo apunta Marco Rascón en su artículo del periódico La Jornada: “Para ellos Luis Echeverría era lo menos peor ante el ascenso de la derecha oligárquica, que desde su trinchera también lo cuestionaba”. 1
Hombre de claroscuros, Carlos Fuentes se mantuvo como un crítico del sistema desde adentro del sistema, siguiendo los pasos de su protector Octavio Paz, desaprobó las decisiones de Gustavo Díaz Ordaz pero defendió vehementemente el periodo del echeverriato. "Cualquiera que fuese el sucesor de Díaz Ordaz", dijo "no podía ser peor y, por simple comparación, saldría ganando". Fuentes pensaba que a un presidente "malo" le sucedería, con suerte, un presidente "bueno", y confiaba en que, después de 30 años de nulidad republicana, se repitiera con Echeverría la epopeya de un mandato como el de Lázaro Cárdenas. Fuentes avaló la frase de Fernando Benítez en la que se planteaba a México dentro de un dilema: "Echeverría o el fascismo". A mediados de 1971, esta era para Fuentes "la disyuntiva mexicana": democracia o represión. 2
Poco antes de fallecer a los 83 años de edad, Carlos Fuentes, autor de Valiente mundo nuevo, dejó en claro que el actual aspirante priista a la silla presidencial, Enrique Peña Nieto, tenía derecho a no leer sus obras, pero a lo que no tenía derecho era aspirar a dirigir un país desde la ignorancia.
Carlos Fuentes, autor de más de 25 novelas, cientos de relatos, cuentos, y ensayos sobre los más diversos temas, ganador de los premios más prestigiosos, exceptuando el premio Nobel, es considerado el creador de la novela modernista en México; el autor de La silla del águila se formó en la UNAM y en el Instituto de Altos Estudios Internacionales de Ginebra, Suiza. Sus obsesiones estuvieron cercanas a la Historia, pero consideraba a la ficción como una vía regia para comprender qué hemos sido, qué somos y qué seremos en este panorama desolador que actualmente nos presenta un país que no quiere crecer, que reniega la responsabilidad de hacerse cargo de sí mismo. La ficción, solía decir Fuentes, nos permite conocer el mundo desprovisto de racionalidad.



CONSAGRADOS


El escritor argentino y ganador del premio Rómulo Gallegos de la presente edición 2012 (premio que recibiera también Carlos Fuentes en 1977 por Terra Nostra ), Ricardo Piglia opina que: "Fuentes concentró en muchos sentidos la imagen clásica del escritor latinoamericano de la que nosotros –es decir, los escritores de mi generación- nos hemos distanciado siempre con entusiasmo".
A decir del autor rioplatense, después del Boom literario, los escritores de su generación tuvieron que adaptarse para así desarrollar una obra a partir de la propia realidad, con temáticas, preocupaciones, obsesiones y formas alejadas muchas veces de la corriente de los representantes del boom literario. En el caso propio de la Argentina, a 25 años sin Jorge Luis Borges, que siempre fue un autor inclasificable, porque para abarcar el mundo borgiano habría que ser Funes el memorioso, Pligia confiesa que su muerte y su lejanía en el tiempo se ha tomado con cierto alivio en las letras nacionales argentinas, y no claro porque “se deseara la extinción física de Borges”, sino porque la inmensa figura del vate creaba fascinación y “al mismo tiempo distancia” por “el estándar altísimo que nos puso a todos su nivel de escritura. Pero había muchos que lo tomaban como un referente único...”3
En una entrevista reciente con Adrián Sack para el diario La Nación de Buenos Aires, al autor de Blanco nocturno, Ricardo Pligia, responde a la pregunta:
-“¿Y eso no era bueno? “
–“Borges pensaba que había una sola manera de hacer literatura. Decía que no le interesaba Proust, o despreciaba a Joyce o Thomas Mann, porque tenía una idea clara de cómo tenían que ser sus textos: más bien breves, con criterios muy formales y claros, y que a él le producía un resultado extraordinario. Pero muchos imitaban este tipo de discurso y repetían, e incluso lo hacen hoy, muchas de sus posturas y reflexiones, que en ocasiones tenían una importante carga de ironía en el contexto que había elegido Borges. Lo importante de este único escritor es que fue un milagro para todos, porque tenía a la literatura en el centro de su vida y marcó a la del país durante 70 años. Dejó tanto pero tanto que su legado aún se está acomodando entre nosotros. Y sus consecuencias, aún hoy, son difíciles de medir”...
Pligia Menciona a Jorge Luis Borges porque viene a cuento, como un autor que muy pocas veces abandonó Buenos Aires para ir a cualquier otra parte, pero que consolidó una obra personalísima y al mismo tiempo universal, precisamente por su contacto con la realidad, que en el caso del autor del Aleph resulta una realidad habitada por libros y bibliotecas.
En el caso de Carlos Fuentes, su imagen de cosmopolita y simpatizante de las esferas del poder cultural y político le crearon demasiadas envidias dentro del país. Su obra creativa se yergue independiente de su figura de interventor en muchas de las decisiones editoriales y culturales en México y Latinoamérica. De alguna manera, el síndrome de “vaca sagrada” lo alcanzó a él también, como le sucedió a Octavio Paz, es por eso que en el país y en el mundo la frase fue durante mucho tiempo: “La literatura de México descansa en Paz”. Ya veremos con el pasar de las décadas lo que afecta en la producción de las letras nacionales el hecho de que los grandes de una época hayan muerto, al dejar no sólo un espacio en las letras del país, sino también en las decisiones políticas culturales de la nación y quiénes serán aquellos que ocupen los espacios vacíos pletóricos de significados, Fuentes en vida se pronunció por sus favoritos, e incluso decretó un decálogo.


1.- Marco Rascón. “Echeverría o el fascismo”. Opinión. La Jornada. Martes 27 de junio 2006.
2.- El Jueves de Corpus en la obra de Fuentes. El escritor no señala como responsable de los hechos del 10 de junio al ex presidente Luis Echeverría. Lunes 02 de septiembre de 2002. Alejandro Toledo | El Universal.
3.- Adrián Sack para el diario La Nación de Buenos Aires en entrevista al autor de Blanco nocturno, Ricardo Pligia, novela con la que obtuvo el premio Rómulo Gallegos 2012.




Canon siglo XX, Según Carlos Fuentes

- El Aleph
Jorge Luis Borges
- Los pasos perdidos
Alejo Carpentier
- Rayuela
Julio Cortázar
- Cien años de soledad
Gabriel García Márquez
- Paradiso
José Lezama Lima
- La vida breve
Juan Carlos Onetti
- Noticias del imperio
Fernando del Paso
- Yo el supremo
Augusto Roa Bastos
-Pedro Páramo
Juan Rulfo
-Conversación en La Catedral
Mario Vargas Llosa
-Santa Evita
Tomás Eloy Martínez

Canon siglo XXI

-Historia secreta de Costaguana
Juan Gabriel Vásquez
- En busca de Klingsor
Jorge Volpi
-Oír su voz
Arturo Fontaine
-El desierto
Carlos Franz
- Las muertes paralelas
Sergio Missana
-Amphitryon
Ignacio Padilla
-El síndrome de Ulises
Santiago Gamboa
-Abril rojo
Santiago Roncagliolo



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Chac Mool
Cuento. Texto completo
Carlos Fuentes

Hace poco tiempo, Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en Semana Santa. Aunque había sido despedido de su empleo en la Secretaría, Filiberto no pudo resistir la tentación burocrática de ir, como todos los años, a la pensión alemana, comer el choucrout endulzado por los sudores de la cocina tropical, bailar el Sábado de Gloria en La Quebrada y sentirse “gente conocida” en el oscuro anonimato vespertino de la Playa de Hornos. Claro, sabíamos que en su juventud había nadado bien; pero ahora, a los cuarenta, y tan desmejorado como se le veía, ¡intentar salvar, a la medianoche, el largo trecho entre Caleta y la isla de la Roqueta! Frau Müller no permitió que se le velara, a pesar de ser un cliente tan antiguo, en la pensión; por el contrario, esa noche organizó un baile en la terracita sofocada, mientras Filiberto esperaba, muy pálido dentro de su caja, a que saliera el camión matutino de la terminal, y pasó acompañado de huacales y fardos la primera noche de su nueva vida. Cuando llegué, muy temprano, a vigilar el embarque del féretro, Filiberto estaba bajo un túmulo de cocos: el chofer dijo que lo acomodáramos rápidamente en el toldo y lo cubriéramos con lonas, para que no se espantaran los pasajeros, y a ver si no le habíamos echado la sal al viaje.

Salimos de Acapulco a la hora de la brisa tempranera. Hasta Tierra Colorada nacieron el calor y la luz. Mientras desayunaba huevos y chorizo abrí el cartapacio de Filiberto, recogido el día anterior, junto con sus otras pertenencias, en la pensión de los Müller. Doscientos pesos. Un periódico derogado de la ciudad de México. Cachos de lotería. El pasaje de ida -¿sólo de ida? Y el cuaderno barato, de hojas cuadriculadas y tapas de papel mármol.

Me aventuré a leerlo, a pesar de las curvas, el hedor a vómitos y cierto sentimiento natural de respeto por la vida privada de mi difunto amigo. Recordaría -sí, empezaba con eso- nuestra cotidiana labor en la oficina; quizá sabría, al fin, por qué fue declinado, olvidando sus deberes, por qué dictaba oficios sin sentido, ni número, ni “Sufragio Efectivo No Reelección”. Por qué, en fin, fue corrido, olvidaba la pensión, sin respetar los escalafones.

“Hoy fui a arreglar lo de mi pensión. El Licenciado, amabilísimo. Salí tan contento que decidí gastar cinco pesos en un café. Es el mismo al que íbamos de jóvenes y al que ahora nunca concurro, porque me recuerda que a los veinte años podía darme más lujos que a los cuarenta. Entonces todos estábamos en un mismo plano, hubiéramos rechazado con energía cualquier opinión peyorativa hacia los compañeros; de hecho, librábamos la batalla por aquellos a quienes en la casa discutían por su baja extracción o falta de elegancia. Yo sabía que muchos de ellos (quizá los más humildes) llegarían muy alto y aquí, en la Escuela, se iban a forjar las amistades duraderas en cuya compañía cursaríamos el mar bravío. No, no fue así. No hubo reglas. Muchos de los humildes se quedaron allí, muchos llegaron más arriba de lo que pudimos pronosticar en aquellas fogosas, amables tertulias. Otros, que parecíamos prometerlo todo, nos quedamos a la mitad del camino, destripados en un examen extracurricular, aislados por una zanja invisible de los que triunfaron y de los que nada alcanzaron. En fin, hoy volví a sentarme en las sillas modernizadas -también hay, como barricada de una invasión, una fuente de sodas- y pretendí leer expedientes. Vi a muchos antiguos compañeros, cambiados, amnésicos, retocados de luz neón, prósperos. Con el café que casi no reconocía, con la ciudad misma, habían ido cincelándose a ritmo distinto del mío. No, ya no me reconocían; o no me querían reconocer. A lo sumo -uno o dos- una mano gorda y rápida sobre el hombro. Adiós viejo, qué tal. Entre ellos y yo mediaban los dieciocho agujeros del Country Club. Me disfracé detrás de los expedientes. Desfilaron en mi memoria los años de las grandes ilusiones, de los pronósticos felices y, también todas las omisiones que impidieron su realización. Sentí la angustia de no poder meter los dedos en el pasado y pegar los trozos de algún rompecabezas abandonado; pero el arcón de los juguetes se va olvidando y, al cabo, ¿quién sabrá dónde fueron a dar los soldados de plomo, los cascos, las espadas de madera? Los disfraces tan queridos, no fueron más que eso. Y sin embargo, había habido constancia, disciplina, apego al deber. ¿No era suficiente, o sobraba? En ocasiones me asaltaba el recuerdo de Rilke. La gran recompensa de la aventura de juventud debe ser la muerte; jóvenes, debemos partir con todos nuestros secretos. Hoy, no tendría que volver la mirada a las ciudades de sal. ¿Cinco pesos? Dos de propina.”

“Pepe, aparte de su pasión por el derecho mercantil, gusta de teorizar. Me vio salir de Catedral, y juntos nos encaminamos a Palacio. Él es descreído, pero no le basta; en media cuadra tuvo que fabricar una teoría. Que si yo no fuera mexicano, no adoraría a Cristo y -No, mira, parece evidente. Llegan los españoles y te proponen adorar a un Dios muerto hecho un coágulo, con el costado herido, clavado en una cruz. Sacrificado. Ofrendado. ¿Qué cosa más natural que aceptar un sentimiento tan cercano a todo tu ceremonial, a toda tu vida?... figúrate, en cambio, que México hubiera sido conquistado por budistas o por mahometanos. No es concebible que nuestros indios veneraran a un individuo que murió de indigestión. Pero un Dios al que no le basta que se sacrifiquen por él, sino que incluso va a que le arranquen el corazón, ¡caramba, jaque mate a Huitzilopochtli! El cristianismo, en su sentido cálido, sangriento, de sacrificio y liturgia, se vuelve una prolongación natural y novedosa de la religión indígena. Los aspectos caridad, amor y la otra mejilla, en cambio, son rechazados. Y todo en México es eso: hay que matar a los hombres para poder creer en ellos.

“Pepe conocía mi afición, desde joven, por ciertas formas de arte indígena mexicana. Yo colecciono estatuillas, ídolos, cacharros. Mis fines de semana los paso en Tlaxcala o en Teotihuacán. Acaso por esto le guste relacionar todas las teorías que elabora para mi consumo con estos temas. Por cierto que busco una réplica razonable del Chac Mool desde hace tiempo, y hoy Pepe me informa de un lugar en la Lagunilla donde venden uno de piedra y parece que barato. Voy a ir el domingo.

“Un guasón pintó de rojo el agua del garrafón en la oficina, con la consiguiente perturbación de las labores. He debido consignarlo al Director, a quien sólo le dio mucha risa. El culpable se ha valido de esta circunstancia para hacer sarcasmos a mis costillas el día entero, todos en torno al agua. Ch...”

“Hoy domingo, aproveché para ir a la Lagunilla. Encontré el Chac Mool en la tienducha que me señaló Pepe. Es una pieza preciosa, de tamaño natural, y aunque el marchante asegura su originalidad, lo dudo. La piedra es corriente, pero ello no aminora la elegancia de la postura o lo macizo del bloque. El desleal vendedor le ha embarrado salsa de tomate en la barriga al ídolo para convencer a los turistas de la sangrienta autenticidad de la escultura.

“El traslado a la casa me costó más que la adquisición. Pero ya está aquí, por el momento en el sótano mientras reorganizo mi cuarto de trofeos a fin de darle cabida. Estas figuras necesitan sol vertical y fogoso; ese fue su elemento y condición. Pierde mucho mi Chac Mool en la oscuridad del sótano; allí, es un simple bulto agónico, y su mueca parece reprocharme que le niegue la luz. El comerciante tenía un foco que iluminaba verticalmente en la escultura, recortando todas sus aristas y dándole una expresión más amable. Habrá que seguir su ejemplo.”

“Amanecí con la tubería descompuesta. Incauto, dejé correr el agua de la cocina y se desbordó, corrió por el piso y llego hasta el sótano, sin que me percatara. El Chac Mool resiste la humedad, pero mis maletas sufrieron. Todo esto, en día de labores, me obligó a llegar tarde a la oficina.”

“Vinieron, por fin, a arreglar la tubería. Las maletas, torcidas. Y el Chac Mool, con lama en la base.”

“Desperté a la una: había escuchado un quejido terrible. Pensé en ladrones. Pura imaginación.”

“Los lamentos nocturnos han seguido. No sé a qué atribuirlo, pero estoy nervioso. Para colmo de males, la tubería volvió a descomponerse, y las lluvias se han colado, inundando el sótano.”

“El plomero no viene; estoy desesperado. Del Departamento del Distrito Federal, más vale no hablar. Es la primera vez que el agua de las lluvias no obedece a las coladeras y viene a dar a mi sótano. Los quejidos han cesado: vaya una cosa por otra.”

“Secaron el sótano, y el Chac Mool está cubierto de lama. Le da un aspecto grotesco, porque toda la masa de la escultura parece padecer de una erisipela verde, salvo los ojos, que han permanecido de piedra. Voy a aprovechar el domingo para raspar el musgo. Pepe me ha recomendado cambiarme a una casa de apartamentos, y tomar el piso más alto, para evitar estas tragedias acuáticas. Pero yo no puedo dejar este caserón, ciertamente es muy grande para mí solo, un poco lúgubre en su arquitectura porfiriana. Pero es la única herencia y recuerdo de mis padres. No sé qué me daría ver una fuente de sodas con sinfonola en el sótano y una tienda de decoración en la planta baja.”

“Fui a raspar el musgo del Chac Mool con una espátula. Parecía ser ya parte de la piedra; fue labor de más de una hora, y sólo a las seis de la tarde pude terminar. No se distinguía muy bien la penumbra; al finalizar el trabajo, seguí con la mano los contornos de la piedra. Cada vez que lo repasaba, el bloque parecía reblandecerse. No quise creerlo: era ya casi una pasta. Este mercader de la Lagunilla me ha timado. Su escultura precolombina es puro yeso, y la humedad acabará por arruinarla. Le he echado encima unos trapos; mañana la pasaré a la pieza de arriba, antes de que sufra un deterioro total.”

“Los trapos han caído al suelo, increíble. Volví a palpar el Chac Mool. Se ha endurecido pero no vuelve a la consistencia de la piedra. No quiero escribirlo: hay en el torso algo de la textura de la carne, al apretar los brazos los siento de goma, siento que algo circula por esa figura recostada... Volví a bajar en la noche. No cabe duda: el Chac Mool tiene vello en los brazos.”

“Esto nunca me había sucedido. Tergiversé los asuntos en la oficina, giré una orden de pago que no estaba autorizada, y el Director tuvo que llamarme la atención. Quizá me mostré hasta descortés con los compañeros. Tendré que ver a un médico, saber si es mi imaginación o delirio o qué, y deshacerme de ese maldito Chac Mool.”

Hasta aquí la escritura de Filiberto era la antigua, la que tantas veces vi en formas y memoranda, ancha y ovalada. La entrada del 25 de agosto, sin embargo, parecía escrita por otra persona. A veces como niño, separando trabajosamente cada letra; otras, nerviosa, hasta diluirse en lo ininteligible. Hay tres días vacíos, y el relato continúa:

“Todo es tan natural; y luego se cree en lo real... pero esto lo es, más que lo creído por mí. Si es real un garrafón, y más, porque nos damos mejor cuenta de su existencia, o estar, si un bromista pinta el agua de rojo... Real bocanada de cigarro efímera, real imagen monstruosa en un espejo de circo, reales, ¿no lo son todos los muertos, presentes y olvidados?... si un hombre atravesara el paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?... Realidad: cierto día la quebraron en mil pedazos, la cabeza fue a dar allá, la cola aquí y nosotros no conocemos más que uno de los trozos desprendidos de su gran cuerpo. Océano libre y ficticio, sólo real cuando se le aprisiona en el rumor de un caracol marino. Hasta hace tres días, mi realidad lo era al grado de haberse borrado hoy; era movimiento reflejo, rutina, memoria, cartapacio. Y luego, como la tierra que un día tiembla para que recordemos su poder, o como la muerte que un día llegará, recriminando mi olvido de toda la vida, se presenta otra realidad: sabíamos que estaba allí, mostrenca; ahora nos sacude para hacerse viva y presente. Pensé, nuevamente, que era pura imaginación: el Chac Mool, blando y elegante, había cambiado de color en una noche; amarillo, casi dorado, parecía indicarme que era un dios, por ahora laxo, con las rodillas menos tensas que antes, con la sonrisa más benévola. Y ayer, por fin, un despertar sobresaltado, con esa seguridad espantosa de que hay dos respiraciones en la noche, de que en la oscuridad laten más pulsos que el propio. Sí, se escuchaban pasos en la escalera. Pesadilla. Vuelta a dormir... No sé cuánto tiempo pretendí dormir. Cuando volvía a abrir los ojos, aún no amanecía. El cuarto olía a horror, a incienso y sangre. Con la mirada negra, recorrí la recámara, hasta detenerme en dos orificios de luz parpadeante, en dos flámulas crueles y amarillas.

“Casi sin aliento, encendí la luz.

“Allí estaba Chac Mool, erguido, sonriente, ocre, con su barriga encarnada. Me paralizaron los dos ojillos casi bizcos, muy pegados al caballete de la nariz triangular. Los dientes inferiores mordían el labio superior, inmóviles; sólo el brillo del casuelón cuadrado sobre la cabeza anormalmente voluminosa, delataba vida. Chac Mool avanzó hacia mi cama; entonces empezó a llover.”

Recuerdo que a fines de agosto, Filiberto fue despedido de la Secretaría, con una recriminación pública del Director y rumores de locura y hasta de robo. Esto no lo creí. Sí pude ver unos oficios descabellados, preguntándole al Oficial Mayor si el agua podía olerse, ofreciendo sus servicios al Secretario de Recursos Hidráulicos para hacer llover en el desierto. No supe qué explicación darme a mí mismo; pensé que las lluvias excepcionalmente fuertes, de ese verano, habían enervado a mi amigo. O que alguna depresión moral debía producir la vida en aquel caserón antiguo, con la mitad de los cuartos bajo llave y empolvados, sin criados ni vida de familia. Los apuntes siguientes son de fines de septiembre:

“Chac Mool puede ser simpático cuando quiere, ‘...un gluglú de agua embelesada’... Sabe historias fantásticas sobre los monzones, las lluvias ecuatoriales y el castigo de los desiertos; cada planta arranca de su paternidad mítica: el sauce es su hija descarriada, los lotos, sus niños mimados; su suegra, el cacto. Lo que no puedo tolerar es el olor, extrahumano, que emana de esa carne que no lo es, de las sandalias flamantes de vejez. Con risa estridente, Chac Mool revela cómo fue descubierto por Le Plongeon y puesto físicamente en contacto de hombres de otros símbolos. Su espíritu ha vivido en el cántaro y en la tempestad, naturalmente; otra cosa es su piedra, y haberla arrancado del escondite maya en el que yacía es artificial y cruel. Creo que Chac Mool nunca lo perdonará. Él sabe de la inminencia del hecho estético.

“He debido proporcionarle sapolio para que se lave el vientre que el mercader, al creerlo azteca, le untó de salsa ketchup. No pareció gustarle mi pregunta sobre su parentesco con Tlaloc1, y cuando se enoja, sus dientes, de por sí repulsivos, se afilan y brillan. Los primeros días, bajó a dormir al sótano; desde ayer, lo hace en mi cama.”

“Hoy empezó la temporada seca. Ayer, desde la sala donde ahora duermo, comencé a oír los mismos lamentos roncos del principio, seguidos de ruidos terribles. Subí; entreabrí la puerta de la recámara: Chac Mool estaba rompiendo las lámparas, los muebles; al verme, saltó hacia la puerta con las manos arañadas, y apenas pude cerrar e irme a esconder al baño. Luego bajó, jadeante, y pidió agua; todo el día tiene corriendo los grifos, no queda un centímetro seco en la casa. Tengo que dormir muy abrigado, y le he pedido que no empape más la sala2.”

“El Chac inundó hoy la sala. Exasperado, le dije que lo iba a devolver al mercado de la Lagunilla. Tan terrible como su risilla -horrorosamente distinta a cualquier risa de hombre o de animal- fue la bofetada que me dio, con ese brazo cargado de pesados brazaletes. Debo reconocerlo: soy su prisionero. Mi idea original era bien distinta: yo dominaría a Chac Mool, como se domina a un juguete; era, acaso, una prolongación de mi seguridad infantil; pero la niñez -¿quién lo dijo?- es fruto comido por los años, y yo no me he dado cuenta... Ha tomado mi ropa y se pone la bata cuando empieza a brotarle musgo verde. El Chac Mool está acostumbrado a que se le obedezca, desde siempre y para siempre; yo, que nunca he debido mandar, sólo puedo doblegarme ante él. Mientras no llueva -¿y su poder mágico?- vivirá colérico e irritable.”

“Hoy decidí que en las noches Chac Mool sale de la casa. Siempre, al oscurecer, canta una tonada chirriona y antigua, más vieja que el canto mismo. Luego cesa. Toqué varias veces a su puerta, y como no me contestó, me atrevía a entrar. No había vuelto a ver la recámara desde el día en que la estatua trató de atacarme: está en ruinas, y allí se concentra ese olor a incienso y sangre que ha permeado la casa. Pero detrás de la puerta, hay huesos: huesos de perros, de ratones y gatos. Esto es lo que roba en la noche el Chac Mool para sustentarse. Esto explica los ladridos espantosos de todas las madrugadas.”

“Febrero, seco. Chac Mool vigila cada paso mío; me ha obligado a telefonear a una fonda para que diariamente me traigan un portaviandas. Pero el dinero sustraído de la oficina ya se va a acabar. Sucedió lo inevitable: desde el día primero, cortaron el agua y la luz por falta de pago. Pero Chac Mool ha descubierto una fuente pública a dos cuadras de aquí; todos los días hago diez o doce viajes por agua, y él me observa desde la azotea. Dice que si intento huir me fulminará: también es Dios del Rayo. Lo que él no sabe es que estoy al tanto de sus correrías nocturnas... Como no hay luz, debo acostarme a las ocho. Ya debería estar acostumbrado al Chac Mool, pero hace poco, en la oscuridad, me topé con él en la escalera, sentí sus brazos helados, las escamas de su piel renovada y quise gritar.”

“Si no llueve pronto, el Chac Mool va a convertirse otra vez en piedra. He notado sus dificultades recientes para moverse; a veces se reclina durante horas, paralizado, contra la pared y parece ser, de nuevo, un ídolo inerme, por más dios de la tempestad y el trueno que se le considere. Pero estos reposos sólo le dan nuevas fuerzas para vejarme, arañarme como si pudiese arrancar algún líquido de mi carne. Ya no tienen lugar aquellos intermedios amables durante los cuales relataba viejos cuentos; creo notar en él una especie de resentimiento concentrado. Ha habido otros indicios que me han puesto a pensar: los vinos de mi bodega se están acabando; Chac Mool acaricia la seda de la bata; quiere que traiga una criada a la casa, me ha hecho enseñarle a usar jabón y lociones. Incluso hay algo viejo en su cara que antes parecía eterna. Aquí puede estar mi salvación: si el Chac cae en tentaciones, si se humaniza, posiblemente todos sus siglos de vida se acumulen en un instante y caiga fulminado por el poder aplazado del tiempo. Pero también me pongo a pensar en algo terrible: el Chac no querrá que yo asista a su derrumbe, no querrá un testigo..., es posible que desee matarme.”

“Hoy aprovecharé la excursión nocturna de Chac para huir. Me iré a Acapulco; veremos qué puede hacerse para conseguir trabajo y esperar la muerte de Chac Mool; sí, se avecina; está canoso, abotagado. Yo necesito asolearme, nadar y recuperar fuerzas. Me quedan cuatrocientos pesos. Iré a la Pensión Müller, que es barata y cómoda. Que se adueñe de todo Chac Mool: a ver cuánto dura sin mis baldes de agua.”

Aquí termina el diario de Filiberto. No quise pensar más en su relato; dormí hasta Cuernavaca. De ahí a México pretendí dar coherencia al escrito, relacionarlo con exceso de trabajo, con algún motivo sicológico. Cuando, a las nueve de la noche, llegamos a la terminal, aún no podía explicarme la locura de mi amigo. Contraté una camioneta para llevar el féretro a casa de Filiberto, y después de allí ordenar el entierro.

Antes de que pudiera introducir la llave en la cerradura, la puerta se abrió. Apareció un indio amarillo, en bata de casa, con bufanda. Su aspecto no podía ser más repulsivo; despedía un olor a loción barata, quería cubrir las arrugas con la cara polveada; tenía la boca embarrada de lápiz labial mal aplicado, y el pelo daba la impresión de estar teñido.

-Perdone... no sabía que Filiberto hubiera...

-No importa; lo sé todo. Dígale a los hombres que lleven el cadáver al sótano.

FIN




08

La memoria es el deseo satisfecho...
Carlos Fuentes



Fotografía: Efrén Galván.


lunes, 7 de mayo de 2012

Seminario Cultural Artetipos No. 62




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Celebran el Día Internacional de la Danza

*Homenajean a 12 maestras precursoras de la danza en Morelos.

Adriana Mendoza

Este año, para celebrar el Día Internacional de la Danza en nuestro estado –el cual se festeja oficialmente el 29 de abril-, el Instituto de Cultura de Morelos en colaboración con Fóramen M. danza que invita a la acción, organizaron una serie de actividades en el Jardín Borda desde el jueves 26 hasta el sábado 28 de abril, con la finalidad de acercar a la sociedad a esta forma de expresión artística de tradición milenaria, en sus diversos géneros, técnicas y estilos.
Este Día Internacional de la Danza “Con los pies en el aire”, se realizó en homenaje a 12 maestras precursoras de la danza en Morelos, a quienes entregaron preseas y reconocimientos por su labor en la entidad. Se trata de Blanca Lilia Calvo, Rocío Becerril, Patricia Ottamendi, Marcelina Benítez, Athenea Baker, Martha Pimentel, Luisa Leyva, Margarita Gordon, Silvia Unzueta, Pilar Urreta, Graciela Esperón y Martha Solé; y se les realizó un video que retrata flashazos de su historia, sus aportaciones en la danza y en la enseñanza de la misma, su visión del contexto actual y del rumbo de la danza en el estado. Las 12 pioneras se mostraron muy satisfechas y agradecidas al ser reconocidas por su labor, por su trayectoria, pero sobre todo por su compromiso con la danza. El homenaje oficial tuvo lugar el jueves 26 de abril en la Sala Manuel M. Ponce del Jardín Borda, en donde la Directora del ICM, Mtra. Martha Ketchum, presidió la ceremonia remarcando que “estoy muy contenta de poder homenajear a 12 amigas, algunas mis maestras, otras mis compañeras, inclusive alguna de ustedes ha tomado clase conmigo, y es un honor para mí poder entregarles este reconocimiento…”. Sin embargo, el día 28 se volvió a proyectar el video y a solicitar la presencia de estas 12 grandes mujeres que tanto han aportado a la danza, en el escenario del Foro del Lago del Borda, donde una vez más las maestras fueron engalanadas con flores.  
Los festejos iniciaron el 26 y 27 de abril con el Primer Encuentro Global de Danza, jornadas de reflexión en torno al quehacer dancístico en la actualidad, que de igual manera se desarrollaron en la sala M. Ponce. La mesa del primer día se llamó Cuerpo soñado. Poético, en donde se trataron temas como la concepción actual del cuerpo, sus implicaciones sociales, culturales, de roles; Por qué hacer arte, por qué hacer danza; Los contenidos filosóficos en la danza; La poesía en la danza y la danza en la vida. Estos fueron algunos de los puntos que personajes como Claudia Lavista, bailarina y coreógrafa; Antonio Russek, músico; Ricardo Ariza, poeta y Alberto Sladogna, psicoanalista, trataron en estas mesas que se estuvieron transmitiendo vía internet con alcance en todo el mundo.
El día 27 participaron como ponentes en la mesa que llevó por nombre Interdisciplinaria Postmo, personajes como Federico Valdez, músico; Elvira Ruíz, dramaturga y José Luis García Nava, artista visual, contando con la presencia del coreógrafo Jaime Camarena como moderador. Se desarrolló una interlocución muy interesante, en donde se pudieron plantear cuestionamientos, análisis y propuestas sobre las nuevas formas y procesos de creación en el arte, sobre la creación y la consolidación de públicos y de la labor de gestión, de promoción y la difusión del arte en general, entre otros temas.
Para continuar con las celebraciones, el día 28 a partir de las 2:00 de la tarde, se dieron cita cientos de bailarines, integrantes de compañías, escuelas, colectivos y  grupos independientes, para mostrar su trabajo. El público pudo presenciar diferentes formas de expresión dancística como  ballet clásico, danza contemporánea, danzas tradicionales de México y de diferentes partes del mundo como danza hindú, árabe y flamenco entre otras, así como danza aérea, artes circenses, performance y video danza. El bloque de escuelas fue el primero en arrancar y participaron centros de formación como Escénica, Grupo de Danza Árabe Ayshel, F4libre Espacio Cultural Multidisciplinario, Grupo “Dos Raíces”, Talibah de DIF Morelos, Ensamble de danza UAEM, Raqs Be Atefa, Casa de la Cultura de Cuautla/ Talleres PEAM, Zaghareet Estudio de Danza y Cultura, iL-ladanse, Lunas de Madrid, Ishtar Danza Árabe Centro Cultural, Academi de Ballet de Vista Hermosa, PFCE fmXlab T. matutino y vespertino, Escuala Superior de Danza de Morelos, Studio Dance Company, Grupo Representativo de Danza del CMAEM, Centro de Formación Profesional eFel Danse y Hip-Hop inteligente. En esta sección los familiares y público en general se mostraron muy emotivos y gustosos de ver el proceso de pequeños y grandes en el medio de la danza.
Para continuar el programa compañías como Colectivo Danza 8, Aferrarte, Shaktala, Ballet de Cámara del Estado de Morelos, Laleget Danza, Malitzi Arte Escénico, Ser-o Cero, Fritz y amigos, Colectivo Movimiento, R+R arte y movimiento y los artistas independientes Talía Falconi y Federico Valdés, deleitaron al público con montajes en los que se hizo notorio el talento de todos estos bailarines en sus distintas disciplinas.
Siguió el tercer bloque en el que presentaron ocho performances; los participantes fueron Colectivo Pausa en Movimiento, Alejandra Aparicio, Plataforma 4/4, Diego Basantes, This Side Up, Apocapoc, Colectivo Jadoo y Areli Marmolejo, así como Marcos Ariel Rossi con una video instalación. La presentación de estos performances tuvo lugar en las diferentes fuentes del Borda así como en algunos pasillos del lugar, y la concurrencia pudo visualizar propuestas que forman parte de un discurso más contemporáneo.
El cuarto y último bloque también se realizó en el Foro del Lago, y constó de la presentación de cuatro compañías de danza folklórica: Danza Española Escénica, Gente Roja, Ballet Folklórico Xochiquetzal e Ishtar Marhaba Caravan, quienes indudablemente llenaron de colorido y zapateados la fiesta que se realiza año cono año por la danza, y que en esta ocasión, fue dedicada a 12 piedras angulares de la danza en el Estado.
Para finalizar esta celebración se realizó una Jam Sessión en la que todos los asistentes que quisieron tuvieron la oportunidad de bailar y expresarse libremente al calor de muy buena música que invitaba a todo el mundo a mover el cuerpo.  



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La poética del movimiento

Ricardo Ariza
Con la colaboración especial de Carolina Moreno Echeverry

Las palabras se comportan como seres caprichosos, dicen una cosa y después dicen otra. Mediante la razón se pretenden establecer leyes para aprehenderlas; intenta encubrirlas, silenciarlas e incluso difamarlas. Empero, el poeta como creador, procura desviarse —constante y sistemáticamente— de los usos convencionales de la lengua impuestos por la gramática y por la poética vigente en su momento, debido a que es, ante todo, un hereje: se aparta de las normas tratando de redimir la libertad del lenguaje.

Ahora bien, el hecho de escribir versos no necesariamente convierte a alguien en poeta; de igual forma, zapatear un buen flamenco no implica que una persona sea un bailarín; en ambos casos se trata de simples ejecutantes más no de creadores. Un hacer inspirado define el carácter poético de cualquier actividad, o no lo hará. La potencia creadora no sólo se manifiesta en las palabras, la poesía también infunde vida a las sagradas escrituras, reconcilia a los amantes, abre de par en par océanos en la imaginación  y procrea seres mitológicos para todos los gustos. Asimismo, mediante el movimiento de los cuerpos, la danza posee —intrínsecamente— una profunda simbología: al danzar (así como al poetizar) el hombre entra en comunión con sus remotos orígenes y se reconcilia consigo mismo; movimiento rítmico que por supuesto deviene en rito. Aunque en diversas mitologías se nos habla de la relevancia de la danza para los dioses, para el ser humano esta disciplina resulta mucho más importante como una forma de oración al agradecer, solicitar, expiar y adorar. El cuerpo, libre y cargado de significado, es digno de relacionarse con lo divino.

Al respecto, resulta interesante entonces recordar la anécdota de Isadora Duncan al llegar por primera vez a Grecia. Al visitar la Acrópolis se opera un milagro. El espacio glorioso y ancestral transmite a su cuerpo una ráfaga de fiebre creadora. Sola y alentada por la magia del lugar, danza en el espacio sagrado; sus movimientos se manifiestan de forma perfecta y armoniosa. De repente, una voz la despierta del paroxismo. Un viejo sacerdote la cuestiona sobre sus actos, ante lo cual Isadora responde en completa calma: “estoy orando, padre; orando sobre la Acrópolis”. La bailarina es merecedora de la herencia ancestral y la danza es su rito sagrado[1].

Una de las principales búsquedas de la poesía es encontrar el ritmo original, aquel en el que las palabras se trasladan de un punto a otro para crear significados dentro de un sentido musical propio; no el del lenguaje común, en el que con los mismos vocablos se compran productos en el mercado o se refieren los sucesos cotidianos; no son aquellos metros con los que por más de dos mil años se han pronunciado los discursos políticos: se trata, sin embargo, de aquel lenguaje que ha pertenecido a los seres humanos desde los orígenes, donde el silencio marca una pauta que da comienzo a un nuevo inicio.

Para el poeta, las palabras son las bailarinas, que con sus movimientos transmiten a través del ritmo un sentido personal; lo mismo sucede cuando el coreógrafo trabaja: las bailarinas son las palabras; la página en blanco, el escenario. Un buen ejemplo: Antonia Mercé, La Argentina, “llama viva y pura armonía de España”. No en vano Federico García Lorca, ferviente admirador, le dedica las siguientes palabras:

[…] Si el poeta batalla con los caballos de su cerebro y el escultor se hiere los ojos con la chispa dura del alabastro, la bailarina ha de batallar con el aire que la circunda, dispuesto en todo momento a destruir su armonía, o a dibujar grandes planos vacíos donde su ritmo quede totalmente anulado. El temblor del corazón de la bailarina ha de ser armonizado desde las puntas de sus zapatos hasta el abrir y cerrar de sus pestañas. […] Verdadera náufraga en un campo de aire, la bailarina ha de medir líneas, silencios, zigzags y rápidas curvas, con un sexto sentido de aroma y geometría, sin equivocar nunca su terreno[2].

Mientras que la música y la poesía se determinan en el tiempo, las artes plásticas y la arquitectura lo hacen en el espacio; la danza se dispone simultáneamente en el tiempo y en el espacio. Sin embargo, la danza no es el simple desplazamiento que hace un cuerpo al dejar el lugar que ocupa para situarse en otra parte, está formada por movimientos voluntarios, armoniosos y, sobre todo, rítmicos.

El ritmo —proporción guardada entre el tiempo de un movimiento y el de otro diferente— se manifiesta en muchas actividades humanas. Desde el amasar de un pan hasta la manipulación de un instrumento mecánico, el ritmo se presenta como un fenómeno de repetición de elementos auditivos, en el que la mente humana es capaz de continuar relacionando los intervalos temporales en un juego continuo de tensión y distensión; juego en el que además, la danza es necesaria para que el hombre domine sus propias acciones. Ejemplo de ello son los desfiles militares. Aunque resulte extraño, una de las primeras actividades instructivas en el ejército es aprender a desfilar. El desfile implica el sometimiento de la fuerza a merced del ritmo y requiere de la coordinación entre voluntad y dominio del cuerpo. Los soldados al desfilar evidencian el vigor, el poder y la contención eficaz de la ira, atributos fundamentales a la hora de contender con el enemigo.

Cuando los seres humanos somos niños aprendemos las formas y las costumbres por imitación. Los gestos van prefigurando nuestras personalidades y también los roles que jugaremos al pertenecer a una sociedad determinada, a una cultura. La semejanza y la comparación nos instruyen en la noción de la naturaleza, somos iguales al hermano, a la hermana, somos un espejo con variaciones, pero siempre semejantes hasta confundir nuestra imagen con la del reflejo en el agua, lo mismo que Narciso. La poesía imita las experiencias humanas, las refleja. La danza por su parte, es también una forma imitativa determinante en el comportamiento, pues tiene que ver con el ritmo, ya que sin éste, no habría movimiento. Un nulo impulso es un cero en la escala.

Ahora bien, la danza, también permite reflexionar sobre la relación del hombre con el universo. Tal como lo sugiere Luciano de Samosata, la danza surgió con la primera generación, “el movimiento regular de los astros y la conjunción de las estrellas fija con los planetas errantes, la comunión rítmica de ellos y su armonía disciplinada son ejemplos de la danza primigenia”. El movimiento cósmico está sometido a pautas y conjunciones; la danza existe desde el inicio de los tiempos. Pero las estrellas y los planetas no están sometidos al aparente movimiento que los sostiene, su finalidad inmediata es sólo eso, apariencia. En el tiempo cósmico en el que las estrellas y los universos bailan, la función también tendrá que terminar en algún momento y el telón de fondo bajará inevitablemente. La danza está relacionada con el origen del cosmos porque después del caos, los elementos tienden a ordenarse en el espacio y en el tiempo sólo por un acto creador, la poesía en movimiento.

Siguiendo con García Lorca, en su célebre conferencia sobre Teoría y juego del duende, describe la impresión que le ocasionó una muchacha del Puerto de Santa María cuando se puso a bailar y cantar un cuplé italiano, “Ay, Mariú, Mariú…”. Al respecto el poeta cuenta cómo ella hace de esa trivial canción una dura serpiente de oro levantado, dado que la joven, a partir de su baile armonioso y acompasado emula la poética del movimiento: los ritmos y los silencios hicieron que los espectadores “se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen los negros antillanos del rito, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara”. Tal cuplé se manifiesta entonces como una fuerte señal que permite confrontar lo que hasta el momento se ha vivido. Así como el poeta lucha con las palabras al componer un poema, la bailarina lidia con el aire al danzar; sin embargo, independientemente de la actividad, hay que estar dispuestos a recibir el vapuleo de la emoción, interés expectante con que se participa en algo que está ocurriendo.

Lo mismo sucede con cualquier anécdota. Basta recordar el regreso de Odiseo a su amada Ítaca; vuelta en la que comprueba que su palacio está invadido por un numeroso grupo de pretendientes que desean casarse con Penélope, para usurpar el lugar que por derecho propio le corresponde como rey. Se venga de sus enemigos, haciendo uso del arco de Éurito. Acto seguido, Odiseo también castiga a las esclavas, quienes en confabulación con los traidores lo han deshonrado. Ordena que sean encerradas en un lugar donde no haya posibilidad de huir; posteriormente son ahorcadas para que perecieran de forma  lamentable: mientras que sus cabezas estaban en fila y en torno a sus cuellos había lazos, sus pies se agitaban de forma convulsionada. Esta tortuosa convulsión de las mujeres necesariamente está relacionada con el movimiento, profunda señal que evoca el vapuleo de la emoción que necesariamente está relacionada con la imaginación.

De acuerdo con Góngora, “la imaginación es pobre y la imaginación poética mucho más”, la realidad en sí es la que es rica; sin embargo, la imaginación es una pobreza y el poeta se pasea por su imaginación, limitado por ella. La imaginación puede darle vida a todo lo que se está haciendo; representar con imágenes lo acontecido, lo pensado, lo sentido, así como lo hizo Homero, aunque en las anécdotas anteriormente referidas sean trágicas. De igual forma, cada movimiento dancístico es también el motivo creador de una escultura efímera. Una compañía de danza puede ser también un jardín escultórico, o las notas musicales en un pentagrama de aire, que al desplazarse en el espacio-tiempo, dejan una estela simbólica que busca ser sentida e imaginada por el espectador.

Además de emoción e imaginación, “la vida práctica” —tal como lo establece Gabriel Zaid— “es inseparable de la vida creadora. Un hombre creador que no es práctico es un mal artista. Un hombre práctico que no es creador, no es un hombre práctico, es un burro de noria”. El arte no se opone a la vida práctica: es la forma suprema de la vida práctica. Antiguamente poesía y práctica fueron sinónimos. Hacer cosas (objetos, escritos en verso o en prosa) era poien; hacer cosas en el mundo de la acción era práttein (de donde se origina práctica). Lamentablemente, la poesía —así como el arte en general— se ha convertido en tema de especialistas y opuesta a la práctica; empero, hay arte en todo hacer inspirado.
Ahora bien, esta distancia entre arte y práctica se manifiesta principalmente mediante la separación. Por una parte, lo práctico está presente en que el edificio no colapse, ulteriormente se establece (si hay presupuesto y tiempo), el “barniz de la estética”. Aunque el hombre de las cavernas hacía arte, hay algunos que determinan que el arte se hace después de haberle dado solución a los problemas prácticos; razón por la cual se deduce que la dimensión estética del hombre es innecesaria. Tal como lo establece Hugo Gutiérrez Vega: “¿Para qué sirve la poesía? Para nada, por eso es indispensable”. Lo que se puede percibir, por el contrario, es que tal dimensión siempre está presente en la vida humana, que todo lo que se hace o realiza tiene cierto grado de logro estético.

Lo que ha hecho conjeturar que el arte sea innecesario, es tal vez la percepción de que el arte se constituye en una apremiante necesidad del hombre. Lo que genera un producto artístico no es la palabra, el granito, los movimientos o la música; es un tipo de efectividad lograda en la integración de unos medios. Tal como lo sugiere Zaid: “unos medios que cumplen con su necesidad específica y en el mismo acto cumplen su innecesidad: ser diáfanamente lo que son; cumplir la integración que los transmuta en síntesis de medios y fines: en puntos de partida que también pueden ser de llegada”. La efectividad más significativa es la del arte.

Bailar es también una forma de imitar las manifestaciones de la naturaleza y ha servido para establecer la línea cultural a través de los rasgos de los pueblos que habitan el planeta. Todo movimiento es simbólico, dice algo aunque el mensaje aparezca como un dato obtuso, nos comunica al menos la intención de querer transmitirnos algo. La danza contemporánea es rebelde, es poder, abandono y salvación. La danza es como definiera Octavio Paz a la poesía: Hija del azar, fruto del cálculo.

“Sólo en el poema – como lo establece Paz- la poesía se aísla y revela plenamente. Es lícito preguntar al poema por el ser de la poesía si deja de concebirse a éste como una forma capaz de llenarse con cualquier contenido. El poema no es una forma literaria sino el lugar de encuentro entre la poesía y el hombre. Poema es un organismo verbal que contiene, suscita o emite poesía. Forma y sustancia son lo mismo… La poesía no es la suma de todos los poemas. Por sí misma, cada creación poética es una unidad autosuficiente. La parte es el todo. Cada poema es único, irreductible e irrepetible. Esta diversidad se ofrece, a primera vista, como hija de la historia. Cada lengua y cada nación engendra en la poesía lo que el momento y su genio particular les dictan”.

Poesía y danza son impulsos creadores del ser humano, pues sus formas permiten referirse a múltiples hechos a través de la representación de los movimientos y del ritmo. No son escasos los ejemplos en la historia en donde podemos comprobar que la poesía y la danza han sido los lenguajes con los que los oprimidos denuncian los actos de los opresores. También son formas que conectan a lo humano con el ámbito de lo sagrado, y de igual forma, nos iluminan el camino que la percepción del ser y del cuerpo ha logrado el ser sobre sí mismo.





[1] Víctor Andresco, Historia del ballet ruso, Alhambra, Madrid, 1954, p. 45.
[2] Federico García Lorca, “Elogio a Antonia Mercé”, Prosa, Akal, Madrid, 1994, p. 450.




06



Isadora Duncan
Homenaje


Angela Isadora Duncan, conocida como Isadora Duncan (San Francisco, 27 de mayo de 1877 - Niza, 14 de septiembre de 1927) fue una bailarina y coreógrafa estadounidense, considerada por muchos como la creadora de la danza moderna.

Isadora Duncan nació en San Francisco, Estados Unidos. Su padre Joseph, abandonó la familia cuando Isadora era aún muy pequeña, siendo posteriormente acusado de fraude bancario, y encarcelado. Esto creó en el hogar de los Duncan una difícil situación de penuria económica, hecho que influyó al parecer en el alejamiento de la familia de la fe católica que habían profesado (Isadora se declaró varias veces durante su vida como «atea convencida»). Isadora Duncan abandonó la escuela a la edad de diez años y comenzó junto con su hermana Isabel a impartir clases de danza a otros niños de su barrio, mientras su madre, Dora, daba lecciones de piano para sustentar a la familia y se encargaba de la educación de sus hijos. Predominaban en las lecciones musicales Mozart, Schubert y Schumann, que tuvieron una indiscutible influencia en el posterior desarrollo artístico de Isadora.

De acuerdo con sus biógrafos, Isadora era una niña solitaria y retraída que solía jugar en la playa mientras observaba el mar. Su fascinación por el movimiento de las olas sería el germen de su arte en los años posteriores. La niña Isadora imaginaba entonces movimientos de manos y pies que acompañaban a las olas de la bahía de San Francisco, y que serían el origen de su peculiar estilo en la Danza. La influencia del mar y sus juegos infantiles se recogen en su Autobiografía, publicada en 1927. Cuando Isadora llegó a la adolescencia, la familia se mudó a Chicago, donde Duncan estudió danza clásica. La familia perdió todas sus posesiones en un incendio, y se trasladó nuevamente, esta vez a Nueva York, donde Duncan ingresa en la compañía de teatro del dramaturgo Augustin Daly.

En los albores del siglo Isadora convence a su madre y a su hermana para que la familia emigre a Europa. Es irónico pensar que por aquel entonces media Europa intentaba emigrar a los Estados Unidos para alejarse de la penuria económica y encontrar un futuro mejor, pero aun así las Duncan parten en 1900 y se asientan en Londres inicialmente, y posteriormente en la Ciudad Luz.


Expresionismo y danza

Durante su etapa londinense Isadora, siempre inquieta y autodidacta, pasa largas horas en el Museo Británico. Le fascinan las expresiones artísticas de la Grecia clásica, y muy especialmente los vasos decorados con figuras danzantes. De ellas adoptará algunos elementos característicos de su danza, tales como inclinar la cabeza hacia atrás como las bacantes. Es en esta época cuando comienza a consolidarse el estilo único de Isadora. Se trata de una danza muy alejada de los patrones clásicos conocidos hasta entonces, incorporando puestas en escena y movimientos que tenían más que ver con una visión filosófica de la vida ligada quizá al expresionismo (línea de pensamiento artístico incipiente por aquella época), y por tanto a una búsqueda de la esencia del arte que sólo puede proceder del interior. Isadora era plenamente consciente de que su estilo suponía una ruptura radical con la danza clásica, y en este sentido se veía a si misma como una revolucionaria precursora en un contexto artístico de revisión generalizada de los valores antiguos. Al mismo tiempo que su estilo se iba consolidando, Isadora estudiaba en profundidad la danza y la literatura antigua a través de los museos, particularmente el Louvre de París, la National Gallery de Londres y el Museo Rodin.

Los temas de las danzas de Isadora eran clásicos, frecuentemente relacionados con la muerte o el dolor, pero en oposición a los asuntos de la danza clásica conocida hasta entonces, que giraban en torno a héroes, duendes y trasgos. Su puesta en escena era también revolucionaria, y en cierto sentido minimalista: apenas algunos tejidos de color azul celeste en lugar de los aparatosos decorados de los montajes conocidos hasta entonces y una túnica vaporosa que dejaba adivinar el cuerpo y entrever las piernas desnudas y los pies descalzos, frente a los vestidos de tutú, zapatillas de punta y medias rosadas de rigor en el ballet clásico. Isadora bailaba sin maquillaje y con el cabello suelto, mientras que lo habitual en aquella época era maquillarse a conciencia y recogerse el pelo en un moño o coleta. Es comprensible que el estilo de Isadora chocase en un principio al público del momento, acostumbrado al lenguaje de la danza clásica. Isadora hubo de aguantar abucheos e interrupciones de diversa índole en sus sesiones de danza durante algún tiempo, siendo notable en este sentido la polémica que se desató durante una gira por América del Sur en 1916.

Simpatizo con la revolución social y política en la nueva Unión Soviética por lo que en 1922 se trasladó a Moscú. Su fama internacional llamó la atención y dio la bienvenida a la efervescencia artística y cultural del nuevo régimen. El fracaso del gobierno ruso para que cumpliera las promesas extravagantes de apoyo para el trabajo de Duncan, junto con las condiciones espartanas de vida del país la enviaron de vuelta a Occidente en 1924.

Vida personal


Isadora Duncan tuvo una vida personal tan poco convencional como la expresión de su arte, y vivió siempre al margen de la moral y las costumbres tradicionales. Se casó con el poeta ruso Serguéi Esenin, 17 años más joven que ella. Esenin la acompañó en un viaje por Europa, pero el carácter violento de éste y su adicción al alcohol dieron al traste con el matrimonio. Al año siguiente Esenin regresó a Moscú, donde sufrió una profunda crisis a raíz de la cual fue ingresado en una institución mental. Se suicidó poco tiempo después (28 de diciembre de 1925), aunque se ha especulado con la posibilidad de que fuese asesinado. Isadora eligió ser madre soltera, y tuvo dos hijos. Aunque no quiso revelar el nombre de los padres se sabe que fueron del diseñador teatral Gordon Craig y de París Singer, hijo del magnate de las máquinas de coser Isaac Merritt Singer. La vida privada de Isadora no estuvo nunca exenta de escándalos, ni tampoco de tragedias. La más espantosa fue ciertamente la muerte de sus dos hijos Deirdre y Patrick, que se ahogaron en un accidente en el río Sena en París, en 1913, al caer al agua el automóvil en el que viajaban junto a su nodriza.

Isadora Duncan era bisexual, y mantuvo relaciones con algunas mujeres conocidas de su época, tales como la poetisa Mercedes de Acosta o la escritora Natalie Barney. Se le atribuyeron muchos otros romances no confirmados con otras mujeres, tales como la actriz Eleonora Duse o Lina Poletti.

Hacia el final de su vida, la carrera de Isadora había empezado a declinar. Fueron para ella tiempos de serios problemas financieros y diversos escándalos sentimentales, acompañados por algunos episodios de embriaguez pública. Todo esto la fue alejando de sus amigos y su público, y finalmente de su propio arte. Isadora vivió aquellos años finales entre París y la costa del Mediterráneo, dejando deudas considerables en hoteles o pasando cortos períodos en apartamentos alquilados. Algunos de sus amigos trataron de convencerla para que escribiese su autobiografía, con la esperanza de aliviar un poco su ya preocupante situación económica. Uno de estos amigos fue el escritor Sewell Stokes, quien conoció a Isadora en sus últimos años, cuando ya estaba prácticamente sola y arruinada. Stokes escribió posteriormente un libro sobre la bailarina: Isadora, un retrato íntimo. La autobiografía de Isadora Duncan fue finalmente publicada en 1927.

Muerte

Las trágicas circunstancias que rodean la muerte de Isadora Duncan han contribuido sobremanera a la consolidación del mito, y están envueltas en cierto misterio que la historia no ha conseguido despejar por completo.

Isadora Duncan murió en un accidente de automóvil acaecido en Niza, Francia, la noche del 14 de septiembre de 1927, a la edad de 49 años. Murió estrangulada por la larga chalina que llevaba alrededor de su cuello, cuando ésta se enredó en la llanta del automóvil en que viajaba. Este accidente dio lugar al comentario mordaz de Gertrude Stein: «la afectación puede ser peligrosa». Duncan viajaba en el asiento del copiloto de un automóvil Amilcar propiedad de un joven y guapo mecánico italiano, Benoît Falchetto, a quien ella irónicamente había apodado «Buggatti». (La marca del automóvil es materia de debate, pero la opinión general es que se trataba de un Amilcar francés modelo GS de 1924. La leyenda transformó después la marca y lo convirtió en un Bugatti, mucho más caro y lujoso). Antes de subir al vehículo, Isadora profirió unas palabras pretendidamente recordadas por su amiga Maria Desti y algunos compañeros: «Adieu, mes amis. Je vais à la gloire!» (¡«Adiós, amigos míos, me voy a la gloria!») Sin embargo, según los diarios del novelista americano Glenway Wescott, que estaba en Niza en ese entonces y visitó el cuerpo de Duncan en el depósito de cadáveres (sus diarios están en la colección de la biblioteca de Beineke, en la Universidad de Yale), Desti admitió haber mentido sobre las últimas palabras de la bailarina, y confesó a Wescott que estas habían sido: «Je vais à l'amour» («Me voy al amor»). Al parecer, Desti consideró estas palabras poco apropiadas como un último testimonio histórico de su ilustre amiga, ya que indicaban que Isadora y Benoît partían hacia uno de sus encuentros románticos. Cualesquiera que fuesen sus palabras, cuando Falchetto puso en marcha el vehículo la delicada chalina de Duncan (una estola pintada a mano regalo de su amiga Desti, suficientemente larga como para envolver su cuello y su talle y ondear por fuera del automóvil), se enredó entre la llanta de radios y el eje trasero del coche provocando la muerte por estrangulamiento de Isadora. En el obituario publicado en el diario New York Times el 15 de septiembre de 1927 podía leerse lo siguiente: «el automóvil iba a toda velocidad cuando la estola de fuerte seda que ceñía su cuello empezó a enrollarse alrededor de la rueda, arrastrando a la señora Duncan con una fuerza terrible, lo que provocó que saliese despedida por un costado del vehículo y se precipitase sobre la calzada de adoquines. Así fue arrastrada varias decenas de metros antes de que el conductor, alertado por sus gritos, consiguiese detener el automóvil. Se obtuvo auxilio médico, pero se constató qua Isadora Duncan ya había fallecido por estrangulamiento, y que sucedió de forma casi instantánea».

Isadora Duncan fue incinerada, y sus cenizas fueron colocadas en el columbario del Cementerio del Père-Lachaise (París, Francia).

En el Panteón de San Fernando de la ciudad de México, hay un nicho de homenaje a su nombre.



Isadora Duncan (1878-1927), in a picture by Arnold Genthe (1869-1942).
Source: Library of U. S. A. Congress.




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Alma de gato
Davo Valdés de la Campa*

¿Me pregunto si años adelante, en un futuro quizá no tan lejano, voltearemos hacia el 2011 y pensaremos en ese año como uno de importante efervescencia literaria en Morelos? ¿Qué pasará en los siguientes años, entre ese 2011 ahora en el pasado y ese futuro hipotético? Preguntas ociosas, sin duda, pero interrogantes que surgieron precisamente por el interesante movimiento que se comenzó a gestar durante el año pasado y del cual de una u otra forma fui testigo y partícipe. Entre otras cosas, la aparición o reaparición de editoriales y revistas en la entidad comenzó a  dejar improntas en el terreno, huellas del trabajo editorial que –espero- en ese futuro podrán leerse y analizarse.

Uno de esos proyectos fue Lengua de Diablo Editorial, del poeta y narrador Efraím Blanco, el cual vio la luz en diciembre del 2011, específicamente en la Segunda Feria de Revistas y Editoriales Independientes que organizó el Colectivo La Piedra y el Fondo Editorial del Instituto de Cultura de Morelos. Durante dicho evento Lengua de Diablo estrenó su colección Alma de gato (Poesía) con dos títulos: Desiertomar de Miriam Ponce y El alma de las cosas del mismo Efraím Blanco.

Antes que nada, vale la pena mencionar que ambos poetas son egresados del Diplomado de Creación Literaria de la Escuela de Escritores “Ricardo Garibay”, sitio en donde coincidieron con maestros de la talla de Kenia Cano, Citlali Ferrer y Rubén Pizano. Y aunque sabemos que las escuelas de escritores no garantizan nada, mucho menos hacer escritores, estos espacios han sido decisivos para el desarrollo creativo de muchos escritores que desde la dinámica del taller han pulido sus textos exponiéndolos a la crítica grupal.

Desiertomar

El libro de Miriam Ponce (su primero), quien además es colaboradora de Palabras Malditas y conductora de Radio Efímera, es un poemario líquido lleno de nostalgia. El sueño, los regresos, las evocaciones, los recuerdos, lo no vivido, los seres que poblaron el pasado, el propio y el colectivo, son algunos de los elementos que se entrelazan entre los versos de Ponce. A modo de road poems, Desiertomar, nos conduce por un viaje que comienza en el centro caótico de nuestro país: la ciudad de México: Nací con antenas de trolebús/y heredé la sangre del caos/cotidiano de avenida grande y se extiende “como carretera federal” hacia otros paisajes urbanos. La ciudad de México, como ese “mar en llamas parpadeantes”, líquido en su movimiento, como un río: nunca vuelves a pasar por el mismo sitio, pero seco por dentro, como una costra que se aferra a Tlatelolco.

Otra elementos importante en la poesía de Miriam Ponce, es la cadencia de sus versos, siempre musicales, siempre acompañados de una melodía invisible. Como si los chilangos (ya no es un término despectivo) aprendieran a componer sinfonías con tan solo escuchar el caos del DF.  

El viaje continúa, la acompañan en cada autostop, su abuelo, una orquesta imaginaria, Bowie y Papasquiaro. El yo poético, que es un ave y una chica hermosa, carga consigo un deseo insaciable, “¿por qué deseo desierto si tengo mar?”, a través de todo el trayecto que realmente es un vals, un baile sobre los astros y los desiertos y el vaivén de las olas.  El viaje, sin embargo, comienza realmente en la escritura, que es como una forma de memoria. Ahí perdura lo verdadero y sólo con cerrar los ojos logramos que todo eso aparezca con su forma-sin forma que nos colma por un instante.

El alma de las cosas

Efraím Blanco ha publicado anteriormente Imaginando sueños, Había una vez un blog, ambos de poesía y en narrativa: Absurdos y Estos pequeños monstruos. “Efra” como le dicen los amigos, es quizá uno de los escritores más sobresalientes de la escena actual morelense. Ejemplo de ello son sus múltiples publicaciones, premios y por supuesto la iniciativa de conformar un proyecto editorial como lo es Lengua de Diablo, un espacio que –esperemos- dé cabida a más voces en las siguientes publicaciones.

El alma de las cosas es un poemario que retoma ciertos elementos característicos de la narrativa de Blanco. Específicamente me refiero a la apropiación de guiños de la cultura popular como lo son los monstruos, los mitos, la noción del fin del mundo y lo mágico. A pesar de ello, Efraím Blanco se da la oportunidad de ahondar desde otra perspectiva dichos tópicos. En el libro cohabitan la figura del mago poeta, el alquimista que convierte lo agrio de la cotidianidad en imágenes bellas y la del poeta-merolico, vendedor de sus versos en cada esquina de una ciudad inventada, un poeta que habla de volar porque: “no basta enredarse con las letras”. Un poeta que llama a “volar a ras de cielo  (…), a volarse la barda y a volar los espejos en mil pedazos”. Nos encontramos entonces, en realidad, ante un poeta urbano. Uno que exige a otros poetas a volar, sí, pero a volar unido con “el aullido de perros, de ambulancias y locos”. En resumen El alma de las cosas es una especie de poemario-lente por el cual Blanco nos invita a mirar, pues a través de su visión podemos descubrir que cosas maravillosas ocurren en nuestras propias narices, también está la tristeza, la muerte y la risa porque son parte del mundo y porque están siempre mezcladas de tal forma que a veces no las distinguimos.

Referencias: Efraím Blanco, El alma de las cosas, Colección Alma de Gato, Lengua de diablo Editorial, Méx­ico, 2011; Miriam Ponce, Desiertomar, Colección Alma de Gato, Lengua de diablo Editorial, México, 2011.

* Escritor morelense. Ha sido beneficiario del Estímulo a la Creación al Desarrollo Artístico en Morelos en 2009 por su proyecto Sopor Aeternus (cuento) y 2011 con Las mariposas (novela). Es columnista de La Jornada Morelos. Es miembro del Comité Editorial de la Revista La Piedra. Colaborador en las revistas Moria y Entribu. Ha sido incluido en diversas antologías nacionales de cuento y poesía. Ha publicado en revistas de Chile, México, España y Venezuela. En 2010 publicó su primer libro Relatos de un mundo depravado (EdicioneZetina). En 2011 fue uno de los ganadores de la convocatoria para publicar obra inédita del Fondo Editorial del Instituto de Cultura de Morelos.



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